Por Sebastián Cerda, economista Marzo 21, 2013

A un año del fin de la administración Piñera,  las cifras macro de este periodo  han sido sustancialmente mejores que las esperadas en su inicio. Menos consenso existe en atribuir loas a las autoridades económicas por estos resultados, ya que las condiciones externas han sido en extremo favorables. En cualquier caso, el buen momento económico ha permeado hacia el mercado laboral, que muestra altas cifras de expansión del empleo productivo y una tasa de desocupación que se ubica por debajo del 6%, una cifra que -a todas luces- pone a Chile en niveles cercanos al pleno empleo. Es cierto que el alto dinamismo de la oferta de trabajo tiene que ver con la incorporación de chilenos, particularmente mujeres, hasta ahora ausentes de la fuerza laboral. Lo anterior plantea dudas importantes sobre la capacidad de la economía de sostener el actual ritmo de expansión debido a restricciones en el mercado laboral. En palabras simples, no sé si Chile será capaz de sostener un ritmo de crecimiento del 6% si falta gente que llene las nuevas vacantes de empleo. Mi impresión es que no existe gran certeza de que la incorporación de la fuerza de trabajo femenina pueda seguir creciendo a este ritmo, pero tal certeza sí existe en torno al alto atractivo que tiene nuestro mercado laboral para extranjeros. Así, creo que amerita preguntarse si éste es el momento de discutir una política migratoria de puertas abiertas.

Dado los mejores estándares de vida y mayores salarios relativos en relación a la región, es natural que gran cantidad de extranjeros quieran venir a Chile. Por su parte, existe la sensación de que muchas vacantes de trabajo en sectores como la agricultura y la construcción no se están llenando. Parece natural poder juntar esa oferta con una demanda insatisfecha. Sin embargo, hasta ahora, los anuncios gubernamentales van por la línea de promover una tibia reforma migratoria que permita entradas mayores temporales de trabajadores. Sospecho de dónde viene la tibieza de la reforma. Políticos y opinión pública tienden a asociar apertura  de fronteras con amenazas sobre trabajo, salarios y beneficios sociales. O sea, permitir una entrada indiscriminada de inmigrantes se entendería como una amenaza al empleo de los trabajadores chilenos, además de permitir que extranjeros utilicen la red de protección social financiada por chilenos.

El problema con dichos argumentos contra la política de puertas abiertas es que tienden a ser falaces. El trabajador extranjero vendría -como hasta ahora- fundamentalmente a llenar plazas de trabajo de baja calidad que locales no quieren. Es cierto que los salarios de los empleos de baja calificación debieran caer, pero también es cierto que la mayor parte de los trabajadores chilenos no son de tan baja calificación. Por su parte, se discute también la conveniencia de una apertura de fronteras por el alto costo fiscal de permitir a los extranjeros utilizar la red local de protección social. La verdad es que tal argumento es una nueva falacia, ya que el trabajador extranjero también paga impuestos por los ingresos que recibe y por los bienes que consume. Más aún, si lo que se teme es que la inmigración masiva usufructúe de recursos de chilenos, la solución es  bastante más simple que cerrar las fronteras: hay que restringir el actual festival de bonos sólo a los nacidos en territorio nacional.

Con la actual coyuntura macro, el caso en contra de una política migratoria de puertas abiertas es bien débil. Los beneficios de una apuesta de este tipo son enormes ya que podría destrabar parte de los cuellos de botella que indefectiblemente impedirán sostener el actual ritmo de crecimiento económico. Los costos asociados están, a mi juicio, ampliamente exagerados.

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