Por Facundo Fernández Barrio, desde Buenos Aires Julio 3, 2014

Amado Boudou alza los dedos en V. A punto de ingresar a tribunales para declarar ante un juez federal por un caso de corrupción, el vicepresidente hace el gesto que alguna vez significó “Perón vuelve” o “Perón vive”. Hoy, entre el índice y el mayor de Boudou, la V no significa nada. El vice ni siquiera es peronista de origen: se formó políticamente en la UCeDé, cuna del neoliberalismo criollo. Pero ahora las circunstancias le exigen el gesto triunfal: los camarógrafos se agolpan en las puertas  para transmitir en directo el trago amargo que dará el kirchnerismo. Detrás de las vallas, cientos de militantes vitorean al “compañero Amado” y cantan contra Clarín, como si esto también fuera aquello. El ánimo dura poco: apenas Boudou entra a declarar, la concentración que parecía espontánea se esfuma. Dentro del edificio, el grito  de una señora le recuerda que, para una buena parte de la opinión pública, lo suyo ya es cosa juzgada: “¡Sos un ladrón!”.

Tres semanas después, el magistrado Ariel Lijo procesó a Boudou por cohecho y negociaciones incompatibles con la función pública en el marco de la llamada causa Ciccone. Se trata del primer vicepresidente procesado en la historia argentina. El juez lo acusó de haber utilizado su influencia como ex ministro de Economía para salvar de la quiebra a la empresa privada Ciccone Calcográfica, poseedora del monopolio de la impresión de billetes. A cambio, se habría quedado con el porcentaje mayoritario de las acciones de la compañía a través de un testaferro.

Boudou logró algo impensado seis años atrás: convertirse en un vicepresidente tan problemático para Cristina Fernández de Kirchner como Julio Cobos, el radical que propinó una derrota histórica al oficialismo en su batalla con el sector agropecuario en 2008. En un par de años, “Aimé” Bodou pasó de ser la esperanza  del kirchnerismo para suceder a CFK a un lastre para el gobierno en su momento de mayor fragilidad desde 2011. En el camino, la desconfianza hacia él fue creciendo a la medida de su estética noventera y reñida con la épica del discurso K. La pasión por las motos y las guitarras eléctricas, su romance con una joven periodista, su residencia en el exclusivo barrio de Puerto Madero y otras excentricidades no lo ayudaron. Y si todo eso no parecía suficiente para arruinar su carrera política, la causa Ciccone sí lo fue.

El caso Boudou revela cierto estado general de las cosas en la política argentina. El procesamiento del vicepresidente habla de un eventual fin de ciclo: por primera vez en once años de gestión K, la justicia se animó a avanzar contra un funcionario de primerísima línea. La relación de CFK con un vasto sector de la “corporación judicial” -así la llama la Presidenta- ha sido mala desde la guerra cautelar con el Grupo Clarín por la ley de medios. Si las togas olfatean un inminente final del kirchnerismo puro, el proceso contra Boudou podría sentar un precedente muy negativo para el gobierno.

“Es una discusión perturbadora que sigo con angustia cívica democrática”, ha reconocido el intelectual kirchnerista más respetado, Horacio González, sobre Boudou. Pero no todos los actores abordan el tema con tanta honestidad intelectual. Cada cual atiende su juego. Mientras el show televisivo oficialista 678 defiende ciegamente al vice e ignora la sólida evidencia que lo liga a Ciccone, el diario Clarín lo “condenó” mucho antes de que el juez dictara su procesamiento.

En más de dos años, CFK no ha pronunciado ni media palabra sobre las acusaciones a su vicepresidente. Una de las preguntas a las que la investigación judicial aún no dio respuesta es: ¿Boudou actuó por cuenta propia? ¿O recibió una orden política para adquirir una empresa estratégica? A fin de cuentas, el peronismo -ese de los dedos en V- siempre fue vertical.

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