Por Julio 11, 2013

El derrumbe del edificio Rana Plaza el 24 de abril, en Dhaka, Bangladesh, no fue la primera tragedia de su tipo en ese país, uno de los “paraísos” de la confección de ropa a bajo costo para las compañías occidentales, en virtud de su mano de obra barata y su legislación laboral deficiente. Pero las 1.129 personas que murieron aplastadas se transformaron en una alerta demasiado evidente para ignorar, incluso para los retailers que basan su éxito en el modelo de negocios de moda a precios accesibles para todos. Después de semanas de recriminaciones y tratativas, este lunes se anunció que 70 compañías habían llegado a un acuerdo que las comprometía con la seguridad de los trabajadores en ese país. Muchas de esas marcas operan en Chile (como GAP, H&M y  Walmart).

El caso del Rana Plaza es una buena oportunidad para hacernos conscientes de que todos podemos y debemos contribuir a una sociedad más justa. Todas nuestras elecciones conllevan responsabilidades. Si un par de pantalones puede costar alrededor de 10 mil pesos, debiéramos ser capaces de preguntarnos quién salió perdiendo en esa ecuación. 

En Chile, según un estudio de UNAB e Ipsos, un 74% de los consumidores declaran tener la intención de comprar productos que cuentan con atributos sociales y medioambientales responsables. Me pregunto dónde están esas personas y qué entienden por consumo sostenible. Al hablar de ese concepto, muchos ponen la lupa sobre las empresas y apuntan tanto a los impactos medioambientales de la fabricación, envasado y transporte de bienes, como en el resguardo social asociado a su cadena de valor, sueldos justos, condiciones laborales y erradicación del trabajo infantil, entre otros. Pero no podemos dejar de mirar al consumidor y a nosotros mismos, quienes jugamos un rol clave a la hora de perpetuar el sistema.

En definitiva, una cosa es la responsabilidad social de las empresas y otra es la responsabilidad ciudadana. No podemos exigir derechos si no estamos dispuestos a asumir también deberes. A la hora de comprar cada uno se hace cómplice y apoya el modo en que ese producto llegó a la tienda. En un mundo globalizado, con tanta información a la mano, no podemos pecar de ignorancia. Si no lo éramos, desde hoy podemos empezar a ser más conscientes, aportando cada día a la construcción de un futuro sostenible. El cambio no depende sólo de las empresas, sino de todos quienes toman decisiones de compra día a día.

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