Por Benito Baranda, pdte. de América Solidaria Enero 23, 2014

La gran mayoría de los chilenos desea una sociedad más equitativa e integrada. La diferencia surge en cómo llegamos a ello, qué caminos son los más apropiados y exitosos, los menos amenazantes e injustos, aquellos que permiten construir sin generar inseguridad y aportando a la cohesión social y felicidad.

Sin embargo, durante más de dos décadas, y habiendo enfrentado de manera contundente el desarrollo económico, en algunas áreas sociales y la seguridad pública, perduran pendientes que nos amenazan, que impiden lograr ese anhelado sueño de una sociedad con mayor armonía, justicia y paz, donde efectivamente las personas -independientemente de dónde hayan nacido- puedan contar con oportunidades para desarrollarse y realizarse, y para que esto no sea privilegio de unos pocos.

Podemos enumerar  estos “pendientes sociales” que política, cultural, religiosa y económicamente nos ha resultado complejo enfrentar y resolver.

Actualmente existen dos ámbitos sociales que, si no los enfrentamos en el corto plazo y de manera integral, continuarán acentuando la “herida social”, alimentando el resentimiento y la exclusión. El primero son las políticas sociales para la inclusión de jóvenes socialmente excluidos, que no trabajan ni estudian: se habla de 600 mil en esta situación y de éstos, 200 mil no han realizado ninguna tarea laboral ni educación o capacitación en 18 meses. En segundo lugar está la urgente reforma a las políticas habitacionales, es decir, que por fin tengamos una ley de vivienda en la perspectiva de la integración social. Se han hecho interesantes esfuerzos en los últimos años; sin embargo aún existe un gran vacío en la ley.

Por otra parte, existe una demanda, tibiamente enfrentada, relativa a la necesidad de una política de desarrollo regional con una mirada más integral y una perspectiva de largo plazo. Asimismo, aún sufrimos por las estrategias deficitarias en la inclusión de los niños en la educación inicial o un trabajo más intenso en la estimulación oportuna, para no perder nada de la riqueza de cada uno de ellos.

Finalmente están los pendientes sobre los que se ha avanzado limitadamente, como la educación y el  interminable ir y venir de la educación básica y media con medidas contradictorias, sin consenso y cargadas de prejuicios. Ha costado construir políticas acumulativas en este ámbito y se siguen postergando las reformas más radicales. Aún seguimos presos de un mercado no competente y de opciones populistas segregadoras, como la beca profesor y los liceos bicentenarios.

El otro tema que calienta el clima social son las compensaciones económicas justas como fruto del trabajo, es decir, los salarios. ¿Pueden los bonos suplir la justicia? No lo creo, pues son una mala medida, de carácter netamente populista y que lo único que hace es una práctica de beneficencia.

Otra necesidad en la que se requiere una modificación es la medición y monitoreo de la situación social de Chile (medición de la pobreza y gestión de los programas sociales), para que sea más real, pertinente y fructífera.

Por último, resulta necesario desarrollarnos de manera integral y sostenible, con mayor armonía y paz social. No podremos lograrlo de manera aislada: estamos en un continente que cada día exige más una  integración desde lo económico, cultural, político y religioso, y Chile no puede darse el lujo de estar en una isla en relación al resto de los países. La cooperación internacional ayuda fuertemente a la superación de la pobreza y aún hay mucho trabajo por realizar, políticas que construir y acciones concretas de colaboración que se deben intensificar, intensionar y planificar.

En esta mirada de los  “pendientes sociales” es urgente comprometerse, actuar  y perseverar para que efectivamente logremos lo que soñamos y ambicionamos. El que afloja, pierde.

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