Por Antonio Díaz Oliva, desde Cartagena de Indias Abril 17, 2014

Mi viaje comienza con un objetivo claro: conseguir una copia de Textos costeños, los dos volúmenes que reúnen la obra periodística de Gabriel García Márquez, o un nuevo ejemplar de Crónica de una muerte anunciada, esa novela -¿novela?- que mezcla periodismo y ficción y confirma que los mejores libros no tienen género. Pero nada. Llevo cuatro días en Cartagena de Indias y cada vez que pregunto por libros del Nobel me va mal. En otras palabras: en la ciudad donde García Márquez se forjó como periodista, donde todavía tiene una casa, donde, por supuesto, todo el mundo lo llama “Gabo”, conseguir sus libros es difícil. Casi imposible.

En la Nacional y Ábaco -las dos librerías que todos los cartageneros me recomiendan- está casi entera la obra de Mario Vargas Llosa. De García Márquez, en cambio, el catálogo es reducido. Están las ediciones Norma, que bordean la estética escolar y, por lo demás, no muy económicos. Uno encuentra más en el área en inglés o en el estante de no-ficción: me entretengo con la monumental biografía que Gerald Martin escribió sobre el colombiano y después veo Gabito, el niño que soñó Macondo, un título que suena a literatura infantil, aunque realmente son las memorias de una de sus hermanas.

Una explicación a la poca presencia literaria de García Márquez en su propia tierra está en el manejo de Norma, la editorial que controla su catálogo. Juan Gabriel Vásquez, otro escritor colombiano, se refirió hace poco sobre el mismo tema: “Desaparecida la editorial -así como los responsables de la antigua y maravillosa colección literaria-, lo que queda es solo una gigantesca maquinaria de distribución que, con la rentabilidad como religión, se ha dedicado a imponer condiciones asesinas a los libreros independientes”, escribió en El País.

“Que sus libros casi no se puedan encontrar es tema que muchas veces hemos hablado”, me dice Jaime García Márquez la misma mañana en que, además, todos los medios informan sobre la hospitalización de su hermano en México (días más tarde lo darán de alta). “Uno visita Cartagena y quiere llevarse una de sus novelas y hay pocas o no hay. Es casi macondiano”.

No muy lejos de ahí -aunque en un escenario más McOndo que Macondo-, turistas y locales capean el calor en un Juan Valdez y revisan sus teléfonos y tablets. A pocos pasos hay un vendedor de libros. “¿Qué busca?, ¿García Márquez”, me pregunta. Le respondo que sí y me pide que lo espere un momento. Minutos más tarde regresa con Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera. Son ediciones piratas y mal compaginadas; las portadas parecen una mala fotografía de un cuadro de Guayasamín. “Es lo que hay, amigo”. Busco otros puestos de libros en las calles y el resultado es similar: ediciones ilegales y de papel barato.

Regreso de Cartagena de Indias con sólo un libro de García Márquez en mi maleta. Se llama Gabo periodista y es una completa antología periodística -publicada por la fundación que lleva su nombre-, en la que escritores como Juan Villoro, Martín Caparrós, Jon Lee Anderson y otros escriben prólogos y semblanzas personales y seleccionan sus textos favoritos del escritor colombiano. Es un libro grueso, con fotos y de buen material, que sin duda debería venderse en toda América Latina y España. Lo devoro a lo largo de la misma semana en que las informaciones sobre la salud de García Márquez brotan, se multiplican y se contradicen. Que tiene cáncer. Que no. Que le queda poco. Que su hermana reza por él. Una proposición: por mientras, no vendría mal preocuparse por la salud de su obra.

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