Por Victoria Massarelli y Martín Vinacur* Agosto 29, 2009

Recogemos el guante del análisis del fallo de la Corte Suprema argentina sobre la despenalización de la tenencia de marihuana porque nos fue propuesto como una perspectiva desde nuestra idiosincrasia. Y es desde allí, y también como comunicadores sensibles a las éticas, que nos proponemos aportar.

Asumimos que conocen el fallo, entonces vamos a lo medular.

Su esencia se basa en reconocer que la tenencia de pequeñas cantidades de marihuana (no comprende otras sustancias) no supone una anormalidad cultural sino una realidad que tiende a ser una constante, y que su penalización vulnera principios constitucionales relacionados con las libertades individuales. El fallo defiende el respeto por las acciones privadas de las personas, siempre y cuando esas acciones no perjudiquen a terceros.

Al mismo tiempo, la medida pone el acento en perseguir y condenar a los narcotraficantes y en usar los recursos para combatir drogas más duras y peligrosas.

Separa la paja del trigo: discrimina para poder enfrentar efectivamente la problemática más grave.

Muchos pensarán en el argumento del "escalón": la marihuana como paso previo a las drogas duras. Sabiendo que estadísticamente hay probabilidades, no es necesariamente vinculante ni extensivo a todos, ya que también dentro de las estadísticas están los consumidores de marihuana que no avanzan jamás hacia otras drogas.

Lo fundamental del dictamen es que cambia el paradigma de la cultura de la represión por el de la tolerancia: ¿por qué castigar al consumidor?

Y en el terreno de la comunicación, ¿cuán efectivo es invertir en campañas de "prevención" focalizadas en los efectos del consumo vs. invertir, por ejemplo, en políticas públicas cuyos fines sean contener a las comunidades de riesgo, fomentar las habilidades personales, los vínculos familiares y los vínculos comunitarios?

El fortalecimiento de la autoestima y de los lazos afectivos son comprobados salvoconductos preventivos y sanadores, mientras que el discurso del terror sólo sirve para confirmar entre los adictos que han elegido el camino correcto de la autodestrucción buscada.

Los dispositivos que determinan el ingreso a las adicciones son más complejos que la dinámica de estímulo-respuesta. El discurso del miedo no sirve ni a unos ni a otros.

Siendo los argentinos el producto de una compleja combinación inmigratoria, nuestra identidad se reconoce mejor en una sociedad que tiende a ser tolerante cuando de libertades personales se trata, y que, si bien estructuralmente está cruzada por un paternalismo sempiterno, suele no sentirse cómoda con feligresías obligatorias. Aunque muchas veces las leyes no nos acompañen en la liquidez de nuestros cambios sociales y culturales. El debate está abierto.

* Publicistas argentinos

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