Por Estela López G. y Diego Zúñiga // Ilustración: Vicente Martí // Fotos: Sebastián Utreras Agosto 4, 2017

Fue poco tiempo antes de que ocurriera el atentado. Lo recuerda perfecto Óscar Landerretche (44): su hija de once años estaba interesada en entender lo que ocurría, en ese entonces, en Estados Unidos con Donald Trump, la posverdad y su reciente elección. Juntos veían MSNBC, se informaban. Pero ella quería saber más, comprender mejor qué ocurría allá. Así que Landerretche recordó una serie de hace unos años que ya tocaba todos estos temas: The Newsroom. La vieron juntos. La disfrutaron. Él, que ya la había visto hacía años, volvió a quedarse detenido en un capítulo de la segunda temporada: ese en el que intentan asesinar a una parlamentaria y la cadena de noticias se debate entre si dar o no la noticia de su supuesta muerte. No han podido verificar si es cierto, pero otros canales ya lanzan la noticia. Los periodistas discuten con el gerente general, quien les exige que salga la noticia al aire, pero ellos se niegan. La discusión sube de tono. Se van a comerciales. Unos minutos después confirman que la parlamentaria está viva. El capítulo tiene un final feliz. La posverdad —ese término que aún no existía en ese momento— es derrotada.

Landerretche recuerda el capítulo, recuerda ese día cuando lo volvió a ver con su hija. Y recuerda, también, ahora, sentado en su oficina de Codelco, que pensó en ese capítulo aquella tarde del pasado 13 de enero, cuando abrió un paquete en su casa y se detonó un artefacto explosivo entre sus manos, hiriéndolo en los brazos y el abdomen.

“Veo a la gente agarrándose de los mecanismos y técnicas de la posverdad para ver quién puede ser el próximo Donald Trump”.

Se acordó de The Newsroom porque cuando empezó a correr la noticia, rápido, por redes sociales, el panorama que se describía era este: que estaba herido de extrema gravedad, que su mujer estaba muerta, que sus hijas, que sus hijos, que el atentado había sido letal. Pero nada de eso era cierto.

Lo que sí era cierto era esa bomba que le explotó en las manos. Sin embargo, en un primer momento, no se dio cuenta de las heridas que tenía. Debieron forzarlo, de hecho, a ir al hospital. Pero antes de que ocurriera eso, buscó su celular para llamar a su gerente de Comunicaciones: tenía que haber un comunicado que dijera con claridad que no había nadie herido gravemente. Le dictó las palabras y se subió el comunicado a la web de Codelco.

—Fue lo primero que hice porque no quería que mis familiares, mis amigos, se preocuparan. Y a pesar de eso, a pesar de que cualquier persona que estaba reporteando esto bastaba con que mirara el sitio de Codelco o que hablara con La Moneda de lo que había ocurrido, a pesar de eso, hubo gente que puso que mi mujer estaba muerta. Mi hijo mayor, que estaba en el sur con poca conexión, durante mucho rato vio las noticias de su madre. Cuando logramos comunicarnos, estaba paralizado. Costó mucho convencerlo de que nada de eso era cierto. Fue una cosa terrible y me hizo más palpable lo dañinas que pueden ser las dinámicas detrás de la posverdad —reflexiona ahora Landerretche, a más de seis meses desde el atentado.

Fue entonces cuando pensó que debía escribir un libro.

 

***

 

Los primeros recuerdos de infancia que tiene Óscar Landerretche ocurren en Inglaterra, un país que sería clave en su formación. Porque si bien nació en Santiago en 1972, poco después del golpe su familia se refugió en la embajada de Colombia y de ahí, en 1974, partieron a Bogotá. En esa ciudad sus padres tuvieron que trabajar en lo que pudieron, hasta que consiguieron una beca para irse a Oxford. Entonces, empiezan los recuerdos de Landerretche. Por ejemplo, ese donde está con un libro, acompañando a su padre en la biblioteca de la Universidad de Oxford, donde trabajaba en sus ratos libres. No tenían plata para dejarlo al cuidado de alguien, pero su padre —quién sabe cómo— había convencido a sus jefes para que dejaran que ese pequeño niño lo acompañara, en silencio, rodeado de libros.

