Por Diego Zúñiga Septiembre 11, 2014

Han pasado ya casi diez años desde la muerte de Susan Sontag y todavía su figura no ha sido reemplazada. Porque Sontag no sólo representaba a ese intelectual norteamericano que es capaz de mirar con lucidez y dureza a su propio país, sino que era, por sobre todo, una lectora deslumbrante, cercana.

No parece que hayan pasado diez años, pero dos libros que acaban de llegar a librerías chilenas nos lo recuerdan: Susan Sontag. La entrevista completa en Rolling Stone, de Jonathan Cott publicado por primera vez en español (Ediciones UDP), y Siempre Susan. Recuerdos sobre Susan Sontag, de Sigrid Nunez (errata naturae). Un libro de entrevistas y una semblanza que ahondan en la intimidad de Sontag para hablarnos de su vida, de sus obsesiones, sus defectos y esa curiosidad infinita que nunca dejó de tener: podía ser una película de Ozu o un libro de Sebald, podía ser el cáncer o la fotografía, podía ser su vida, los recuerdos de esa infancia que nunca valoró, sus relaciones amorosas, el estrecho vínculo que tuvo con su hijo, el deseo irremediable por ser considerada una escritora y no sólo una intelectual.

Las certezas y las dudas de la mujer que valoró la obra de Bolaño antes de que se convirtiera en un boom en Estados Unidos. Una lectora adelantada, siempre fue eso Sontag, pero también una escritora que logró transitar entre la alta y la baja cultura con absoluta naturalidad: “Eso es lo que hacen los escritores: prestar atención al mundo”, le dice a Cott, y un momento después agrega: “Creo mucho en la historia, que es algo en lo que la gente ha dejado de creer (…). De modo que cuando voy a ver un concierto de  Patti Smith lo disfruto y lo aprecio, participo y conecto mejor con él porque he leído a Nietzsche”.

Ésa es la escritura y la mirada de Sontag: un cruce entre ambos mundos, consciente de que esas conexiones le permitieron leer de forma más lúcida el presente.

Sigrid Nunez vivió un par de años junto a Sontag y su hijo -quien fue su pareja-, entre los años 1976 y 1978. A partir de esos recuerdos va transitando por la vida de la norteamericana, en una relación de maestra y discípula en la que logra mostrarnos a una Susan Sontag en su cotidianeidad: una mujer que no le gustaba cocinar, que odiaba el maquillaje, a quien no le gustaba trabajar, pero que no se cansaba nunca de pensar: “No recuerdo ni un solo libro de los que me recomendó  que no me alegrase haber leído”, dice Nunez, quien nos habla de una mujer compleja y absolutamente fascinante. Una figura irremplazable. Una intelectual que nunca dejó de estar conectada con los lectores.

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