Por Pablo Jamett, desde Londres Febrero 6, 2014

Esta semana, en la capital inglesa fue difícil eso de “keep calm”, y mucho más aquello  de “carry on”. La paralización de actividades de los trabajadores del Underground dejó a Londres sin su principal eje de transporte público, causando serios problemas viales.

Con el fin de mitigar el impacto de no contar con el “Tube”, las autoridades aumentaron el número de buses en las calles, recomendaron caminar en trayectos cortos y promovieron el teletrabajo, una medida acogida principalmente en “la City” -el centro financiero de la ciudad-  que no detuvo sus actividades, pero funcionó a media máquina.

Pese a los esfuerzos, el tránsito en horas punta fue sencillamente caótico. No hubo muchos bocinazos ni altercados entre automovilistas y los buses rojos. Más bien se respiraba un ambiente de rabia contenida exteriorizado en caras largas, la más pura reacción británica ante el desagrado.

A las 10 de la mañana, hora en que normalmente las personas ya llevan a lo menos hora y media de trabajo, los paraderos de buses continuaban atestados.

Fuertes vientos y una lluvia intermitente agregaron más dramatismo al regreso a casa. De hecho, el factor climático fue uno de los argumentos esgrimidos por el primer ministro, David Cameron, para evitar que el sindicato de transportistas, el Rail Maritime and Transport Union (RMT), llevara a cabo la huelga. Cameron calificó la medida de presión como “vergonzosa” y que causaría “sufrimiento a la gente que trabaja duro”.  En tanto, Boris Johnson -el alcalde de Londres- se enfrascó en una dura disputa con el líder de la agrupación, Bob Crow. En una transmisión radial en vivo, ambos se acusaron de tratar de negociar “con una pistola sobre la mesa”.

El eje del conflicto se origina en la decisión de las autoridades británicas de recortar casi 1.000 puestos de trabajo, básicamente eliminar la venta personal de tickets y optar sólo por máquinas, lo que reportaría un ahorro de US$ 81,5 millones con el que se pretende modernizar el tren subterráneo, que en 2013 cumplió 150 años de funcionamiento.

Transport of London, la empresa gubernamental que administra el “Tube”, ofreció cortar no más de 750 empleos. La respuesta de RMT fue negativa: no están dispuestos a aceptar recortes.

Muchos ya sacan cuentas negativas para la economía. El “Tube” no sólo transporta 1.290 millones de personas al año, además es una de las vías más expeditas para llegar a dos de los cinco aeropuertos de la ciudad. Al mismo tiempo, es una de las alternativas más rápidas para llegar a estaciones de trenes y buses que conectan la capital británica con el resto de Inglaterra y también el resto de Europa.

La Cámara de Comercio de Londres cuantificó en más de US$ 326 millones (200 millones de libras) el impacto negativo de la paralización, monto que podría incrementarse si la próxima semana concreta su promesa de repetir la huelga.

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