Por Edmundo Paz Soldán, escritor boliviano Agosto 13, 2010

Cuando comenté a mis amigos en Bolivia que iba a estar en Lima por la Feria del Libro de esa ciudad, hubo algunos que me recomendaron lo típico -restaurantes, librerías y museos-, y otros que fuera a Polvos Azules. Sabían que me gusta buscar películas raras y me dijeron que todo estaba allí. Intrigado, decidí hacerles caso.

Polvos Azules es un centro comercial limeño, pero no uno cualquiera. Aquí casi todo lo que se encuentra es pirateado. Deambulé por galerías de ropa de marca -Lacoste, Hugo Boss-, me sorprendí por la calidad de los productos -hay piratas y piratas- y por lo barato de todo. Busqué una funda para iPod, y me dejé abrumar por los puestos de artefactos electrónicos, en los que jóvenes de manos hábiles desbloqueaban celulares a la vista de los clientes. Abundaban los errores y la creatividad: vi, entre otras cosas, zapatillas deportivas Pmua (¿Puma?) y energizantes Duff (la cerveza de Los Simpson).

Me llamó la atención que hubiera librecambistas ataviados con una camisa fosforescente que indica que compran dólares y euros. Los encargados de Polvos Azules saben que este centro comercial se convirtió en un destino turístico y están dispuestos a hacer todo para que los extranjeros no tengan contratiempos. El comercio pirata ha sido institucionalizado (algo que, en mayor o menor medida, ocurre en todos los países latinoamericanos).

Pasé la mayor parte del tiempo en las galerías 17 y 18, dedicadas a películas. Había puestos específicos para los estrenos comerciales, una sección que ofrecía hentai (porno animé, entre las que destacaban las parodias de Naruto), y otra dedicada al cine clásico e independiente. Los puestos tenían catálogos que hojeé exhaustivamente, impresionado por lo completos que eran: en uno de ellos, dedicado al cine latinoamericano, encontré incluso películas bolivianas inhallables en mi país. El vendedor atendía a cinco clientes a la vez, sabía todo de cine independiente y no dejaba de ofrecer su tarjeta al final de la compra, pidiéndonos que volviéramos pronto.

Durante muchos años los mercaderes de Polvos Azules debieron luchar contra el deseo de la alcaldía de combatir el comercio ilegal. Alguna vez sus puestos se hallaban cerca del palacio presidencial de Lima, pero cuando la Unesco declaró  Patrimonio de la Humanidad al centro histórico, Polvos Azules debió buscarse otro espacio. Así llegaron al lugar donde se encuentran ahora, por el Paseo de la República, primero como mercado callejero, luego como centro comercial. Al no poder vencerlos, la alcaldía ha decidido unirse a ellos, o por lo menos dejarlos en paz.

El día que estuve en Polvos Azules, sentí que me picaban los ojos y me raspaba la garganta. Un vendedor me explicó que eso se debía al gas lacrimógeno que la policía había tirado la noche anterior. Pregunté si los policías hacían batidas para confiscar productos. Me dijeron que sí, pero no a pedido de la alcaldía ni de los comerciantes legales, sino por cuenta propia, cuando necesitaban algo de dinero. De hecho, en general los policías trataban de resguardar el orden en Polvos Azules.

Me fui a casa con treinta películas en una bolsa negra y lágrimas en los ojos.

*Escritor boliviano.

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