Por Sabine Drysdale. Agosto 19, 2016

Los pasillos son estrechos, húmedos, sucios, huelen a pipí y hay que arrimarse al muro para que puedan pasar unos reos esposados. Es una mañana soleada de julio, pero aquí, en la cárcel de alta seguridad, no entra la luz y hace un frío gélido. En una sala con un escritorio y dos sillas espera, ya sin esposas, Tomás Serrano Parot, a quien han trasladado desde el anexo Capitán Yaber para esta entrevista. Tomás Serrano tiene la apariencia de un hombre rudo, la espalda ancha, las manos gruesas y esa seguridad en sí mismo cuando habla fuerte, sin titubeos, sin despegar la mirada de los ojos, incluso cuando el tema son sus propios demonios. Serrano fue condenado a 15 años de prisión por uso indebido de custodias, entrega de información falsa al mercado, y estafa reiterada, un fraude que alcanzó $ 12 mil millones. Ya lleva cinco años privado de libertad. Casi uno entero lo pasó en la ex Penitenciaría. “Ahí tuve que defenderme, tuve que cachetear a varios”, dice. Mantiene la sanidad mental con una rutina deportiva, una alimentación espartana y la ayuda de antidepresivos y somníferos; le cuesta conciliar el sueño. “El sufrimiento que ves acá es terrible. ¿Sabes lo que más me ha impresionado?, ver a gente que no tiene nada que perder. Yo tengo tres hijos preciosos, una mujer maravillosa, tengo una mamá hermosa, tengo hermanas, sobrinos, tengo mucho que perder todavía. Soy un hombre feliz, tengo mis dos manitos, mis dos ojitos, soy inteligente, voy a salir de esto. Pero aquí hay mucha gente que no tiene nada que perder. Enfrentarse con un tipo así es a-te-rro-ri-zan-te”, dice. De súbito se corta la luz, y esta sala y el resto de la cárcel quedan en la oscuridad absoluta. Se oyen gritos a lo lejos. Son segundos inquietantes. Me paro y cierro la puerta que da al pasillo. “Tranquila”, me dice Serrano. “Son cortes de luz, nomás. Estamos en la cárcel de máxima seguridad de Chile, aquí están los malos, pero están todos enjaulados, así que tranquila”.

Me tocó caer y traté de hacerlo lo mejor posible, pero me equivoqué, y eso trajo consecuencias que decidí enfrentar. Desde la quiebra hasta la audiencia de formalización pasaron seis meses, pude haber tomado un avión, como otros señores y no lo hice. Di la cara

Serrano parece tranquilo y a la vez expectante, porque su caso en la parte civil ha dado un vuelco judicial. La Corte Suprema, con seis contundentes fallos, confirmó la nulidad de los traspasos de bienes —propiedades familiares, minas, negocios inmobiliarios, una corredora de bolsa en Perú, entre otros, que Serrano avalúa en $ 52 mil millones— que él, al verse amenazado por una quiebra inminente, le hizo al grupo Toronto Trust. Había una antigua relación de confianza: operaban con él hacía 15 años y su gerente era su entonces gran amigo de la juventud, Daniel Orezzoli, cuyos hijos lo llamaban cariñosamente “tío Coyotito”.

Serrano les hizo los traspasos en enero de 2009, meses antes de que la corredora cayera en default. Su idea era darlos en garantía por dinero fresco para enfrentar los eventuales retiros del resto de sus clientes. Pero no contó con que los abogados de Toronto, y que también representaron a Orezzoli y a sus familiares, se convertirían en los más fieros querellantes.

Los fallos de la Suprema dicen el grupo Toronto “actuó de mala fe”, al pagarse preferentemente y que deberá restituir los bienes. Sin embargo, nada de eso ha sucedido. “Hasta la fecha, el grupo Toronto no ha devuelto nada y ha realizado una serie de actos y contratos que entorpecen la restitución ordenada”, acusa el abogado José Antonio Vial, representante de Luis Felipe Lanas, quien destapó el caso en mayo de 2009, cuando fue a retirar sus inversiones.

