Por Andrés Gomberoff S.* Enero 16, 2010

Para todos es una preocupación saber que hay delincuentes deambulando libres en nuestras calles. Lamentablemente, cuando la justicia se endurece, existe otro problema que puede agravarse: el de los inocentes que caen injustamente en el horror de nuestras cárceles. ¿Cómo minimizar este flagelo? La ciencia puede ayudarnos.

En la edición del 24 de octubre pasado de la revista New Scientist,  la periodista Angela Saini denuncia cómo una mala comprensión de las matemáticas puede comprometer seriamente todo el sistema de justicia, y cómo un uso sistemático de sofisticados métodos estadísticos puede mejorar apreciablemente la administración de ésta.

La justicia funciona a partir de probabilidades. Los jueces no estuvieron presentes en la escena del crimen y, por lo tanto, no pueden determinar a ciencia cierta lo ocurrido. Son las evidencias presentadas en el proceso las que sirven para construir historias con distintos grados de certeza. El veredicto ocurre cuando la probabilidad de una de las historias es abrumadoramente mayor que las demás.

El trabajo con probabilidades suele ser delicado. Los matemáticos, afortunadamente, han desarrollado un poderoso conjunto de técnicas para manipularlas. Angela Saini cita al matemático David Lucy, de la Universidad de Lancaster, que afirma que "en algunos casos, el análisis estadístico es la única forma de evaluar la evidencia, pues la intuición puede llevar a resultados basados en falacias". También reproduce la opinión del estadístico Peter Donnelly -de la Universidad de Oxford-, quien cree que los expertos forenses deben ser educados en métodos estadísticos, de tal modo que puedan detectar los errores antes que se produzcan. Además, agrega que abogados y jueces tienen aun menos entrenamiento estadístico, lo que se refleja en la desafortunada tasa de errores que han ocurrido en juicios en EE.UU. y el Reino Unido.

Un clásico error que demuestra cómo el sentido común falla al interpretar evidencia es "la falacia del demandante". Ejemplifiquemos con un caso de asesinato, en donde la única evidencia son las huellas digitales dejadas en la escena del crimen. La policía, luego de días de trabajo, encuentra en sus archivos una coincidencia. El individuo es arrestado. La parte acusadora señala que la probabilidad de un error en este tipo de evidencia es de una en mil (cifra inventada a modo ilustrativo). Argumenta que, por lo tanto, hay una probabilidad de apenas una en mil (o 0,1%) de que el acusado sea inocente. Por mucho que el sentido común avale esta opinión, es errónea. De hecho, si suponemos que hay una población de, digamos, 100.000 posibles autores del crimen, un cálculo cuidadoso nos demuestra que las probabilidades de inocencia son del 99%. Para entender esto: si hubiésemos estudiado las 100.000 huellas, el error de 1 en mil implica unas 100 coincidencias falsas. Sumando al culpable, hubiésemos tenido 101 personas tan sospechosas como el que fue arbitrariamente arrestado. Cada uno tiene, por tanto, 100 en 101 probabilidades de ser inocente (99%). El sentido común estuvo a punto de encarcelar a un hombre que muy probablemente es inocente.

¿Cuántos inocentes poblarán nuestras cárceles? Las matemáticas pueden ayudar a salvarlos de ese infierno en la Tierra.

* Departamento de Física de la Universidad Católica

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