Por Alberto Fuguet* Mayo 28, 2010

Un amigo del hemisferio norte, que es bastante buen amigo digital porque tiende a enviar mails de dos líneas, y responde a mis consultas con un escueto pero preciso y cariñoso OK o, a lo más, "coordinemos una junta por Skype", optó por eliminar incluso esos mínimos mails.

-Mejor nos vemos en vivo cada tantos años y nos ponemos al día ahí.

Hay algo de cierto en eso. A veces me envía un link para que lea, pero sé que eso no implica nada más, no es necesario responder "gracias por el link". El link es para leerlo, punto. El tipo tiró la esponja. "Quiero ser el Philip Roth digital". Es decir, no ser digital, aunque eso no implica desenchufarse. Quiere tener internet, computadora, quiere estar suscrito a podcasts y hasta bloguear, simplemente no quiere ser menos importante en su vida que su "inbox".

No es la red, ni siquiera Facebook (eh… ¿para qué sirve?), sino los mails los que nos están limando nuestros dedos y encogiendo nuestro cerebro.  Al menos el mío. Quizás exagero, pero debo 72 mails y, la verdad, no deseo responder ni uno porque siento que me licuan la mente. Ni siquiera voy a tocar el tema de las peleas digitales, esos malos ratos en que uno se ve atrapado en situaciones ingratas por el mal uso de una coma, o un subrayado o un garabato mal puesto. Mucha gente ha sido herida cuando a lo más quería echar una talla.

Un no escrito al azar puede ser peor que un combo en la cara.

Odio además la gente que envía chistes, pero mi asco no llega ni cerca al nudo que me provoca ver mi carpeta de borradores repleta. Tal como en invierno uno recuerda los días de verano, hay días que recuerdo que no tenía más de dos o tres mails en mis borradores. Pero mi odio no es un odio a los spams o a los mails de la gente que no conozco sino a la gente que uno conoce. Ahí es donde se mezcla la culpa, la duda y la desconfianza hacia uno mismo surge, porque no querer responder implica, de alguna manera, despreciar o ningunear o evitar a los que te enviaron esos mails. Y en rigor no es eso. Pero algo es, porque de pronto uno ve que "es tu vida" versus "son tus mails".

Después de más de una docena de años usando este gran invento, creo que mi diagnóstico es más bien negativo. He salido dañado. Soy peor persona, he perdido horas irrecuperables. Mis mejores recuerdos han sido cuando he estado SIN CONEXIÓN. No vivo online, pero a veces siento que, por no vivir 100% conectado, la paso peor. Cada día envío menos, cada vez respondo menos. Cada vez más, capto que si no respondí en cinco días, mejor que los borre.

¿En qué momento este gran, gran invento se transformó en una pesadilla? ¿En qué momento logré que casi no me llegara spam para pronto empezar a sentir que casi todos sí lo son? ¿Por qué siento que son algo así como una afrenta a mi persona? ¿Por el solo hecho de implicar pega / trabajo? Quizás. ¿Por qué siento algo parecido a una violación de mi espacio-tiempo cada vez que me llega uno de alguien con que no he hablado por teléfono en meses? Cuando uno despierta y lo primero que piensas es "cuántos mails tengo acumulados", algo está mal. Hay estadísticas que señalan que después de dormir, responder mails es la segunda actividad que ocupa más tiempo en el día en un ser humano.

Antes de terminar, una pregunta solamente.

¿Eso es humano?

*Periodista, escritor y director de cine

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