Que la Suprema acuse “mala fe” supone que el Ministerio Público debería investigar la quiebra fraudulenta, y las actuaciones del grupo Toronto; sin embargo, sorprendió a los acreedores al comunicar su orden de no perseverar. “Impidió así continuar la investigación y cerró las aristas que pudieran involucrar a quienes participaron en los actos y contratos dolosos que la Suprema ratificó como nulos”, agrega el abogado Vial.

Busqué una solución y la encontré, pero en vez de eso me metieron preso y así desarticularon la posibilidad de poder pagar. Y empezaron los rumores, los cuentos, los artículos de la prensa. Yo quedé como un sinvergüenza, como un estafador, como un drogadicto, chanta. Me arruinaron

Ni el abogado civil de Toronto, Mauricio Hederra, ni el penalista Manuel Garrido, ni el vicepresidente del fondo en Chile, el abogado Sergio Cruz Barriga, ni el propio Daniel Orezzoli contestaron los requerimientos de Qué Pasa para que dieran su versión. En tanto, Tomás Serrano, desde la cárcel, dice seguro: “Mi caso no es una estafa piramidal donde la plata desapareció, la plata siempre ha estado. Todos los clientes de Serrano se pagarán, como que me llamo Tomás Serrano. Yo sí soy culpable de haber usado las custodias y sí soy culpable de que el balance no dijera que estaban usadas, y por eso me castigaron nueve años. Después, soy culpable de ser un imbécil por confiar en mi amigo Daniel Orezzoli y en el Grupo Toronto”. “Terminé siendo el tonto al que le metieron el dedo en la boca. Jamás estafé a nadie, el dinero está y lo tiene esta gente”, asegura. Ya presentó querellas por falso testimonio y perjurio y anuncia otra por estafa. Los fallos de la Suprema los mandó a traducir al consulado de EE.UU. para presentarlos en la Bolsa americana y canadiense. Y no se queda ahí: “Ellos hicieron un aumento de capital de $ 3.000 millones a $ 22 mil millones el año 2010. ¿Y cómo suscribieron ese aumento de capital? con los $ 52 mil millones que le sustrajeron a la familia Serrano, subvalorizándolos. O sea, no sólo estaban estafando y pagándose preferentemente en la quiebra, sino que estaban lavando a través de un aumento de capital ficticio”, asegura.

—Entonces, esta sería la historia del ladrón robado.
—No fue robar. Robar es una palabra fuerte. Yo digo utilizar, tal como el delito está tipificado: la utilización de las custodias de mis clientes sin la autorización de los mismos. Yo usé las custodias pero no para robármelas, las usé como garantías transitoriamente. Mi negocio de usar las carteras funcionaba en la medida que yo les podía pagar.

—¿En qué estaba pensando cuándo decidió ocupar las custodias de sus clientes?
—Estaba pensando en salvarme de un negocio que se estaba cayendo a pedazos. Los bancos habían tomado el control del negocio y no podía competir contra ellos, y nos habían cortado las líneas de crédito. Con la crisis subprime me tocó caer y traté de hacerlo lo mejor posible, pero me equivoqué, y eso trajo consecuencias que decidí enfrentar. Desde la quiebra hasta la audiencia de formalización pasaron seis meses, yo no tenía arraigo, y pude haber tomado un avión, como otros señores, y no lo hice. Di la cara.
—Pudo haber dicho “el negocio no da, cierro la puerta por fuera”, pero arriesgó la plata de sus clientes.
—Eso es verdad. Cuando mi papá se suicidó (Raimundo Serrano Mac Auliffe) yo llevaba un mes casado. Mi mujer me rogó que vendiera la corredora de Bolsa. Me dijo “esto nos va a destruir, porque tú no tienes la fuerza”.

