Por José Manuel Simián Agosto 29, 2013

La elección del nuevo alcalde de la ciudad de Nueva York del 5 de noviembre marcará el comienzo del fin de una era de la ciudad: los 12 años en que ha sido gobernada por Michael Bloomberg. Y aunque el empresario haya encabezado la reconstrucción de la ciudad tras los atentados del 11 de septiembre, mantenido la baja de la delincuencia hasta hacerla la más segura de las grandes urbes de Estados Unidos, y sorteado con éxito el impacto de la crisis financiera de 2008, ninguno de los siete candidatos demócratas quiere aparecer como un continuista. Todos quieren iniciar una nueva era.

Quizás por eso la elección se presenta más abierta que ninguna en la historia reciente. La primaria demócrata -que, como suele ocurrir en el liberal Nueva York, funciona en la práctica como elección general- se realizará el 10 de septiembre, y las encuestas de opinión han tenido en los últimos tres meses igual cantidad de favoritos. Si en un principio la votación parecía carrera corrida para lapresidenta del Concejo Municipal Christine Quinn -potencial primera mujer y primera persona abiertamente homosexual en ocupar el puesto-, su liderazgo comenzó a tambalear cuando fue incapaz de conectar emocionalmente con los ciudadanos. Le salió al ruedo el ex congresista Anthony Weiner, pero éste también se desinfló a causa del resurgimiento del escándalo de cibersexo que le había costado su puesto en Washington. Y entonces, cuando las aguas estaban turbias y las primarias a menos de dos meses, la popularidad de Bill de Blasio, el actual defensor del pueblo de Nueva York, comenzó una trayectoria ascendente que nadie vio venir, y que mientras se escriben estas líneas lo tiene con más de 10 puntos porcentuales sobre Quinn.

Si De Blasio ha comenzado a ganarse los favores de buena parte de los neoyorquinos es, probablemente, por dos razones. Por una parte, ha sido el que ha articulado con mayor convicción y calma el descontento con las dos cosas que Bloomberg peor hizo en su mandato: el conseguir mañosamente (y contra la expresa voluntad del electorado) modificar la norma que le impedía ser reelecto para un tercer mandato; y el no haber sido capaz de borrar la impresión de que, si bien Nueva York es una mejor ciudad que antes, es también una en que las desigualdades económicas se han hecho más profundas. (De Blasio ha canalizado el descontento con propuestas como un impuesto a los más ricos para financiar más programas educacionales y de cuidado escolar gratuitos, además de formas de evitar que más hospitales se vayan a la quiebra, aunque ambas propuestas son de resultado incierto pues requieren apoyo de la legislatura estatal).

Por otra parte, y quizás más importante, De Blasio ha conseguido instalar en la imaginación de muchos neoyorquinos que él es como ellos, un tipo mitad común y mitad extravagante. (El suyo es un matrimonio bi-racial con una mujer que hasta conocerlo era activista lesbiana). Es decir, un tipo real y por ello creíble.

El apoyo a De Blasio ha surgido de las bases como la comunidad artística de la ciudad, que suele ser mucho más influyente que cualquier otro gremio  e incluso  que los respaldos de los periódicos. Cuando esta semana la campaña de De Blasio lanzó un video en que estrellas como Susan Sarandon, Harry Belafonte y Steve Buscemi lo ungían como su elegido, pareció que finalmente la ciudad había encontrado a su nuevo líder. 

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