Por Sebastián Rivas, desde Chicago Octubre 2, 2014

“Apoyen a la democracia en Hong Kong y prevengan una segunda masacre de Tiananmen”. La petición estaba en “We the People”, uno de los orgullos tecnológicos de Barack Obama: un sitio web que obliga a la Casa Blanca a responder oficialmente cualquier consulta que obtenga más de 100 mil firmas en un mes. El fin de semana pasado, en medio de las noticias de la “revolución de los paraguas”, la petición se disparó hasta sumar casi 197 mil firmas, una de las más apoyadas en la historia de la plataforma. Todo al mismo tiempo que los medios estadounidenses seguían paso a paso los acontecimientos y que las fotos de las protestas -con decenas de miles de personas en las calles- se difundían por Twitter, Instagram y Facebook.

La respuesta llegó el martes, con un comunicado de tres párrafos en que la Casa Blanca defendía principios generales, como la libertad de reunión y de expresión, y el apoyo al sufragio universal, “con el mayor grado posible de autonomía”. Palabras que fueron cautelosas, y una muestra de lo complicado que es para Obama cualquier movimiento que lo lleve a enfrentarse con China. Un escenario que ha mantenido durante sus seis años de mandato, y que además tiene como trasfondo el recelo de Beijing sobre cualquier comentario sobre asuntos que considera como internos del país.

La postura fue muy diferente a la de hace dos semanas, cuando Obama sorprendió a propios y extraños con un duro tono en su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, donde reivindicó el rol de Estados Unidos en el orden mundial y cuestionó al ISIS afirmando que “el único lenguaje que entienden asesinos como éstos es el lenguaje de la fuerza”, una frase que recordó las intervenciones de su antecesor, George W. Bush. Y también muy distinta a las permanentes críticas a Rusia por su actuación en Ucrania, otro de los problemas internacionales de este año.

En el caso de China, el mandatario ha optado por un modelo más cercano a la diplomacia blanda. Una muestra: en marzo pasado, Michelle Obama viajó con sus dos hijas a Beijing para conocer más la cultura de ese país. Cuando por esos mismos días el presidente estadounidense se reunió con Xi Jinping en Holanda, brindó por lo que llamó “un nuevo modelo de relaciones” entre ambos países. No sólo eso: en su última frase, reconoció que era justo decir que los lazos bilaterales eran probablemente de los más importantes de todo el mundo, un reconocimiento explícito al poder global que Beijing ha ganado en las últimas décadas.

Por eso, no sorprendió que el lunes el consulado de ese país en Hong Kong emitiera un comunicado remarcando su apoyo a la libertad de reunión, pero en el que se recalcaba que “no tomamos partido” en la controversia. Y que en la misma línea, el miércoles, John Kerry, el secretario de Estado, máximo encargado de la diplomacia estadounidense, recibiera en Washington, tal como estaba planeado, a su contraparte china, Wang Yi, recalcando la postura oficial: pedir el mayor grado de autonomía y el respeto a los derechos fundamentales. El canciller chino, por su parte, marcó la línea de su país: “Los asuntos de Hong Kong son asuntos internos de China y todos los países deben respetar nuestra soberanía”.

Aun cuando las voces que piden a Obama una postura más firme van en aumento, hay un factor que varios expertos en China han marcado en los últimos días. Pese a que las protestas son un nuevo factor y que su resultado es impredecible, hay quienes ven que la supuesta debilidad de la Casa Blanca puede en verdad ser una ayuda para los manifestantes, quitándole a Beijing el argumento de la intervención extranjera. Así lo definió Benjamin Carlson, un ex editor de la revista The Atlantic y que hace años trabaja en Hong Kong: “Si Estados Unidos quiere darle a los manifestantes pro democracia en Hong Kong una oportunidad de ganar la atención de Beijing, la mejor cosa puede ser mirar de cerca, pero permanecer tranquilo”.

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