Por Edmundo Paz Soldán, desde Nueva York Febrero 12, 2015

Al mentir con respecto a un incidente de hace más de diez años, durante la guerra en Irak, Brian Williams, uno de los más importantes presentadores de noticias de la televisión norteamericana, cayó en desgracia en menos de una semana. Su suspensión de seis meses por parte del canal NBC es un duro golpe del cual le será difícil recuperarse.

Al “recordar” equivocadamente que su helicóptero recibió el impacto de granadas propulsadas por un lanzacohetes, Williams también afectó el poco prestigio que le quedaba a un puesto amenazado de irrelevancia desde hace un buen tiempo. Durante la segunda mitad del siglo XX, el presentador de noticias de la televisión fue central en la cultura norteamericana. A través de él la gran mayoría se enteraba de los acontecimientos; durante la guerra de Vietnam, Walter Cronkite elevó el puesto a una altura legendaria y creó el estándar: el periodista debía tener altura moral no sólo para dar las noticias, sino también para tomar una postura crítica. Fue a través de Cronkite que la gente se enteró que el discurso triunfalista del gobierno era falso y que en realidad Estados Unidos estaba perdiendo la guerra.

Williams era el presentador de noticias “serio” más conocido de la generación de periodistas que se consolidó durante el gobierno de George W. Bush. Eran tiempos de las guerras en Afganistán e Irak, de la búsqueda desesperada de Osama Bin Laden. Williams, como tantos otros, se envolvió en la bandera y contribuyó a diseminar la información que le convenía al gobierno. En la caza por el rating, el presentador también se convirtió en parte del espectáculo: era normal verlo en uniforme de combate y botas, despachando desde el lugar de los acontecimientos. Que Williams haya mentido con respecto a su participación en la guerra es síntoma de un mal mayor: muestra que, para legitimarse a ojos de la gente, al periodista ya no le es suficiente con relatar lo ocurrido; también quiere reclamar la parte de heroísmo que le corresponde.

Los años post 11 de septiembre fueron delicados para el país, y muchos medios periodísticos eligieron no criticar al gobierno cuando este afirmó, entre otras cosas, que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva. Primó la idea de que dudar del gobierno era no ser patriótico. Esa falta de postura crítica contribuyó a que muchos televidentes buscaran las noticias en otras partes y abandonaran a los presentadores de noticias “serios”. Ahí apareció la figura del comediante Jon Stewart, que, desde el Daily Show, su show de noticias en el canal de cable Comedy Central, mostró que era posible ser crítico con el gobierno y burlarse de los poderosos. Hoy, al mismo tiempo que Williams es sancionado, Stewart anuncia su retiro a fin de año. Está claro que el vacío difícil de llenar no será el de Williams sino el de Stewart.

La caída de Williams ocurre en un momento de grandes cambios, cuando internet se consolida como el medio preferente  para la información. Fue a través de un post en Facebook que comenzaron los cuestionamientos a  Williams y su historia del helicóptero. Esas redes crueles amplificaron la crítica y se burlaron sin piedad del periodista caído. Los grandes hoy deben someterse al escrutinio implacable de un público que te puede destrozar con apenas 140 caracteres. Ese público quiere circo, es cierto, y es el que encumbra a los héroes que luego destroza. Es la “lógica del coliseo”, como ha dicho un crítico. Pero los periodistas podrían elegir no participar del circo, o hacerlo con una mirada crítica, sin perder cuál es o debería ser su objetivo central.

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