Por José Manuel Simián Agosto 16, 2012

 

La elección del potencial vicepresidente puede ser una de las cartas más poderosas bajo la manga de los candidatos presidenciales estadounidenses. Poder elegir a un otro con quien potenciarse o contrastarse abre infinitos caminos narrativos para los aspirantes a la Casa Blanca.

En 2008, Obama aprovechó de cubrir debilidades de su perfil al acompañarse de Joe Biden, un experimentado senador por Delaware que nunca había perdido el contacto con su natal Scranton, Pennsylvania, una ciudad industrial y minera que había visto días mucho mejores.

Intentando cubrir su déficit de carisma frente a Obama, a la vez que apuntaba por los votantes más de derecha, su rival John McCain se acompañó de Sarah Palin y el resultado se conoce: la apuesta fue un perfecto desastre. Todo lo que la gobernadora de Alaska generaba en supuesto encanto y espíritu “estadounidense” (léase: religión, desconfianza de Washington y confianza en las armas) lo perdía por su ignorancia e ineptitud. Más que eso, la ambiciosa Palin terminó eclipsando y desprestigiando a McCain.

El fin de semana pasado, cuando todas las luces de internet se encendieron al mismo tiempo al anunciarse que Mitt Romney había elegido al congresista por Wisconsin Paul Ryan, la apuesta del candidato republicano fue definida casi unánimemente como riesgosa. No sólo porque Romney podría correr una suerte parecida a la de McCain con Palin. El ex gobernador de Massachusetts tiene un carisma casi negativo, mientras que el jovial Ryan (de 42 años) tendrá que trabajar duro para no opacar a su jefe en estos tres meses de campaña.

Es riesgosa principalmente porque donde Romney se ha hecho famoso por cambiar u oscurecer sin mayores explicaciones sus posturas en temas altamente divisivos para el electorado -la reforma de salud y los derechos reproductivos, para comenzar-, Ryan es definitivamente un giro a la derecha, que obligará a  Romney a definirse. Un tipo apoyado por el Tea Party por sus radicales posturas para modificar el sistema tributario y reducir el gasto gubernamental; que se opone a endurecer el control de las armas de fuego; y que también ha propuesto privatizar el sistema de salud público Medicare operándolo con cupones.

Puesto de otra forma, con Ryan se han comenzado a agitar las ondas radiales de la elección. Si en 2008 Obama parecía ser el miembro de una generación revolucionaria y moderna, en esta elección comienza a ser como los Rolling Stones, alguien que sigue explotando valores más bien establecidos y glorias pasadas. Y en esa ecuación -donde Biden es folk y Romney sosas canciones FM-, Ryan es algo así como el punk: dos ideas, tres acordes y la capacidad de patear la mesa. Punk de derecha y gomina, pero punk al fin.

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