Por Daniel Mansuy Marzo 27, 2014

Hace cuatro años, Christophe Guilluy, geógrafo francés cercano a la izquierda, publicó un libro llamado Fracturas francesas. En él, realizaba un detallado estudio de las metamorfosis y tensiones urbanas que ha vivido el país en las últimas décadas, a partir de la desindustrialización y la llegada masiva de inmigrantes. Guilluy constataba en su ensayo que los socialistas eran incapaces de atender estos fenómenos, y concluía que buena parte del electorado estaba abandonando a la izquierda para acercarse a una derecha populista y antieuropea. En esa lógica, el triunfo de Sarkozy en 2007 debe ser leído a partir de su capacidad para elaborar un discurso capaz de atraer al mismo tiempo a los moderados y a los extremos.

Pues bien, el resultado de las elecciones municipales del domingo pasado confirmó la tesis de Guilluy: el Frente Nacional no sólo ganó municipalidades en primera vuelta, sino que aumentó considerablemente sus porcentajes en muchas de las ciudades más importantes de Francia. Esto es una sorpresa porque, hasta ahora, la extrema derecha había logrado buenos resultados en elecciones nacionales, pero tenía una escasa presencia local. Quizás es muy pronto para decir que esta elección marca el fin del bipartidismo en Francia (como afirmó Marine Le Pen), pero es evidente que hay un punto de inflexión difícil de ignorar. La derecha tradicional también puede celebrar: a pesar de todos los escándalos que la han salpicado en las últimas semanas, logró resultados más que dignos.

Todo esto ha dejado al Partido Socialista, y en particular a François Hollande, en una situación muy precaria. Cumplidos casi dos años de su elección, el mandatario aún no logra articular un discurso convincente. Francia enfrenta desafíos cruciales, y Hollande no ha mostrado hasta ahora tener las herramientas para enfrentarlos. Muy socialista para ser un auténtico socialdemócrata europeo, y muy socialdemócrata para ser un socialista verdadero, el mandatario vive atrapado en los dilemas históricos de la izquierda francesa; pero sin la astucia legendaria de Mitterrand.

Es cierto que el PS tiene altas posibilidades de conservar la municipalidad de París, y también es cierto que el sistema electoral francés (que posibilita elecciones triangulares en segunda vuelta) le va a permitir limitar el desastre. Sin embargo, sería necio no ver en la abstención récord (38,7%) y en la pérdida brutal de votos un castigo severo a su conducción. De hecho, las derechas sumadas alcanzan un 55%, mientras que las izquierdas apenas se empinan sobre el 40%. Para peor, en dos meses son las elecciones europeas, que pueden ser aún más dramáticas para el oficialismo. Lo más probable es que Hollande se vea obligado no sólo a cambiar de primer ministro, sino también a redefinir su política. La dificultad es que casi no le quedan cartas en mano, y la situación económica no le deja ningún margen de maniobra. Tendrá que poner su mejor talento para no repetir en las próximas elecciones presidenciales el desastre del 21 de abril de 2002 -cuando el candidato socialista ni siquiera pasó a la segunda vuelta- ni convertirse en un mero paréntesis de la era Sarkozy, que espera el momento de su revancha.

Relacionados