O, por ejemplo, también está ese otro recuerdo, en la casa que arrendaban en Gloucester, una ciudad obrera, el único lugar que podían pagar. Ahí están ellos —su padre y su madre— en el living, sentados, cada uno al extremo de una mesa llena de libros. Una mitad para él y otra para ella, dos lámparas y un pequeño Óscar Landerretche conviviendo con esos libros, con esos padres que estudiaban y estudiaban, por curiosidad, por buscar una mejor vida.

En ese ambiente intelectual creció Landerretche, quien volvió a Bogotá junto a sus padres y vivió los ochenta ahí, estudiando en el mejor colegio de la ciudad. Ya en ese momento le gustaba leer muchísimo, le interesaba la historia y tenía talento para las matemáticas. No iba a ser fácil la elección de qué estudiar. Y todo se complicó cuando sus padres le informaron que volverían a Chile, pues la violencia por el narcotráfico en Colombia era cada vez mayor.

—Fue muy difícil volver. Era 1990. En esa época todo era oscuro, gris, deprimente. Y había mucho miedo. Miedo a los militares, miedo a transgredir la norma, miedo a pensar. Miedo a uno mismo, incluso. Miedo a descubrir que uno tiene razón o que está equivocado. Miedo a perseguir tus propias convicciones, miedo a explorar hasta dónde te la podís. Miedo, miedo, miedo. Muchas de las trancas chilenas hasta el día de hoy tienen que ver con eso.

“Se ha mermado la reputación de Codelco en una época en que el gobierno corporativo ha demostrado que está impulsando cambios importantes”.

Entró a Economía en la Universidad de Chile y ahí se obsesionó con los estudios. Después descubrió que quería desarrollar una carrera como académico, y en eso ha estado en estos años hasta que en 2014 le propusieron ser presidente del directorio de Codelco y aceptó. Empezó a hacer reformas internas en la empresa y vino el atentado y apareció la idea del libro y ahora ya es real: Chamullo. Lo público en la era de la posverdad, publicado por Planeta, acaba de llegar a librerías y es el primer ensayo chileno dedicado al tema. Un texto tan erudito como personal, en el que Landerretche hace un recorrido que busca dilucidar la importancia de la información —y de los hechos verificables— en estos tiempos de tanto chamullo y tanto ruido. Un libro que escribió intensamente durante el segundo trimestre de este año, donde contó con la ayuda de su círculo más cercano para robarle horas al día y así poder avanzar en la escritura.

—En el libro cuentas que venías dándole vueltas hace tiempo a muchas de las ideas de Chamullo…

—Uno, como cualquier persona inteligente, sensible y compasiva, tiene que estar aproblemado con lo que llaman la posverdad, que es que están resurgiendo ciertos espíritus animales fascistoides. Está pasando con internet, que considero que es una cosa buena, que tiene fenómenos económicos, culturales, supercomplejo e interesantes. Pero tengo que decir que ya se están observando vicios que tienen que ver con que los espíritus animales tú no los regulas. O sea, cuando internet se vuelve un lugar en que un grupo de personas le hace bullying a alguien y esa persona termina amenazada de muerte, ¿qué es eso? O sea, para algo existe el Estado de derecho.

—También dices en el libro que escribirlo fue una forma de sanación por lo del atentado. ¿Qué respuestas encontraste en ese proceso?

