Por Daniel Mansuy Huerta, desde Francia Marzo 20, 2010

En la primera vuelta de las elecciones regionales efectuadas el pasado domingo, Nicolás Sarkozy recibió un duro golpe electoral. Su partido (UMP) quedó por debajo de los socialistas y, aun peor, a diferencia de estos últimos no cuenta con aliados a los que recurrir en la segunda vuelta de este domingo. Todo indica entonces que casi todas las regiones, si no todas, quedarán en manos de la izquierda.

¿Cómo pudo sucederle algo así al mismo que hace tres años llegó al Elíseo tras conducir una campaña brillante y que es celebrado en todo el mundo por sus excepcionales dotes de liderazgo?

Hay varias explicaciones, pero quizás la principal se refiere a cierto activismo voluntarista que no ha dado resultados. Sarkozy ganó la presidencial del 2007 con un discurso rehabilitador de la política y de las posibilidades de la acción pública, y la verdad es que no ha podido refrendarlo con hechos. En parte porque muchas de sus reformas son de largo alcance; en parte porque tiene demasiados flancos abiertos a la vez. El hecho es que hasta ahora los resultados son escasos.

A eso se suma que, con su actitud, Sarkozy se expone mucho más que un presidente corriente: le gusta estar en todos los frentes e involucrarse personalmente en los temas. Esa conducta no sólo le deja muy poco espacio a su gabinete, sino que también termina por afectarlo si no se cumplen las metas esperadas. La paradoja es que hoy el primer ministro -que suele ser el fusible en la tradición francesa- está mucho mejor evaluado que el presidente.

Otro factor por considerar: Sarkozy se mueve en tantos registros distintos, dice tantas cosas contradictorias, que su discurso termina siendo muy poco legible. Así, mientras en Copenhague buscaba encarnar el liderazgo ecológico mundial, pocas semanas después les decía a los agricultores que estaba cansado de las demandas ambientalistas: al final del día, nadie sabe muy bien qué piensa Sarkozy (si acaso piensa algo).

En otro orden de cosas, Sarkozy vio fracasar la estrategia electoral que tantos dividendos le reportó en 2007. Ésta consistía en lograr el mayor grado de unidad de la derecha en primera vuelta, para distanciarse de los socialistas, y generar a partir de allí una dinámica ganadora para el balotaje. Además, para reducir al Frente Nacional (la extrema derecha) a su mínima expresión, el discurso se inclinaba un poco -a veces más que un poco- hacia la derecha. Pues bien, toda esa estrategia voló en mil pedazos el domingo pasado: la unión de la derecha no logró ni siquiera superar al Partido Socialista y, por otro lado, el movimiento de Le Pen -el líder de la extrema derecha- obtuvo porcentajes significativos en varias regiones.

Así las cosas, el escenario se presenta oscuro para Sarkozy, no sólo pensando en la segunda vuelta de este domingo, sino porque la oposición retomará nuevos bríos de cara a la presidencial de 2012. Y aunque es imposible dar por muerto a Sarkozy antes de tiempo, pues posee  habilidades políticas innatas, es claro que enfrenta una cuesta bien empinada si quiere intentar la reelección. En lo inmediato, modificar su estrategia electoral y elaborar un discurso creíble que no parezca gastado. En lo mediato, reconquistar a los franceses, que parecen estar algo cansados de su estilo. No la tiene fácil.

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