Por Juan Andrés Fontaine C., desde Beijing Mayo 29, 2014

A 17 kilómetros del centro de Beijing se encuentran las instalaciones construidas para las olimpiadas, que el año 2008 se realizaron en la capital china. Su origen se remonta al 13 de julio del 2001, cuando el Comité Olímpico decidió que realizaría la versión del 2008 en Beijing, en desmedro de las otras ciudades en competencia: París, Toronto, Osaka y Estambul. Inmediatamente se llevó a cabo una enorme operación, que incluyó el traslado de una población de aproximadamente 600 mil personas para generar espacio en la ciudad. Se levantó el famoso Estadio “Nido de Pájaro”, diseñado por los arquitectos suizos Jacques Herzog y Pierre de Meuron, se ideó una nueva piscina para las competencias acuáticas y se construyó un Centro de Saltos. Además, se implementó una gran avenida y se extendieron las líneas del metro para facilitar el acceso. Todo esto, según las autoridades chinas, implicó una inversión de aproximadamente dos mil millones de dólares. El “Nido de Pájaro” costó alrededor de 500 millones de dólares en un país que el 35,9% de la población vive con un monto de entre 1 y 2 dólares al día (reporte ONU, período 2007/2008), y después de las olimpíadas sólo ha sido usado cuatro veces.

¿Se justificó realmente toda esta inversión?

La pregunta cobra relevancia ad portas del inicio del Mundial de Fútbol Brasil 2014, y para responderla hay que visitar las instalaciones olímpicas: evidentemente, una infraestructura abandonada habría sido evidencia concreta de fondos mal utilizados. Pero  la escena es muy diferente. A medida que uno avanza por la impresionante avenida de acceso, ésta se transforma en un mercado. Cientos de puestos vendiendo volantines, cometas, réplicas de los estadios y medallas, puestos de comida, etc. Miles de personas visitan diariamente la ciudad olímpica y, orgullosos, se fotografían en todos sus rincones.

En cierto sentido, se parece a la Gran Muralla China: ambos son símbolos del imperio y poderío chino. La muralla no perdió su valor cuando ya no hubo necesidad de contener a los mongoles por el Norte, así como el “Nido de Pájaro” no está exactamente en desuso si sólo realiza un evento cada año y medio. Ambas estructuras están completamente vigentes ya que su función era mucho más importante, era (y es) un mensaje para el resto de los países que sigue vivo.

Ése es el desafío de Brasil para este Mundial: transformar esta inversión en un símbolo de unión nacional. Un mensaje para el mundo que lo haga sentir orgulloso.

No va a ser tarea fácil, dado que justamente el enorme costo del Mundial es motivo de las encendidas protestas populares que preocupan a los organizadores. Es, en ese sentido, un todo o nada: o Brasil aprovecha una enorme oportunidad, o genera el escenario ideal para que estalle un conflicto social aún mayor.

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