Por Felipe Hurtado H. Febrero 26, 2015

“Tenemos un puntero que no marca goles, que no cabecea y no hay ninguna posibilidad de que haga un tacle defensivo, pero es el mejor puntero que jamás hayas visto”. Ese era sir Stanley Matthews, en palabras de Harry Johnston, con quien compartió el camarín de Blackpool durante 14 años.

El legendario alero derecho podía sacar de quicio a veces. Su soberbia podía ser un problema. Que no le gustara soltar la pelota, otro. Pero la historia no lo recuerda por sus falencias, sino por sus virtudes y capacidades físicas, que le permitieron ininterrumpidamente vestirse de corto hasta los 50 años, algo que nadie más ha podido hacer.

Ha pasado medio siglo desde que sus maltrechas rodillas lo forzaran a cerrar su carrera de 33 años, el 6 de febrero de 1965, vistiendo la camiseta de su querido Stoke City. Una decisión de la que luego se arrepentiría: “Me apresuré, tenía para un par de temporadas”.

Matthews, cuyo centenario también se conmemoró este 2015, era de esos futbolistas que llenaban la cancha. Un virtuoso que disputó los Mundiales del 50 (contra Chile estuvo en la banca), y el 54, fue elegido dos veces el mejor jugador de la liga y se llevó el primer Balón de Oro de Europa, además de aparecer 11º en la votación de los expertos para elegir al más grande del siglo XX.

Fue también un adelantado y, para muchos, el primero en preocuparse de su estado físico. Comenzaba a ejercitarse en casa, luego continuaba en la playa y desde ahí se iba al entrenamiento. 

Como vegetariano, era celoso de su alimentación. Se tomaba un vaso de jugo de zanahoria al día y antes de cada partido bebía un brebaje vitamínico de su autoría.

Había otros detalles que atendía el mago del drible. En una época de botines pesadísimos, se mandó a hacer unos más ligeros a una zapatería en Northampton. Le duraban apenas tres partidos, pero le daban lo que buscaba: ser el más rápido en los metros finales, donde su regate endiablado era un espectáculo y justificaba la entrada.

A diferencia de otros magos, no bebía alcohol. El único sorbo que recordaba fue uno de champaña luego de ganar la FA Cup de 1953 con Blackpool, una definición histórica que su equipo perdía 3-1 frente a Bolton Wanderers, pero que dio vuelta gracias al triplete de Stan Mortensen y a una notable actuación suya, incluido el centro para el 4-3 cuando el duelo se moría. Al encuentro se le conoce como “la final de Matthews” y ahí, después de dos intentos fallidos, cumplió la promesa que le había hecho a su padre antes de morir.

El primer futbolista en ser nombrado caballero aún en actividad, marcó varios hitos en su última década como profesional. Fue seleccionado inglés hasta los 42, ayudó a Stoke City a ascender con 48 y anotó en la FA a los 49.

La trascendencia de Matthews no sólo se remite a su juego. Después de una frustrada carrera como técnico, recorrió el mundo y encontró en Sudáfrica una tierra fértil. En pleno apartheid, formó en Soweto un equipo conocido como los Stan’s Men, donde le decían el “hombre negro con cara blanca”.

Tras su muerte, el 23 de febrero de 2000, su legado social continúa gracias a la fundación que lleva su nombre, que ayuda al desarrollo deportivo de jóvenes con escasos recursos.

Su marca en el fútbol es aún más indeleble, sin importar si el japonés Kazuyoshi Miura, con contrato con el Yokohama FC hasta los 48 años, se decide a ir por el registro del notable inglés.

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