—El atentado lo atribuyo a las reformas que he estado tratando de hacer en esta empresa y a los intereses que hemos tocado. Vivimos en la era del tuitero indignado, que pide que las instituciones sean limpias. Me atrevería a decir, con algo de pudor, que he tratado de ser un presidente de Codelco a la altura de lo que piden esos indignados. Cuando me piden cosas que no corresponden, pienso que hay que decir que no, sin importar el costo político. Cuando alguien nos eche la choreada, mantenerle la mirada. Y descubrir que eso puede poner en peligro tu vida y la de tu familia… Viví en Colombia y sé que hay lugares en el mundo en que era así, pero en la educación que me dieron mis papás me había convencido de que Chile no era así.

 —Debe haber sido muy desconcertante todo…

—Al final del día estamos tratando de preservar una sociedad libre, construir un país más equitativo y justo, pero sobre la base de un sistema decente con gente decente. No con dictadorzuelos ni grandes caudillos. Con una cosa republicana, que está en peligro en este momento. Eso era importante decirlo en el libro. Siento que la política se ha deteriorado mucho, y en gran medida tiene que ver con estos fenómenos que estoy discutiendo acá. Me ha pasado en el proceso de Codelco, incluso antes del atentado, que uno dice: hemos hecho todo esto, hemos asumido todos estos costos —personales, políticos, emocionales— superduros, ¿para qué? Para qué, si mira cómo se comportan. Es muy significativo para mí este libro. Lo que me estaba pasando era que no sé si uno pueda, con integridad, formar parte del mundo público que se está creando a raíz de la posverdad.

—¿Cómo es ser el presidente de la empresa más importante de Chile en esta era de la posverdad?

—Nadie se ha atrevido a acusarme directamente de nada porque, además, les iría muy mal, pero han insinuando que uno protege cosas cuando, en realidad, si uno mira lo que he hecho aquí, es todo lo contrario. Imagínate lo terrible que es para una persona que viene a hacerse cargo, un socialista chileno, exiliado, economista, que me ponen a cargo de la empresa que nacionalizó Allende, con la misión de demostrar que es posible tener una empresa 100% estatal que sea competitiva, que tiene la convicción de que, para eso, tiene que erradicar las malas prácticas, y decirles que no a los mismos políticos que se supone que son de tu lado. Y empiezan con falsedades. Toda esa dinámica en que actores públicos hacen insinuaciones, operaciones de posverdad, y en medio de eso te hacen un atentado… Es muy complejo, porque uno tiene ciertos deberes históricos. Pero también tengo límites. He sido criado con esta cosa del deber de luchar. Pero uno no lucha solo y no veo a la elite chilena y al sistema público luchando en contra de la posverdad, veo a la gente agarrándose de los mecanismos y técnicas de la posverdad para ver quién puede ser el próximo Donald Trump, y yo no quiero ser parte de eso.

—¿Por qué seguir a la cabeza de Codelco, entonces?

—Primero, por el hecho de que hayan intentado sacarme del juego, seguramente las personas que protegen sus intereses, no los voy a dejar ganar. Algo me queda de vasco testarudo. Por lo tanto, no van a ganar, así que voy a seguir hasta el final. Voy a dejar esto lo más ordenado posible, he tenido la suerte de tener un equipo extraordinario, con Nelson Pizarro y su gente, un directorio que ahora funciona como relojito, entonces voy a cumplir mi trabajo. Además, la política chilena está en un estado de implosión, que no tengo idea qué va a pasar. Por el momento todo lo que veo es que van a pasar cosas de las cuales uno no quiere ser parte, pero anda a saber tú.

—En esta era de la posverdad y de contexto de elecciones, ¿a quién crees le favorece este panorama?

—Yo argumento en el libro que el ruido favorece el conservadurismo y esa es la técnica de Trump. Uno siempre tiene prejuicios respecto de las cosas y ve las señales que le da la realidad y en función de qué es lo que te dicen las señales cambia sus prejuicios, si uno no puede creerles a las señales, a las noticias, entonces uno tiene una buena excusa para siempre seguir muy cómodo en sus prejuicios. La destrucción de la posibilidad de hacer reflexión pública es algo profundamente conservador que impide que la gente cambie de idea. Los que celebran la era del ruido son los conservadores y anarquistas de internet que forman parte de la era del ruido; en mi opinión, son tontos útiles.

