Por Agosto 6, 2015

Aunque el debate sobre la productividad de nuestra economía tiene historia, ha recobrado renovado vigor. El anuncio presidencial de la necesidad de morigerar las reformas prometidas en el programa de gobierno a la luz de las restricciones económicas  ha llevado a que el gobierno instale la llamada Comisión Asesora Presidencial de Productividad, con carácter permanente e independiente. La decisión tiene lugar luego de que la Confederación de la Producción y del Comercio (CPC) creara la suya propia,  pero también de una seguidilla de agendas que, en el pasado, se propusieron enfrentar una magra cifra: un alza inferior al 1%  de la productividad durante 25 años.

¿Por qué Chile esperó tanto, cuando hace tiempo se viene anticipando el fin del “superciclo de los commodities”? En un número anterior de esta revista, el economista Raphael Bergoeing advierte que el asunto no tiene salida fácil. Para que las políticas que se adopten rindan frutos deben situarse en un horizonte de largo plazo y, para más complejidades, deben interactuar recíprocamente. 

Por otro lado, los análisis sobre sus nudos gordianos parecen coincidir en algunos aspectos, revelando que  la matriz energética, capital humano, innovación y emprendimiento así como  infraestructura resultan claves. Como el debate económico nacional no solamente es ortodoxo sino también androcéntrico, no debiera extrañar la nula recepción en nuestro país de una dimensión que en las economías desarrolladas afloró con fuerza a raíz de la crisis subprime del año 2008. Al tiempo que se observó que ésta exacerbó las desigualdades de género en todo el mundo, también se percibió que las empresas con más mujeres en sus directorios reportaban menos pérdidas. Ello ha dado pie para que, crecientemente, el aporte femenino comience a considerarse como un imperativo económico. A ello ha ayudado la  activa preocupación de la directora del FMI, Christine Lagarde, demostrando, además, que una mujer comprometida con los intereses de género puede hacer la diferencia. 

El concepto clave es womenenomics. Fue acuñado por Kathy Matsui y sus colegas del poderoso banco de inversiones Goldman Sachs y está centrado en números: a medida que crece la  participación de las mujeres en la economía se incrementa el PIB de los países. Al respecto, el Foro Económico Mundial muestra datos reveladores. La paridad de género en el empleo podría elevar el PIB de países como la UE en 12%;  Japón en 9% y Estados Unidos en 5%. A pesar de lo contundente de estas cifras, un reciente estudio del FMI mostró que, aunque con  mejoras, el progreso hacia la igualdad de condiciones económicas para las mujeres se ha estancado. Esto se traduce en un menor crecimiento económico, que llega hasta 27% menos del PIB per cápita en algunos países, según dicho organismo. 

¿Cuánta es la riqueza que Chile pierde por dejar fuera de la fuerza laboral a más del 50% de sus mujeres y por el hecho de que, en los directorios empresariales, haya sólo 19 mujeres entre 331 directores? En el debate sobre la productividad, la capacidad de las mujeres puede ser un eslabón tan descuidado como el que advirtió Anibal Pinto en Chile, un caso de desarrollo frustrado: la caída del boom del salitre encontró al país sin una política industrial.  

Es de esperar que el estudio que la subsecretaría de Economía se encuentra licitando para determinar las brechas de género que impiden una mayor participación laboral de las mujeres sea un insumo importante para debatir la estrategia de desarrollo y, con ello, avanzar hacia una economía más inclusiva.

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