Por Diego Grillo Trubba* Octubre 3, 2009

Mi encuentro con Mafalda, la tira dibujada por Quino, fue de chico. Debía tener unos doce años cuando me prestaron uno de los diminutos tomos de Ediciones de la Flor. En pocas semanas -gastando el dinero que me daban para comprar útiles escolares- completé los diez. Con el paso de los años, los editores fueron inteligentes: publicaron la saga completa en un tomo lujoso, que cualquier adulto puede exhibir sin sentir vergüenza. Porque ésa es otra cuestión: Mafalda nos acompañó desde chicos, y nunca nos abandonó. Porque muchos nos sentimos Felipes, o a veces Miguelitos, y porque en una primera cita nos ponemos a elucubrar si lo que tenemos delante es una Susanita -es decir, el horror- o una Libertad.

Probablemente la mayor prueba de la inserción de la tira de Quino en la cultura argentina es que ya se la da por sentada. Cualquiera puede citar un chiste publicado hace cuarenta años, y sabe que su interlocutor lo conoce e interpreta, y que muchas veces ese gag es una explicación de lo que vivimos. Una explicación superior a cualquier otra. Me muevo en un círculo de escritores, y resulta divertido detectar que, como Miguelito, la amplia mayoría siente que un dedo es mayor que un edificio por el simple hecho de que el dedo es suyo.

La tira de Quino está  tan insertada en la cultura nacional que hay momentos en que no resulta plausible distinguir si fue primero el huevo o la gallina. ¿El dibujante mendocino diseccionó nuestras costumbres o, ante la genialidad del humor, nos entregamos con mansedumbre a reproducirlo, a veces en forma involuntaria?

Pero hay algo más, quizás no tan evidente. La relación de Quino con Mafalda también representa a la cultura argentina. De un tiempo a esta parte, Quino reniega de su creación: dice que lo mejor que hizo fue dejar de dibujarla, que se sintió aliviado. Como cualquier artista, sufre que se lo reconozca por sólo una de sus obras, tal como cualquier padre sufriría si sólo le va bien a uno de sus hijos.

Pero, creo, hay algo más: si uno viaja por el mundo, descubre que nos conocen, como argentinos, por pocas cosas. El tango, obviamente. Maradona, lamentablemente. La carne, probablemente. Y Mafalda. La tira nos representa casi como embajadora ad honórem, y es probable que ése sea uno de los factores fundamentales de la incomodidad de Quino. Porque, como mendocino, es argentino. Y, como buen argentino, como ejecutor de cultura argentina más allá de sus propias decisiones y deseos, le gusta renegar de lo que hizo.

*Escritor y periodista argentino

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