Por Pablo Correa, economista. // AGENCIAUNO Agosto 25, 2017

Hasta ahora, lo único en que estamos de acuerdo es que estamos en desacuerdo. Si uno examina la discusión pública que se ha generado hasta ahora, ha estado caracterizada por visiones de trinchera, muy defensivas y que dan la impresión de que lograr ciertos consensos básicos es prácticamente imposible. Mi hipótesis para explicar lo anterior es que, cuando hablamos de pensiones en Chile, también estamos discutiendo sobre el rol del Estado versus el de los privados como proveedores de bienes sociales, como es la seguridad social.

No obstante lo anterior, creo que sí es posible hacer un esfuerzo para —más allá de la visión ideológica que cada uno tenga respecto del rol del Estado— poder hacer un diagnóstico técnico que ponga el foco en solucionar el problema de las pensiones.

Partamos por lo obvio. Solucionar el problema de las pensiones no es fácil ni se puede hacer en forma instantánea. La gradualidad es algo propio de cualquier reforma que se plantee en este ámbito. En otras palabras, las recetas mágicas no existen y quien crea que se puede de un paraguazo aumentar el nivel de las pensiones actuales y al mismo tiempo de quienes están por jubilar, está equivocado. Pero al mismo tiempo, mientras más se postergue una reforma, la cuenta que tendrán que pagar las generaciones más jóvenes cada vez será mayor. Conclusión N°1: mientras antes partamos, mejor.

Por otra parte, no existe ninguna alternativa viable al sistema de capitalización individual, que debe seguir siendo el elemento estructurante. Cualquier otra cosa son declaraciones románticas o populistas, ya que la demografía no da, el mercado laboral y las finanzas públicas tampoco.

Por ejemplo, la relación entre trabajadores activos y pasivos cayó de 7 a 5 en 30 años y se estima que llegará a 1,8 al 2050. Esto implicaría que la carga para los trabajadores activos —manteniendo el nivel de las pensiones de los retirados— tendría que aumentar 3,5 veces sólo por el cambio demográfico.

Conclusión N°2: el sistema de reparto puro no tiene que ver con solidaridad sino con una estructura demográfica que ya no existe.

Pero también es cierto que tal y como está organizado el sistema previsional, no va a ser capaz de cumplir jamás con las expectativas mínimas que se le exigen. Esto en gran parte se debe a la obsolescencia de sus parámetros y perímetro, así como por las fallas del mercado laboral. A lo anterior hay que agregar la legitimidad social y política del mismo: proveer pensiones dignas no es un negocio, por más que el sector privado pueda hacerlo más eficientemente en términos de administración del ahorro, este es sólo uno de los aspectos del sistema previsional, no el único. Conclusión N°3: las AFP son parte de un sistema más complejo, no de un negocio más.

Sobre esta base, tenemos sólo dos formas de enfrentar el problema de las bajas pensiones hoy. Mirar hacia el lado y permitir que cientos de miles de compatriotas tengan una vejez miserable, o bien reformar ahora, pagar la cuenta por las fallas del pasado y garantizar que las próximas generaciones gocen de pensiones dignas. Veamos entonces si la reforma propuesta por el gobierno consigue ese objetivo o no.

Para lograr lo anterior hay cuatro pilares que cualquier reforma debiese abordar: incrementar el ahorro individual como esencia del sistema; aumentar la competencia entre administradores; modificar la tasa de cotización y otros factores paramétricos; y aumentar el pilar solidario para subir hoy las pensiones de los sectores más vulnerables.

Respecto del primer punto, todas las propuestas consideran incrementar la tasa de cotización con cargo al empleador. Esto es algo más nominal que efectivo, pues un incremento en el costo laboral se traspasa (dependiendo de una serie de factores como plazos de ajuste, sustitución entre empleo y capital y valorización de la cotización por parte del trabajador) vía reducción en el empleo o los salarios. Nuevamente lo importante es la gradualidad y que no se perciba como un impuesto sino como un aumento en el ingreso futuro. En este punto, que el 40% del incremento en la cotización se socialice es uno de los temas más discutibles de la propuesta del gobierno.

Conclusión N°4: nada es gratis, y no porque la cotización se cargue a las empresas los costos no son para el trabajador.

En todo caso, el diseño de la reforma tiene una razón de ser. Para incrementar el pilar solidario se necesitan fondos públicos. Y este gobierno deja las cuentas fiscales en rojo. Por lo mismo, en vez de usar impuestos directos y gasto fiscal, se ha diseñado a través de un impuesto indirecto (el 40% de la cotización que va al pilar inter e intra generacional). No es necesario bueno o malo, pero hay que considerar que lo ideal es siempre usar los impuestos menos distorsionadores y que la redistribución del ingreso sea usando el gasto.

Conclusión N°5: hay solidaridad, pero financiada con un impuesto al mercado del trabajo. En el caso contrario, no es solidaridad toda vez que siento que ese 2% me será devuelto.

Respecto de la competencia, una alternativa hubiera sido hacer que el Estado (a través de, por ejemplo, una ampliación de giro del IPS o de Banco Estado) fuera un participante más en el mercado de las AFP. Y demostrar que era posible administrar mejor y más eficientemente si el problema era de incentivos incorrectos y persecución de lucro. Pero la reforma mete al Estado en un mundo paralelo, donde, honestamente, es casi imposible encontrar una racionalidad técnica. En vez de eso, aparecen una serie de medidas bastante surrealistas como el encaje a los ejecutivos de las AFP (siendo que ya existe un encaje a los accionistas) o acotar las comisiones de intermediación. Lo que nos lleva a la última conclusión: no basta con tener argumentos técnicos si en el pasado una industria no se ha preocupado de contar también con legitimidad social y política.

En resumidas cuentas, este camino recién comienza. Hay una serie de elementos que se han olvidado en la propuesta de esta administración. Hay otros que no se pueden seguir obviando por parte de la industria privada. Pero hacerse cargo de ambos es urgente, porque el reloj sigue corriendo y el problema —literalmente— se hace más grande día a día.

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