Por Patricio Jara, periodista y escritor Agosto 6, 2010

Las buenas historias de terror nunca vienen solas. Se engañan quienes piensan que bastan un par de calaveras salpicadas por ahí para provocar la emoción más antigua y más intensa de la humanidad. Aquella que en palabras de H.P. Lovecraft es "el miedo a lo desconocido".

Las buenas historias de terror siempre hablan de algo más, y las mejores, o al menos las más reales, son un espejo torcido de nuestra sociedad, al punto de alcanzar el status de crónica. Se incrustan en nuestro imaginario porque justamente provienen de allí, y basta una pista hallada por azar, una fecha perdida en los anuarios, para tirar de la madeja hasta traer de vuelta una época y, con ello, una forma de ver el mundo.

Siempre he querido escribir una novela de terror y siempre fracaso. Por impericia, por impaciente o bien porque el día cuando encontré el argumento adecuado, un dato me llevó a desempolvar un relato verídico que, sin proponérselo, era de por sí una novela espeluznante. No había que hacer más que republicarla.

Así nació La endemoniada de Santiago (Ediciones B), detallado testimonio del presbítero José Raimundo Zisternas, quien narra el exorcismo que en agosto de 1857 practicó a una chica llamada Carmen Marín. Pero aquello es una parte del asunto, pues el caso devino en un debate de proporciones entre ciencia y religión que, según eminencias médicas de la talla de Armando Roa, hizo posible el despertar de la psiquiatría chilena para constituirse como disciplina.

Fue tal la controversia, que los especialistas de entonces, dispuestos a probar que sólo se trataba de un caso de histeria, desarrollaron una aguda mirada clínica: el fenómeno los obligó a establecer métodos, a calibrar sus observaciones y a convencerse de que la historia de la medicina no comenzaba con ellos. El más sobresaliente fue Manuel Antonio Carmona, quien "se preocupó del pasado biográfico, de las condiciones psicológicas, morales y materiales" de la paciente, como indica el propio Roa en su estudio Demonio y psiquiatría (1974). Carmona destacaría luego como el neuropsiquiatra más influyente de Sudamérica en aquellos años.

Otras propuestas fueron menos felices, como la de Lorenzo Sazié, primer decano de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile. Para él la solución era llevarse a la mujer al hospital de locos, ponerle cadenas y "entregarla buena en quince días". El caso más controvertido, sin embargo, fue el del médico español Benito García Fernández, quien luego de un informe de más de cinco páginas sólo de conclusiones, determinó: "Carmen Marín está endemoniada".

Medicina y religión. Dos campos, dos mundos si se quiere, nacidos en simultáneo con las primeras civilizaciones y que en su esfuerzo por separarse y establecer dominios, se han encontrado más veces de lo que cada bando está dispuesto a tolerar. Allí donde uno ve la mano de demonios y conjuros, el otro ve síntomas capaces de someter a clasificación.

Ciencia y fe, una frontera en tensión constante por los siglos de los siglos, pero que de vez en cuando genera beneficios concretos; en este caso, el nacimiento de la psiquiatría chilena casi 40 años antes de las primeras publicaciones del propio Sigmund Freud.

*Escritor y editor de La endemoniada de Santiago.

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