Por Juan Pablo Martínez* Enero 2, 2010

Mediados de diciembre. Pocos días antes de que comiencen las fiestas de fin de año. Copa Airlines, vuelo 907 entre Panamá y Montevideo. Avión sobrevendido. Repleto de uruguayos. Vienen desde México, Colombia, Venezuela, Guatemala, República Dominicana y, en general, de toda América Latina. Hacen escala en Panamá y de ahí siguen rumbo a casa. Son parejas jóvenes, que tienen entre 30 y 45 años, todos con uno o dos hijos pequeños. Uruguayos que vuelven a casa después de trabajar todo el año fuera de su país. En su mayoría profesionales que fueron gratuitamente educados -y muy bien educados- por su Estado. Profesionales que al poco andar de su carrera laboral sintieron la necesidad de emigrar de un país que goza de buena reputación en términos de calidad de vida.

La sensación ambiente mejora cuando se vive frente al mar. Cuando se usa más traje de baño y menos ropa negra. A ratos, en Montevideo, todo huele a vacaciones de verano. Mucha gente trotando sin polera o surfeando cadenciosamente en skate por una preciosa rambla que recorre toda la ciudad a orillas del Río de la Plata. En fin. Relajo de playa como el que se vive en Río de Janeiro. Pero desgraciadamente no todo es calidad de vida. El aire marino no nos debe embriagar. La ciudad está más sucia de lo deseable y muchos homeless -tipo NYC pre Giuliani- atacan reiteradamente a los transeúntes pidiendo limosna. También es bastante obvio que la ciudad entró en una máquina del tiempo que se detuvo en los años 50. El deterioro de la construcción es evidente en casi todo el casco viejo. Montevideo es para algunos una ciudad tan romántica como nostálgica, sin embargo para otros derechamente huele a naftalina.

El estancamiento y deterioro es un fiel reflejo de lo que sucede con las oportunidades que ofrece el país. Muchos uruguayos altamente calificados sienten que la República Oriental no es capaz de ofrecerles oportunidades reales de crecimiento profesional. Por eso emigran. Por eso se van del país.

Y no son pocos. Cerca del 15% de la población uruguaya, entre 450.000 y 500.000 personas, vive y trabaja fuera. La calidad de vida se diluye y el aire marino se enrarece cuando el futuro es poco claro. Cuando se deja de creer que se puede llegar a tener una mejor situación que el papá y el abuelo. Pensando en el futuro de Uruguay y en el contexto de la economía del conocimiento, ¿se imaginan lo que significa para el desarrollo de este pequeño país agrícola, que su mejor capital humano trabaje fuera de sus fronteras?

A diferencia de lo que ocurre en Uruguay, los últimos 30 años de desarrollo acelerado que vivimos en Chile nos dejaron una profunda marca. Gracias a la instalación de la lógica del crecimiento económico, al chileno común se le abrieron nuevos horizontes. Mientras muchos experimentaron una situación de progreso real, otros lo sintieron vagamente y otros -producto del éxito económico del vecino, amigo o pariente cercano- en su fuero interno, lo desean. En un contexto social de mayor abundancia, nacen esperanzas y la gente confía en alcanzar un nuevo y más alto estándar de vida. En esta dimensión fundamental nos diferenciamos profundamente de los uruguayos y quizás también, de gran parte de América Latina.

* Director de TheLab Y&R. Ingeniero comercial y magíster en Sociología UC

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