Por José Manuel Salcedo Agosto 9, 2012

 

A  propósito del estreno de la película No, de  Pablo Larraín, se han vertido múltiples opiniones, tanto sobre la película misma como sobre los hechos y personas que intervinieron en uno de los aspectos importantes de esa campaña, cual fue la franja de televisión.

El film es una recreación libre de acontecimientos reales, según la interpretación que de ellos tiene el director. Al ser una obra de ficción, no los reproduce tal como ocurrieron; sin embargo retrata acertadamente el clima  social,  emocional y político que enmarcó el desarrollo  de la campaña televisiva de ambas opciones en pugna en el plebiscito del 5 de octubre de 1988.

Los personajes de la película representan más que a los protagonistas verdaderos,  las funciones que ellos cumplieron.  Tampoco pretende Larraín abordar el conjunto de la épica del “No”, que comprendió la fase comunicativa,  pero además una multiplicidad de líneas de acción, desde la  conducción política, hasta  el trabajo  en la base social  de miles de voluntarios que promovieron la participación de millones de chilenos en el empeño de poner fin a la dictadura.

Demos a Larraín lo que es de Larraín, y que otros se encarguen de completar la historia. Que así sea.   

Aunque la película es una obra de ficción,  para quienes estuvimos envueltos en la vorágine creativa que fue la franja, la cinta inevitablemente nos transporta a un momento, tal vez único en la vida,  en que tuvimos entre manos la posibilidad de poner fin,  sin violencia, a uno de los períodos más desgraciados de nuestra historia. Experimentamos una emoción auténtica al evocar una situación en la que teníamos la convicción moral,  que sí es única,  de estar luchando por la causa de los buenos.

Ahora hablando de los hechos,  antes que fuera posible el acceso a  los medios de comunicación, el Comité Técnico, integrado por lo más granado de la sociología, la ciencia política y la psicología social,  llevó a cabo un silencioso trabajo de seguimiento de opinión pública cuyo resultado constituyó el insumo necesario para que la dirección de los partidos estableciera la estrategia a la que  deberían  ceñirse  todas las instancias de ejecución.

Los estudios del Comité Técnico concluían que una mayoría se inclinaba por la opción “No”, pero dentro de ella existía reticencia,  desconfianza o temor,  que dificultaban su expresión en las urnas. Reticencia de quienes dudaban de la capacidad de la oposición  para dar gobierno;  desconfianza,  especialmente entre los jóvenes, que pensaban que aunque triunfara el “No”,  el resultado sería desconocido por el régimen;  temor en muchas mujeres de que su voto contra Pinochet sería “detectado” por los organismos de seguridad. Todo ello indicaba que el objetivo principal era disipar estos obstáculos, y a ello se destinaron principalmente los esfuerzos,  por cierto los de la franja.

Antes fue necesario realizar una intensa campaña para conseguir que la mayor cantidad  posible de personas se inscribieran en los registros electorales, logro indispensable,  ya que a mayor número de inscritos,  mayor era la probabilidad de resultar victoriosos.  Más de siete millones de chilenos pasaron de ser personas sin derechos a una nueva condición de ciudadanos,  de la que se les había despojado.  Éxito notable de la dirección política,  obtenido a punta de esfuerzo y organización,  por la casi nula difusión que tuvo en los medios.

En ese contexto,  Genaro Arriagada,  secretario ejecutivo del Comando, me convocó a hacerme cargo de la parte creativa de la campaña,  luego que un grupo de más veinte personas no habían podido ponerse de acuerdo en una idea común.  Quienes tenemos experiencia en estas lides sabemos que eso es imposible en reuniones tan numerosas,  por lo que constituí un grupo de cinco miembros, compuesto de tres publicistas -Eugenio García, Ernesto Merino y yo el psicólogo social Jorge Cucurella y el sociólogo Diego Portales.

Trabajando contra el tiempo,  en un retiro de fin de semana exploramos diversos caminos más bien racionales,  para enfocarnos después en ideas persuasivas de carácter emocional y simbólico, hasta  arribar al concepto “La alegría ya viene”.  Concluimos  el trabajo convencidos que habíamos dado en el clavo y que de esa manera respondíamos al sentimiento mayoritario con un mensaje de certeza en el triunfo y de confianza en un futuro inevitable sin dictadura,  que traería alegría no sólo a los partidarios del “No”,  sino a todos los chilenos. La franja de televisión,  en la que intervinieron cientos de personas,  se inspiró en el espíritu y sentido de esta idea matriz. La gráfica del arcoíris se debe a Raúl Menjíbar.

Mi amigo Genaro Arriagada,  quien me metió en este baile, ha expresado en este y otros medios,  que según su recuerdo,  la autoría de estas ideas creativas corresponde a otras instancias y a otras personas distintas a las que menciono, con lo que demuestra que su memoria no está a la altura de su talento. Menciono esto nada más para que quede en actas de la pequeña historia de la gesta inolvidable de la campaña del “No”.

Después de todo, lo único que importa es que Chile recuperó la democracia gracias a la voluntad de su pueblo,  a la que en algo ayudamos,  poniendo todos,  de capitán a paje,  lo mejor de nosotros mismos.

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