 

***

 

Está sentado en su oficina, con un ejemplar de Chamullo. Ha sido una mañana agitada. Pocas horas antes del mediodía, Codelco informó al mercado la demanda que presentó contra el informe de Contraloría General de la República (CGR) que cuestiona una serie de prácticas al interior de la empresa y lista eventuales conflictos de intereses en los que habría incurrido.

El economista no ha estado cómodo con toda esta discusión, que de hecho ha dado pie a un duro intercambio entre él y Jorge Bermúdez, el contralor general de la República, respecto de sus atribuciones y los límites de la parcela que cada uno cuida. Ambos defendieron públicamente sus visiones respecto al marco normativo que se le aplica a la empresa estatal, y en privado intentaron llegar a un acuerdo, sin lograr un punto de encuentro.

Landerretche le envió una propuesta de acuerdo administrativo a Bermúdez durante sus vacaciones en julio. Y la semana pasada, a su regreso, reactivaron las conversaciones, pero fracasaron en el intento. Hoy el conflicto está judicializado y la posibilidad de diálogo es nula: ahora todo queda en manos de los equipos legales.

—¿Consideras que Contraloría, a través de su informe de auditoría, instaló una posverdad acerca de Codelco?

—Sí.

—¿Qué mitos fueron esos?

—Estamos hablando de una administración de Codelco que, de acuerdo a todas las personas que analizan seriamente, incluyendo instituciones internacionales, califica a esta empresa, en este momento, como la empresa pública más transparente del mundo; cuando la recibimos no era así. Hemos establecido prácticas que son más exigentes que las prácticas que ha establecido el comité de auditoría de Codelco, son más exigentes que las que existen en el ámbito privado y en el público, y se nos instala que tenemos malas prácticas, eso me parece de una injusticia tremenda. Se me hizo evidente la posverdad.

—En estos dos últimos meses, se ha discutido respecto a las atribuciones que tiene Contraloría para fiscalizar a Codelco. En simple, ¿por qué CGR no se debería meter?

—Soy un firme partidario de que Contraloría, siguiendo los procedimientos de la ley, sí audite a Codelco (a través de Cochilco) o en forma excepcional directamente. Lo que estamos discutiendo es cuando no estamos siendo auditados, cuáles son ahí los mecanismos de reporte y control que deben existir y hay dos tesis distintas. Una tesis, que es la que sostiene Codelco y sus gobiernos corporativos, y que ha sido el criterio histórico de Contraloría, es que lo que rige es la ley de gobierno corporativo de Codelco y su estatuto especial. Y hay otra hipótesis que dice que lo que rige son leyes para ministerios y otras organizaciones del Estado. Hay un diferendo muy claro. Entonces, cuando se nos pregunta por qué nos resistimos y no reportamos información, cuando en realidad venimos reportando hace décadas, ¿qué es eso sino posverdad?

—Has dicho que existe el riesgo de que se nombre en cargos públicos a personas que no son tan responsables ni contenidas. ¿Qué estándares debería cumplir alguien que desempeña un alto cargo público?

—A mí me parece que uno de los atributos más importantes de alguien que pretende liderar alguna institución dentro de una democracia y de una república es que entienda que parte de los atributos es no usar todo su poder. Es la sobriedad en términos del uso de su poder.

—¿Ese atributo lo ves en el gobierno corporativo de la CGR?

—No voy a contestar.

—En el libro dices que el insumo central de la confianza es la reputación. ¿Consideras que la reputación de Codelco en este tiempo se ha visto mermada?

—Se nos ha hecho daño injustamente. Se ha mermado la reputación de Codelco en una época, en que el gobierno corporativo ha demostrado que está impulsando cambios muy importantes y que hemos demostrado estar disponibles para enfrentar riesgos significativos en esos cambios. Me parece que no es merecido.

 

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