Por Daniel Villalobos* Septiembre 3, 2010

Se supone que hacia el 2015 la mitad de los multicines del mundo sólo proyectarán filmes en 3D. El motivo no es artístico, sino comercial: en su vieja batalla contra la televisión, el cine vuelve a estar en jaque por culpa de los plasmas y la TV digital.

Ahora se acaba de reestrenar en cines Avatar, de James Cameron, en una nueva versión que, sólo estará disponible en copias en 3D, a diferencia de la mayoría de los estrenos infantiles de la temporada.

La experiencia de ver un filme sentado en casa, ahorrándose la fila y el olor a cabritas, cada vez está más cerca de la calidad de imagen y sonido de una sala comercial. En ese contexto, el 3D es la última esperanza de los multicines por recapturar un público que se ha ido alejando de las salas para abrazar la gélida perfección de las pantallas digitales caseras.

Algunos, como el crítico norteamericano Roger Ebert, declaran al 3D una "distracción" y un accesorio inútil a un formato (la imagen bidimensional) que funciona perfectamente sin este nuevo chiche. Otros, como el propio Cameron, describen al 3D como un paso adelante en el lenguaje cinematográfico, tan importante como el widescreen o el sonido estéreo.

La pregunta de fondo es si estamos frente a un recurso artístico real o un efecto tecnológico de tan poca huella como lo fueron el mega surround y el Odorama. En ese sentido, Ebert alude a un aspecto muy poco discutido sobre el 3D: el objetivo de esta tecnología es simular una sensación (profundidad de espacio) en el ojo, de la misma forma que un juego de Fantasilandia simula la inercia de una caída libre o la velocidad de un despegue.

Y una sensación puede formar parte del conjunto de estímulos cerebrales que conforman una emoción -o una experiencia estética-, pero está lejos de ser algo más que una experiencia fugaz. Dicho de otra forma, lo que te llevas a la casa es el recuerdo de esa escena que te rompió el corazón, no el tipo de pantalla en que la viste.

El 3D en sí no es estético ni artístico. Es un truco físico y es interesante que tan pocos directores de prestigio (Scorsese va a ser el primero el 2011) se hayan interesado por trabajar con él.

La industria se ha rendido ante las películas en tres dimensiones. Les han permitido reexplotar clásicos como El Extraño Mundo de Jack y enchular cintas que no lo merecían, como la reciente Furia de Titanes. Pero los cineastas hacen notar -con razón- que el formato comparte muchos de los defectos de la tan alabada tecnología IMAX: dispara los costos, limita los movimientos de cámara y deja buena parte del trabajo estético en manos de ingenieros.

Ahora se habla de televisión en 3D. Lo que sugiere que el verdadero destino del formato no será, al final, la experiencia compartida de un cine, sino el vicio íntimo de un living, cuando el 3D se encuentre con su asociada natural: la pornografía.

*Crítico de cine de La Tercera y editor de Bazuca.com

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