Por José Manuel Simián, desde Nueva York Mayo 17, 2012

El “anuncio” de Barack Obama de que finalmente había decidido apoyar el matrimonio gay -en medio de una entrevista concedida al canal de televisión ABC, la semana pasada- no fue precisamente una sorpresa. Para el lector atento, la timorata pista que Obama había dado a fines de 2010 de que su posición sobre el tema estaba “evolucionando” (después de haber “evolucionado” sobre el tema varias veces a lo largo de su carrera política, de apoyarlo en 1996, cuando competía para ser senador estatal de Illinois a decir en 2008 que el matrimonio era “entre un hombre y una mujer”) sólo podía significar una cosa: que en algún momento iba a declararse partidario de legalizar el matrimonio homosexual.

Porque lo que hizo Obama no es sino seguir la tendencia de un país que, según una encuesta Gallup, desde mayo de 2011 se inclina mayoritariamente por la legalización (actualmente 50% versus 48%, según idéntico estudio). El que 30 de los 50 estados tengan en vigor prohibiciones constitucionales al matrimonio gay -la última de ellas aprobada este mes en Carolina del Norte- no es sino un espejismo causado por las asimetrías del sistema federal estadounidense. Sobre este tema, la opinión pública es un río que fluye en una sola dirección.

Por supuesto que para muchos, la pregunta es por qué lo hizo y por qué ahora, si por puro cálculo electoral o por una convicción profunda. Pero esa pregunta es más bien inoperante: de seguro ambas cosas estuvieron presentes y el caldo de la política las hace indistinguibles. Lo único relevante es que después de intentar conciliar sus creencias cristianas con su moderado progresismo, Obama haya dado un paso que, ahora sí, no podrá revertir. Y el ser el primer presidente estadounidense en inclinarse abiertamente por el matrimonio homosexual es un hito que tendrá repercusiones mucho mayores de lo que pase en las elecciones de noviembre.

Como apuntó hace unos días en un blog del New York Times el profesor de la escuela de Derecho de NYU Kenji Yoshino, sus palabras tendrán, para comenzar, eco en el debate constitucional sobre el tema, que pronto podría llegar a la Corte Suprema: uno de los abogados que defienden Prop 8, la prohibición constitucional de California a los matrimonios homosexuales, solía usar como uno de sus principales argumentos la posición anterior del presidente.

Más importante todavía fue el razonamiento usado por Obama para su nueva postura: dijo que se debía a haber visto a parejas gay convertidas en padres, tanto en su equipo de trabajo como entre los apoderados de los compañeros de sus hijas. Aunque el argumento sea algo engañoso -sugiere que Obama era hasta ahora un inculto puritano que nunca había conocido a homosexuales con vida normal e hijos-, la consecuencia es ineludible: el presidente ha declarado que una de las razones para legalizar el matrimonio es que las parejas homosexuales pueden ser tan buenos padres como las heterosexuales. Viniendo del presidente, esa declaración es mucho más amplia y profunda de lo que parece. Como bien sintetizó Yoshino: “[El presidente] usó el mayor estrado de matonaje de la nación para declarar que la preocupación por el bienestar de los niños es una razón más para apoyar que para oponerse al matrimonio homosexual”.

En términos electorales, la apuesta es mucho menos riesgosa de lo que parece. Diversos análisis sostienen que el equipo de Obama hizo el cálculo de que los votos que pudiera perder entre electores indecisos de tendencia conservadora se verían compensados por la reactivación de su electorado más joven o más liberal.

Una encuesta conjunta del New York Times y CBS realizada después del anuncio del presidente no mostró cambios en la postura de los estadounidenses sobre el tema, y otros sondeos recientes a la población hispana -considerada clave en varios estados indecisos, y conservadora en asuntos valóricos- han mostrado sorpresas: un estudio divulgado en abril por el Pew Hispanic Center encontró que los hispanos estaban más dispuestos a apoyar la homosexualidad que el estadounidense promedio (59% versus 58%).

Así las cosas, el anuncio de Obama no es ni una movida tan riesgosa ni tan beneficiosa de cara a las elecciones, como algunos han sugerido en estos días. De hecho, siendo cínicos, la decisión de darlo a conocer ahora parece más una bomba de humo electoral para desviar la atención de la campaña de los temas más problemáticos (economía, empleo) a áreas donde puede brillar más que Mitt Romney.

De hecho, fue su primer acto de campaña. Más que poner la primera piedra, como en una inauguración de un edificio, Barack Obama derechamente la tiró. Éste fue, entonces, el primer gran  “peñascazo” del año electoral.

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