Por Axel Christensen | Director ejecutivo BlackRock Septiembre 26, 2009

Continuando con la ola de críticas a los economistas que generó la crisis financiera -que fue tema de portada en la edición pasada de QP-, esta vez el blanco es una de las mediciones más populares: el Producto Geográfico Bruto o PGB.

Si el mayor crítico a la profesión fue el economista y Premio Nobel Paul Krugman, ahora es otro Nobel, el siempre polémico Joseph Stiglitz, quien se encarga de desacreditar al PGB. No deja de ser paradójico que las críticas provengan de él: fue economista jefe del Banco Mundial, institución que desde los 80 clasificó al mundo en economías desarrolladas y emergentes, precisamente sobre la base del PGB.

Más interesante aún es que la discusión se haya encendido debido a un estudio encargado a comienzos del 2008 por el presidente francés Nicolás Sarkozy a una comisión de 24 expertos, encabezada por Stiglitz, que además incluía a otro Nobel, Amartya Sen.

Los resultados se hicieron públicos la semana pasada. Sarkozy los presentó en un discurso el pasado 14 de septiembre, nada menos que en la Universidad de la Sorbonne. Stiglitz lo apoyó en en una interesante columna: El fetichismo del PIB. Dice, entre otras conclusiones: "Esforzarse por reavivar la economía mundial al mismo tiempo que se responde a la crisis climática global ha planteado un interrogante complejo: ¿nos están dando las estadísticas las señales correctas sobre qué hacer?. Si tomamos malas decisiones, lo que intentamos hacer (digamos, aumentar el PIB) en realidad puede contribuir a empeorar los niveles de vida. También podemos enfrentarnos a falsas opciones y ver compensaciones entre producción y protección ambiental que no existen. Por el contrario, una mejor medición del desempeño económico podría demostrar que las medidas tomadas para mejorar el medio ambiente son buenas para la economía".

Sarkozy y Stiglitz no quieren parar ahí: están empeñados en convencer al resto de los G 20 que se reúnen en EE.UU. esta semana.

Pero, ¿qué tiene de malo el PGB, cuyo crecimiento ha sido el objetivo de tantas políticas económicas (y slogan de tantas campañas presidenciales)? 

Según los expertos de la Comisión Sarkozy, sus limitaciones serían múltiples. Entre ellas, que su metodología de cálculo tiene serios problemas para medir el producto de economías que dependen más de los servicios y el capital intelectual (versus la producción de bienes y el capital físico o monetario). Tampoco considera adecuadamente la contribución del gobierno, equiparando el "producto" de un gobierno a su gasto.

Pero quizás el pecado mayor no sería del PGB mismo, sino del excesivo foco que ponen en él gobiernos y organismos multilaterales como el Banco Mundial y el FMI, creando lo que Stiglitz llama "falsos dilemas", como por ejemplo, crecimiento económico vs. protección medioambiental. Lo correcto, dicen, sería incorporar otros indicadores -como medioambientales- que capturarían de mejor manera los niveles de bienestar de las personas (el ingreso familiar, la distribución del ingreso y la calidad de vida), al momento de definir políticas públicas o promesas electorales. Incluso sugieren que cada país debiera definir qué conjunto de indicadores son más relevantes para medir el bienestar de sus ciudadanos.

La discusión acerca de las falencias del PGB no es nueva. En su campaña presidencial de 1968, Robert Kennedy alegaba que sólo servía para medir "bombas de napalm y cabezas nucleares". Desde entonces comenzó una búsqueda de medidas alternativas, como la Felicidad Geográfica Bruta (o FGB), introducida en 1972 por el rey del legendario Bután, diminuto país enclavado en los Himalaya, y que desde entonces ha servido para guiar las políticas de ese país.

Casi al mismo tiempo, nació la dura disputa entre economistas y otros cientistas sociales acerca de si es posible medir algo tan subjetivo como la felicidad. El PGB podrá ser imperfecto, siguen sosteniendo muchos economistas más "clásicos", pero al menos permite mediciones menos subjetivas, además de facilitar las comparaciones en el tiempo y entre países. Para Stiglitz y compañía, eso parece ya no ser suficiente.

Ojo, que la discusión no es ajena a nuestro país, particularmente en este año eleccionario. A las puertas del Bicentenario y con varios candidatos aspirando a convertir a Chile en un país desarrollado en el futuro cercano, muchos electores se preguntarán: ¿si somos desarrollados, seremos más felices?

* Director ejecutivo de Barclays Global Investors

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