Por Sebastián Rivas Agosto 28, 2014

Ninguno tiene más de 13 años, pero la semana pasada se convirtieron en héroes e íconos para una ciudad. El lunes, el aeropuerto Midway de Chicago estaba repleto para dar la bienvenida al equipo de béisbol Jackie Robinson West, que se coronó como el campeón estadounidense de la Little League, un afamado torneo de niños que se juega hace 75 años y que es transmitido en directo a todo el país por cadenas como ESPN.

El triunfo era mucho más que eso. El equipo está compuesto por niños vulnerables del South Side de Chicago, una de las zonas más estigmatizadas de la ciudad y que por décadas ha sido puesta como ejemplo de la segregación urbana. El nombre tampoco es casual: Jackie Robinson fue el primer jugador afroamericano en llegar a las Grandes Ligas de Béisbol en la década de 1940, aunque para eso tuvo que soportar hostigamientos, desprecios y agresiones. Más aún, era primera vez en 30 años que el título quedaba en manos de un equipo compuesto sólo por niños de raza negra. Una historia hecha en bandeja para Hollywood, y que disparó el rating del torneo, 71% más que en 2013.

El presidente Barack Obama llamó al entrenador para decirle que estaba “orgulloso” de su esfuerzo, y las cadenas locales transmitieron en directo la llegada del equipo. En los bares, los televisores permanecían prendidos. La sonrisa de los niños copaban las pantallas y los noticieros. La historia de esfuerzo y superación pareció por un instante unir a una ciudad, y tal vez a un país, detrás de ideas comunes.

Uno de los jóvenes jugadores, Marquis Jackson, respondió así cuando le preguntaron cuál era, según él, el motivo de tanta expectación: “Creo que es porque somos niños afroamericanos del South Side”, aseguró sin un atisbo de duda. “Hay mucha gente de esa zona, y desde allí no vienen sólo cosas malas. Algo bueno puede salir desde el South Side de Chicago, y punto”.

Pero es difícil olvidar que ese mismo lunes en la mañana, a 500 kilómetros de distancia, se realizó el funeral de Michael Brown, el joven de 18 años que murió por disparos de un policía en Ferguson, un suburbio de Saint Louis similar en pobreza y segregación al South Side de Chicago. La muerte de Brown, al revés que la historia de los niños beisbolistas, generó reacciones contrapuestas, polémica en los medios y recordó a los estadounidenses las dificultades que aún hoy enfrentan como sociedad al hablar de temas como raza y discriminación.

Nadie lo dijo más claro que Dave Zirin, uno de los columnistas de The Nation, quien fue durísimo en su análisis al comparar ambos hechos y la reacción de la ciudadanía: “Hay largas partes de este país que aman a la cultura negra, pero odian a las personas afroamericanas”, escribió.

Probablemente nadie estaba pensando en eso cuando el miércoles los niños, en su nuevo sitial como héroes deportivos, recibieron un honor sólo reservado para los grandes triunfos: un desfile triunfal que los guió desde su campo de béisbol, en el sur de Chicago, hasta el céntrico Millenium Park, epicentro neurálgico de la ciudad. El alcalde demóctrata, Rahm Emanuel -ex mano derecha de Obama y quien enfrenta una compleja batalla para ser reelecto en febrero del próximo año-, se vistió con los colores del equipo para dar un discurso en que resaltó al equipo como un ejemplo de que incluso una ciudad tan diversa puede unirse detrás de grandes gestas.

Pero las preguntas incómodas siguen ahí, latentes y visibles. Mary Schmidt, columnista del Chicago Tribune, lo sintetizó con una gran incertidumbre: qué pasará cuando estos pequeños niños beisbolistas crezcan. Lo decía en alusión a que, en los mismos días de la Little League, un niño de 9 años había sido asesinado a pocas cuadras del lugar donde usualmente entrena Jackie Robinson West. Pero también sobre la reacción que tendrán quienes hoy los alienta por la televisión en unos años más. “¿La gente que hoy encuentra que ellos son unos niños adorables tendrá miedo a encontrárselos en la calle cuando sean mayores?”, era su reflexión.

Porque el tema va más allá de dos episodios. El lunes en la noche, cuando aún no se acababan los ecos de las celebraciones, Chicago vivió una jornada violenta, con dos muertos y diez heridos a bala. Varios de los enfrentamientos fueron en el South Side, la zona de los niños beisbolistas. El crudo choque entre el mundo de estrellas y la realidad, a un par de cuadras de distancia.

Precisamente a eso apuntaba Schmidt en su columna cuando esgrimía que hay factores culturales históricos contra los que luchar, y que la segregación territorial entre razas es un tremendo enemigo para intentar una mejor sociedad. “Jackie Robinson West y Ferguson son parte de la misma historia”, señalaba ella en su argumento. “Es esa parte de la historia estadounidense que ha dejado a nuestras ciudades racial y económicamente segregadas, y en el proceso ha impulsado a la policía y los jóvenes afroamericanos a pelearse entre sí”.

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