Por José Manuel Simián Noviembre 29, 2012

De entre las muchas palabras importadas al habla chilena desde Estados Unidos, pocas han sufrido tanto como la noción de lo “políticamente correcto”. Si bien en todo trasvasije de términos surgidos en un contexto cultural y político específico -en este caso las “guerras culturales” y las luchas igualitarias de minorías- hay una pérdida, en este caso el acarreo ha sido particularmente poco feliz: el término es mal entendido en Chile por casi todos los que lo ocupan.

De una parte, personas de filosofía más bien progresista, que deberían mirarlo con simpatía por su inspiración de trato igualitario para todos en el discurso público, lo confunden con un límite al diálogo y el disenso (no lo es), o simplemente creen que se trata de una idea conservadora. Un ejemplo, tomado de una página web: “Ayer publicamos un artículo escrito [luego de que la autora decidiera subir en su perfil de Facebook] con una foto de ella amamantando a su hijo. Los comentarios políticamente correctos de los moralistas no se hicieron esperar”.

Desde el lado conservador, a raíz de debates como el del matrimonio homosexual o incluso las demandas estudiantiles, suele decirse que cualquier postura disidente a las de estas supuestas mayorías pro matrimonio homosexual o pro gratuidad en la educación sería “políticamente incorrecta”. En este sentido, la distorsión del concepto es usada para presentar la postura propia como más débil (la suelen usar quienes, en la práctica, defienden el  statu quo) y valiente de lo que es. (Esta semana leí en una columna de La Segunda a un representante de un grupo conservador extender la confusión para hablar sobre “temas políticamente incorrectos”).

Ambos lados están igualmente equivocados. Si bien la noción de lo políticamente correcto es algo difusa y polémica en su país de origen, básicamente se usa para que el debate y ciertas decisiones que afectan a una comunidad (como qué cursos se enseñan en una universidad) no ofendan innecesariamente a ninguno de los sub-grupos que la integran e incorporen sus perspectivas.

Como estándar último de las decisiones comunitarias o políticas es insuficiente y altamente maleable.  Hay más ejemplos de los necesarios de personas que han sido despedidas de sus trabajos o decisiones académicas absurdas de los que caben en este espacio, así como fundadas son las críticas de que comportarse de manera “políticamente correcta” (i.e. no ofender a ninguna minoría) puede crear una falsa noción de civilidad que evade los debates de fondo: los límites de la libertad de expresión, las leyes de incitación al odio, las desigualdades más profundas. Pero ello no significa que sea una idea para tomar a la ligera: si la noción de lo políticamente correcto ha subsistido en el explosivo debate público estadounidense es porque todavía es útil para resolver conflictos básicos, y porque la regla básica de no ofender a minorías ha permeado diversas capas de la sociedad.

Claro, es fácil burlarse de alguien que hace acrobacias verbales para decir “afroamericano” en vez de “negro”, o para hablar desde una perspectiva de género neutra para no excluir a las mujeres. Pero si miramos bien, quienes en Chile se burlan o -por ignorancia o mala intención- distorsionan este concepto escurridizo suelen ser aquellos que nunca han sufrido ser mirados en menos o insultados por ser indígenas, de piel más oscura, homosexuales o mujeres. Es decir, personas “políticamente ciegas” a su situación de privilegio.

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