Por José Manuel Simián Mayo 30, 2013

Muchos de quienes miraban la entrega de los Grammys en febrero se preguntaron quién era el viejo de barba y tocado de plumas que aporreaba un teclado  junto a los Black Keys. Ese extraño hombre era Mac Rebennack, aunque todo el mundo lo conoce como Dr. John.

En parte, Dr. John estaba ahí tocando con dos tipos que podrían ser sus nietos por una conexión formal: Dan Auerbach, cantante y guitarrista de los Black Keys, había producido su último disco, el sorprendente Locked Down, y esa noche se llevó un Grammy por la hazaña de haber hecho que Dr. John, el gato con más vidas de New Orleans, aprendiera un par de trucos nuevos. Pero la inesperada aparición del legendario pianista era sólo otro episodio en una de las historias más singulares de la música estadounidense.

Esa historia parte en New Orleans a comienzos de los 50, cuando era todavía un escolar. Ahí conoció y trabó amistad con Professor Longhair, pianista fundador del R&B local, mientras presenciaba el nacimiento del rock and roll cuando conseguía colarse -su padre arreglaba amplificadores- en sesiones de pioneros como Little Richard. Y con un pie en ambas tradiciones -la música fiestera y somnolienta de su ciudad y un rock que no pararía de evolucionar- Rebennack se lanzó en una ruta impredecible. Por una parte, se fundía con la tradición de su ciudad natal -que bien puede ser la ciudad más musical del mundo- actuando en sus clubes, produciendo y poniéndole guitarra a los discos de otros, y también grabando algunas canciones propias; por otra, vivía el lado más oscuro de la ciudad: se hizo adicto a la heroína antes de los 20 años y pagaba la droga con lo que ganaba regentando un burdel. Este camino lo llevó, entre otras cosas, a casi perder un dedo a causa de un balazo (lo que lo forzó a cambiar la guitarra por el teclado) y a pasar una temporada en una cárcel de Texas. Cumplida su condena, Renneback comenzó una nueva vida en Los Angeles, donde  su ruta sinuosa se cruza con la de músicos como los Mothers of Invention de Frank Zappa, a quienes acompañaría en su debut.

Por esa misma época, Rebennack inventó su alter ego, “Dr. John, The Night Tripper”, fusión de chamán psicodélico y hechicero vudú que cocinaba la mezcla inigualable de R&B orleaniano, funk y sicodelia que plasmó en su debut Gris Gris (1968). Durante los 70, su estatura no dejaría de crecer gracias a una seguidilla de discos magistrales -Dr. John’s Gumbo (1972) es todavía una de las mejores formas de entrar al mundo de New Orleans-, y sus servicios de sesión eran requeridos por gente como los Rolling Stones (tocó en Exile on Main Street), The Band (lo invitaron a The Last Waltz) o Van Morrison.

Tras pasar dos décadas más bien olvidables en los 80 y 90, la destrucción de su ciudad por el huracán Katrina en 2005 pareció inyectarle nueva vida, que se tradujo en discos brillantes como Mercernary (2006) o la cruza de funk orleaniano con jazz etíope de Locked Down.

Hace un par de semanas la prestigiosa Universidad de Tulane en New Orleans finalmente legitimó el título de doctor que Rebennack se había inventado tantos años antes con un título honorífico.

Si hay un lugar donde un ex convicto, ex adicto y ex proxeneta puede ser honrado con toga y birrete es en New Orleans, la ciudad donde el famoso proverbio de que la vida pública estadounidense no permite segundos actos se derrite a punta de música y humedad.

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