Por Marcela Escobar Marzo 19, 2015

Ningún momento es un buen momento para enterarte de que sufres de alzheimer. Pero cuando eres todavía un adulto activo, cuando sumas 50 años, estás trabajando, tus hijos son niños o muy jóvenes y no está en tus planes olvidarte de quién eres, resulta evidentemente el peor de los momentos.

No por nada el alzheimer es, por estos días, uno de los males más temidos: solo en Chile afectaría a unas 200 mil personas. Cada tanto hace noticia porque alguien más o menos famoso muere víctima de la enfermedad. Sucedió con García Márquez y hace pocos días con el escritor de ciencia ficción Terry Pratchett. Ambos, claro, superaban los 80 años. Si a un adulto de 50 se le diagnostica esta demencia, se le está anunciando que vivirá quince o más años sumido en el olvido. Un dilema como este es el que retrata Siempre Alice, la película que le valió un Oscar a Julianne Moore en su papel de una doctora en lingüística a la que le detectan alzheimer precoz. La historia se basa en la novela que publicó Lisa Genova en 2009 y que, como suele ocurrir, es mucho mejor que el filme, especialmente en la profundidad con la que aborda esa bomba que explota al interior de la familia cuando Alice Howland le cuenta a su esposo y a sus tres hijos que está enferma. A él le cuesta asumir que su mujer, una de las mentes más brillantes de Harvard, es incapaz de sostener las rutinas que solían compartir: ya no puede salir a trotar sin temor a perderse y es muy posible que olvide los nombres de quienes comparten con ella la mesa. Los hijos, en tanto, deben enfrentar otra verdad feroz: es altamente probable que hereden el mal. Hoy ya existe la tecnología médica que permite predecirlo.

La historia de Alice es ficción pero se acerca rigurosamente a la realidad. Los médicos no consiguen ponerse de acuerdo en las razones que han llevado a un aumento en el diagnóstico del alzheimer precoz, pero es un hecho que ya no es válido asociar la enfermedad sólo a los viejos. Aunque no se les hace fácil distinguirlo de otros males como la depresión, algunos sostienen que la medicina ha afinado la detección del mal, que se presenta en estos adultos jóvenes de la misma forma en la que ataca a los más ancianos: pérdida de memoria y funciones cognitivas, desorientación, cambios en la conducta. Otros creen que es un signo de los tiempos. Factores como la obesidad, el estrés y el sedentarismo, entre otros, influirían en la aparición temprana del alzheimer: harían del cerebro una máquina menos aceitada, apagarían el parpadeo de las neuronas, sacarían del camino a quienes, de a poco, dejan de ser quienes eran.

Si el alzheimer era un desafío cuando se trataba de una enfermedad de ancianos, lo será todavía más al afectar a población laboralmente activa. Deberán lidiar con una patología invalidante que los jubilará de manera anticipada. Sus familias tendrán que hacerse cargo de lo doméstico: intervenirlos económicamente, vestirlos incluso. ¿Será reconocida como una enfermedad AUGE? Los médicos insisten en que la única forma de saber certeramente si se trata de alzheimer es a través de un análisis post mórtem de la corteza cerebral. Antes de eso, sin embargo, las víctimas del mal deberán aprender a vivir de otra manera. A no perderse en el olvido. A mantenerse, como sea, en el aquí y el ahora. Mucho antes de convertirse en viejos.

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