Por Evelyn Erlij, desde Croacia. Septiembre 17, 2013

¿Por qué la “Europa salvaje”? La pregunta sobre el apelativo que tenían los Balcanes intrigaba tanto al escritor y aventurero inglés Harry de Windt, que a comienzos del siglo XX viajó a esas tierras para conocer la respuesta. Su travesía por la llamada “Turquía europea” lo ayudó a resolver el misterio: “Porque la expresión describe exactamente los países turbulentos y sin ley que hay entre los mares Adriático y Negro”, escribió en su libro de 1907, en el que sobran alusiones al primitivismo, bandidaje, violencia y hasta vampirismo que supuestamente reinaban en la zona. Desde hace siglos, la región de la vieja Yugoslavia -antiguo límite entre los imperios austrohúngaro y otomano, tierra de revueltas, atentados y regicidios- arrastra un historial de prejuicios y estereotipos que se enraizaron aún más en el imaginario occidental después de las guerras brutales de los años 90. 

La historia, al parecer, está cambiando. Veinte años después del conflicto bélico, Croacia, ex república yugoslava, exhibe con orgullo en sus calles las banderas de la Unión Europea, de la que se convirtió en el miembro número 28 el pasado 1 de julio. La integración no implica ni el ingreso a la Zona Euro ni al espacio Schengen, pero es el primer paso de un país que, desde su independencia, ha explicitado su intención de acercarse al occidente europeo. Una gigantografía en el aeropuerto de Zagreb presume la noticia: “Croacia, UE” se lee, una frase que se repite en afiches repartidos por todo el país, hoy convertido en el destino turístico de moda en Europa. 

De los siete estados que podrían integrar la Unión Europea en los próximos años, cinco pertenecen a la ex Yugoslavia: Serbia, Bosnia, Kosovo -aunque no todos los miembros de la UE reconocen su independencia-, Macedonia y Montenegro. El afán de esta última nación por ser parte del club europeo ha rayado en lo insólito: un turista que intente cambiar dinero local no logrará hacerlo. Montenegro, independiente de Serbia desde 2006, no tiene moneda nacional y adoptó unilateralmente el euro sin ser miembro de la Unión Europea, una medida que exaspera a las autoridades de la comunidad y que probablemente deba abandonar para negociar su inclusión en el grupo.

Los requisitos para el ingreso de los países de la ex Yugoslavia a la UE implican reformas económicas, políticas y judiciales que garanticen, entre otras cosas, la erradicación de la corrupción y la colaboración en la captura de los criminales de guerra. Pero aunque a nivel político se quiera dejar atrás el pasado, basta inmiscuirse un poco entre la gente para comprobar que el rencor nacionalista aún existe: fotos gigantes de militares junto a la palabra “Héroe” se ven en las carreteras croatas, mientras que en el sur de Bosnia, la mayoría de las señaléticas de tránsito tienen las letras cirílicas borradas con spray negro, acto simbólico de rechazo a los serbios, que utilizan ese alfabeto.

Hoy, todos los gobiernos de la región concentran sus esfuerzos en alcanzar los estándares requeridos por la UE, incluso Serbia, uno de los más reticentes históricamente a acercarse a Europa Occidental. Cumplir con los criterios exigidos de democracia y economía de mercado depende de los gobiernos, pero olvidar los odios nacionalistas está también en los pueblos. El hecho de que miles de croatas hayan defendido en las calles al criminal de guerra Ante Gotovina en 2012 o que los serbios hayan hecho lo mismo en 2011 tras la captura del ex general Ratko Mladi? demuestra que el peso de la historia en los Balcanes sigue siendo más fuerte que el peso de la política.

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