Por José Rodríguez Elizondo* Agosto 15, 2009

En su fallido golpe de Estado de 1992, el coronel Hugo Chávez se rindió, reconociendo que sus objetivos no fueron logrados... "por ahora". Lo que quedó vivo en la imaginación venezolana no fueron los 400 muertos, sino esa promesa indómita.

Los políticos tradicionales de la región lo encasillaron como otro excéntrico tropical, pero el siempre listo Fidel Castro descubrió, al toque, que ahí tendría al apóstol ejecutivo de su profecía sesentera. Ésa según la cual el petróleo venezolano garantizaba el éxito de la revolución continental.

En 1998, hastiados con sus propios políticos tradicionales, los venezolanos votaron por Chávez para presidente. Histriónico y con formulación inédita, éste anunció, en la toma de posesión, su voluntad de refundarlo todo: "Juro, sobre esta moribunda Constitución…".

En 2002, con Venezuela polarizada, incluidas sus FF.AA., Chávez experimentó el golpismo en carne propia. Sus homólogos de la región suspiraron aliviados pero, con excepción del chileno, cumplieron con condenar el golpe. Total, uno nunca sabe cuando le toca. Su vicepresidente, José Vicente Rangel, demasiado lírico, le aconsejó inmolarse como Allende. Castro, interpretándolo mejor, le aconsejó rendirse.

Así, Chávez se rindió por segunda vez, pero arreglándoselas para filtrar un mensaje en el cual constaba que "no he renunciado al poder político que el pueblo me dio ¡¡¡para siempre!!!". Tal convicción vitalicia, con énfasis triple, cerraba el círculo del previo "por ahora".

Su estrella quiso que el presidente impuesto, el civil Pedro Carmona, se cayera solo, tras romper el récord mundial de errores por minuto. De ese modo, el líder volvió a palacio y, como veneno que no mata engorda, hoy supera en poder a su modálico Castro. Cuenta con una base dura de cuatro gobiernos afines -Cuba, Bolivia, Ecuador y Nicaragua-; amarró a Argentina, tras socorrer a los esposos K; las FARC podrían ser su quinta columna en Colombia; y tiene en barbecho a Manuel Zelaya, en Honduras, y a Ollanta Humala, en Perú. No puede arrebatar el liderazgo geopolítico al Brasil de Lula, pero le impide ejercerlo a cabalidad.

Para muchos analistas astutos del siglo pasado, Mussolini y Hitler también lucieron, al inicio, como simples políticos marginales. Bueno es evocar esos pronósticos para decir que, cuando Chávez toca a zafarrancho y sopla "vientos de guerra", sería tonto soslayar su ejecutoria y seguir mirando para el lado.

Sin embargo, es lo que sucede en las cumbres regionales… por ahora.

*Periodista, escritor y diplomático

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