Por Francisco Sagredo Septiembre 25, 2014

El negocio del fútbol que no deja de rodar. Alemania, flamante campeón del mundo, ya jugó por las clasificatorias para la Eurocopa de Francia 2016. En Sudamérica todos se preparan para la Copa América y las eliminatorias, y en el mundo se discute del calor que azotará la cita en Qatar.

Según Theo Zwanziger, miembro del Comité Ejecutivo de la FIFA, “finalmente el Mundial no se celebrará en Qatar. Los médicos dicen que no pueden hacerse responsables por las condiciones de calor extremo del verano qatarí”.

Desde su designación como sede mundialista, a fines de 2010, el primer Mundial a disputarse en suelo árabe ha generado enorme polémica. La propia FIFA ha reconocido que hubo dirigentes que aceptaron sobornos en “petrodólares” y los 46 grados de temperatura promedio en junio y julio, los meses en que tradicionalmente se disputan los Mundiales, convertirían en inhumana cualquier opción de alto rendimiento bajo el sol del Golfo Pérsico.

La lógica indica que el problema es de fácil solución: jugar en el invierno qatarí, entre los meses de noviembre y febrero, cuando las máximas fluctúan entre los 25 y los 32 grados.

Sin embargo, en el universo FIFA hace décadas que la lógica del sentido común no es la base de la toma de decisiones y el planeta fútbol gira en torno a un solo criterio: la rentabilidad económica.

Se ha instalado como un dogma estrujar hasta la última gota de sudor de las grandes estrellas, equipos y selecciones. Todo, obviamente, a cambio de multimillonarios contratos que invitan a forzar al máximo el calendario.

El capitalismo futbolístico a ultranza es la barrera con que choca la obviedad de trasladar al invierno árabe la Copa del 2022 . Pero ese cambio lógico alteraría la aceitada máquina de facturación, obligando a la FIFA y sus asociados a reacomodar calendarios, renegociar contratos publicitarios y millonarios derechos televisivos que ya están pagados, y en muchos casos, gastados incluso.

Hoy, a la luz de la polémica que gira en torno al calor de Qatar, las principales autoridades del fútbol internacional prefieren el escándalo de quitarle la Copa a los árabes antes que reprogramarla, tal como ha declarado el presidente de la UEFA, Michelle Platini.

En Europa, y en todo el mundo en realidad, el calendario anual está copado por las competencias locales y continentales, las millonarias giras de pretemporada y las limitadas semanas de vacaciones que permite la rentable caja registradora futbolera.

Este año a la Copa del Mundo, por lejos el evento futbolístico más trascendente, las principales estrellas planetarias llegaron reventadas físicamente. La FIFA no está dispuesta a modificar calendarios, ni siquiera una vez cada cuatro años para potenciar su máxima fiesta. Acá lo que importa es la facturación. A nadie le interesa cuidar la materia prima, los principales insumos: los futbolistas y el juego.

A Brasil Cristiano Ronaldo llegó con 65 partidos jugados por el Real Madrid y la selección portuguesa en la temporada 2013-2014. En el mismo período Lionel Messi entró a la cancha 58 veces; Arturo Vidal, 61; Wayne Rooney, 53; y así un largo etcétera.

La línea industrial de producción futbolística no puede parar. No importa si hay que jugar un Mundial en el infierno árabe o si a os meses de terminada una Copa del Mundo las selecciones ya están compitiendo nuevamente.

Da lo mismo si la oferta satura, si el espectáculo se torna reiterativo o si las condiciones no son las óptimas. Lo que vale es que la pelota no pare de rodar. O de facturar en realidad.

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