Por Axel Christensen | Director ejecutivo BlackRock Septiembre 3, 2010

No se trata de una nueva película o juego de video. Aunque sí tuvo ribetes de teleserie, el episodio de la central termoeléctrica Barrancones que se construiría en las cercanías de la Reserva Marina de Punta Choros y la Reserva Nacional Pingüino de Humboldt. La aprobación del proyecto por parte de la Corema de Coquimbo generó una ola de rechazo cuya expresión máxima se pudo ver en redes sociales y en manifestaciones públicas de generación casi espontánea en varias ciudades del país. Quizás lo más sorpresivo es el desenlace: el presidente Piñera anunciando un acuerdo con la empresa patrocinadora del proyecto, para relocalizar la central en una nueva ubicación, aún no precisada.

Más allá de la polémica generada por la intervención del primer mandatario y su impacto sobre la institucionalidad medioambiental vigente, este incidente pone en el centro el conflicto creciente entre los intereses locales y aquellos más amplios, como el interés nacional.

El término Nimby -acrónimo de Not In My Back Yard o, literalmente, No en mi patio trasero- se refiere a las personas que de una manera cada vez más organizada, manifiestan su oposición a proyectos -una central termoeléctrica, una antena de telefonía celular, un vertedero o una cárcel- que por su localización afectan a sus intereses particulares.

Estos nimbies se oponen a iniciativas que son necesarias para el desarrollo global de un grupo mayor, como el país, pero que lesionan su propio bienestar. Esta oposición muchas veces desaparece en la medida que cambios en el proyecto cuestionado, como su reubicación, ya no los afecten a ellos sino a otros.

Si bien el concepto existe desde el surgimiento de movimientos ciudadanos en los 70 y 80, los nimbies han ido creciendo recientemente en número e influencia, al facilitarse su capacidad de organización y comunicación por los avances de la tecnología, como internet y la telefonía celular. Asimismo, los "patios traseros" se han vuelto cada vez más virtuales. En el caso de Punta Choros, una gran mayoría de los opositores probablemente nunca había siquiera visitado el lugar, pero el trabajo viral a través de redes sociales, con links a videos que incluían a reconocibles "rostros" políticos o televisivos, hizo a muchos sentir a esta zona del Norte Chico como propia.

Aunque los nimbies siguen siendo, por lo general, grupos conformados por la elite (algunos hablaban de la protesta peloláis, aludiendo a la manifestación contra Barrancones que se organizó en el centro de la capital) más que movimientos populares, este episodio sirvió para que otros grupos de intereses similares (oposición a centrales a carbón, a las hidroeléctricas, a las antenas de los celulares, etc.) se envalentonen y se ilusionen con lograr torcerles la mano a empresas y burócratas. Quizás, al darse cuenta de la caja de Pandora que se abría, dejando escapar quién sabe qué tipo de criaturas, el presidente Piñera rápidamente calificó su decisión de "excepcional, particular y única".

Con todo, el episodio pone de manifiesto lo difícil de conciliar objetivos generales -el crecimiento económico requiere aumentar la generación eléctrica, incluyendo centrales a carbón- con intereses de comunidades locales cada vez más organizadas. Sin embargo, la capacidad de organización no es necesariamente simétrica, con el consiguiente riesgo de que los proyectos que nadie quiere tener en su patio trasero terminen en el patio de comunidades con menos capacidades de organizarse, que muchas veces coinciden con sectores de bajos ingresos y menor escolaridad (aunque existen notables excepciones de grupos de pobladores cohesionados).

El riesgo es que un poder creciente de nimbies de elite y una institucionalidad debilitada por la discrecionalidad lleven a decisiones medioambientales "clasistas". Una nación Nimby, donde centrales y antenas terminen siendo construidas en el patio trasero de comunidades que no tienen acceso a campañas virales por internet o cuentas en Twitter. No deja de ser tristemente irónico que esas mismas centrales y antenas sean necesarias para que los nimbies bien organizados protejan sus propios patios traseros.

Una posible solución: incorporar el impacto local de estos proyectos y obtener compensaciones para las comunidades afectadas, con una institucionalidad que garantice transparencia y resguarde los niveles necesarios de seguridad. Quién sabe si con eso surjan Yimbies (Yes in my back yard), donde cada antena se compense con un centro comunitario de internet o cada central -siempre cumpliendo con los estándares medioambientales vigentes- venga bajo con paneles solares para la comunidad.

*Director ejecutivo BlackRock Sudamérica.

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