Por Patricio Jara Agosto 13, 2015

No importa cuánto sepamos o creamos saber sobre ISIS. A estas alturas hay un detalle que nadie pasa por alto: su logo en blanco y negro convertido en una marca. El Estado Islámico de Irak y Siria (la sigla de ISIS en inglés) hoy es un símbolo articulado como todos los que flotan en nuestro imaginario. Su bandera negra, su tipografía y diseño reconocibles operan como la representación de cualquier producto o concepto globalizado. En su caso, una manera de ver la realidad que conlleva la declaración de guerra santa contra todos quienes se opongan a su campaña por dominar al mundo (y esto no es frase de dibujos animados) y restituirlo a partir de su credo.

Los cuidados videos con que muestran las ejecuciones a sus enemigos vestidos de naranja son apenas una parte de su difusión. ISIS no tiene cuarteles generales pero sí un aparato administrativo que echa mano a toda la tecnología posible para crecer y hacerse visible. Al tiempo que recluta voluntarios occidentales mediante Facebook, ISIS también se financia con donaciones on line. No sólo tiene gente conectada a las redes sociales las 24 horas, también cuenta con especialistas dedicados a elaborar cada mensaje que entregan. Muchos de ellos han sido capacitados en las universidades más representativas del mundo al cual le declaran la guerra.

“Los yihadistas pueden anhelar el regreso a las normas de los inicios del Islam, pero sus habilidades en el uso de las comunicaciones modernas e internet superan por mucho a la mayoría de los movimientos políticos existentes en el mundo. Al producir un registro visual de todo lo que hace, ISIS ha amplificado enormemente su impacto político”. La frase corresponde al periodista Patrick Cockburn, autor de ISIS. El retorno de la yihad, investigación recién llegada a librerías nacionales. 

Cockburn es un corresponsal de guerra de notorio prestigio en Medio Oriente, lo que equivale a decir que tiene el coraje suficiente para haber ido y regresado durante años del lugar donde, lo sabemos, varios no vuelven. Su relato comienza en la víspera de la batalla y posterior toma de Mosul, cuando ISIS instauró su califato y además obtuvo la épica mayor que le faltaba a la organización: la victoria de 1.300 de sus milicianos contra una fuerza compuesta por 60.000 hombres entre soldados y policías. El premio: tomar el control de la segunda ciudad más grande de Irak.

Pero así como el libro de Cockburn intenta dibujar lo esencial del contexto de caos en que ISIS se convirtió en una versión más sofisticada que Al Qaeda, sus reflexiones también alcanzan al rol del periodismo de guerra en estos tiempos en que los enviados especiales tienen muy poco acceso a información de primera fuente (porque los mismos bandos se encargan de difundirlas) y cada vez exponen más sus vidas (con la tecnología a mano nadie los siente necesarios ni, menos aún, los protege).

Cockburn se cuestiona todo y es pesimista sobre lo que viene, incluido el ejercicio del llamado “periodismo de hotel”, hoy por hoy la única opción que tienen los reporteros enviados a lugares conflictivos para trabajar con relativa seguridad. Porque el otro camino significa lisa y llanamente salir a la calle y estar dispuesto, antes que todo, a vencer el miedo, justamente el ingrediente principal que utiliza ISIS para hacerse escuchar y conseguir que nunca más olvidemos los colores de su bandera ni su forma ni lo que todo eso junto significa. 

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