—Fue muy ambicioso.
—Sí, pero la ambición no era sólo de ganar plata, sino también de ser reconocido, de sacar a la familia adelante, porque cuando se suicidó mi hermano y dos años después se suicidó mi papá, pasamos a ser una familia de mierda. A mi mamá la basureaban porque “qué habrá hecho esta vieja para que se le suicidaran los dos, ahora le queda este otro que se le va a suicidar ligerito”. Mi mamá era una dueña de casa que nunca en su vida había firmado un cheque. Mis dos hermanas estaban en el colegio. Yo las entregué a sus maridos en el altar. Nunca se me va a olvidar esta imagen: mi papá se había pegado un tiro con una pistola que lamentablemente le había regalado yo, y le dije, tirado en el piso: “Viejo, te las mandaste, me faltaste la palabra”, porque me había prometido que no lo iba a hacer. Pero juré que sus tres mujeres no iban a pasar ni hambre ni frío. Tomé eso como bandera de lucha y me equivoqué, era muy joven, tenía 26 años. Lo hice para reivindicar el nombre de mi viejo.

—Le dieron una pena altísima. Quince años. ¿Se imaginó algo así?
—Jamás. Aquí obviamente hay irregularidades de todo tipo. Voy a entrar en un terreno superdelicado: en el caso Serrano hubo tres fiscales: Carmen Gloria Segura, Manuel Ramírez Berenguer y Ximena Chong, que es la jefa de la (hace comillas imaginarias) Fiscalía de Alta Complejidad. Cuando hay una quiebra, uno se pregunta ¿dónde está la plata? Yo le hice una pormenorizada declaración a la señora Chong, y le dije que “aquí hay trece escrituras públicas donde yo transferí $ 52 mil millones al grupo Toronto con información privilegiada, que se la di yo a mi amigo en el periodo de sospecha de la quiebra, plata que recibió en desmedro del resto de los acreedores, violando el proceso concursal de la quiebra”.

—¿Y?
—La señora Chong no hizo nada.

—¿Cree que su defensa falló?
–Yo fui terriblemente mal defendido. Escogí unos abogados pésimos. El abogado principal fue el famoso “Chico” Peña (ex fiscal Alejandro Peña). Él tenía el famoso juicio de los carabineros en Arica y resulta que de los 110 días que duró mi juicio, él estuvo 18 días. Me manejé mal. En ese período estuve muy afectado por la familia.
En enero de 2015, Daniel Orezzoli declaró en Qué Pasa no saber que su ex amigo estaba a punto de quebrar cuando le traspasó los bienes. Pero entre ellos había activos delicados, como el campo familiar de su madre en Talca y la casa donde vivían su mujer y sus tres hijos.

Serrano tiene otra versión.

—¿Cómo le contó?
—Fue en mi departamento en Providencia, la última semana de octubre del 2008. Le comento que están sus platas y las de Toronto ocupadas, que la corredora Serrano está en muy mala situación financiera y que necesito me financie a mí, y que yo le traspaso todas las garantías necesarias para responder, no sólo a él, sino que también al resto de los clientes. Yo no lo quería defraudar, yo no quería que cayera conmigo, porque sabía que esto le iba a costar el puesto.

—¿Se preocupó primero de sus amigos que del resto de sus clientes?
—Sí, pero yo sabía que él tenía la llave para salvarme. Él representa a un banco de inversiones canadiense, que se dedica al negocio riesgoso, especulativo, bajo estrés. Me dijo: “Lo voy a tener que conversar con Canadá, con mi jefe (Albert Friedberg, que en Chile es fundador del colegio judío Maimonides School)”.

Nos volvimos a juntar. “Albert me dijo lo siguiente: Yo no soy político, no soy diputado, así que dile a Serrano que yo no lo voy a denunciar ni a la Superintendencia de Valores, ni a la Bolsa de Comercio, sino que me entregue las garantías y yo lo voy a salvar a él y voy a salvarme yo. Pero yo no soy un banco, yo no necesito garantías 3 a 1, tiene que darme 5 a 1”. Yo le traspasé 5 veces la plata que se debía a todos los clientes de Serrano, incluido él. El 21 de enero de 2009, cuando hicieron las transferencias y se inscribieron las últimas propiedades a nombre de Toronto, Orezzoli me dijo: “Quédate tranquilo, me voy de vacaciones, y nos vemos en marzo”. Pero en marzo me dijo “hay problemas, está todo esto de la crisis subprime y los activos tóxicos, voy a viajar a Canadá a ver qué pasa”. Le pedí que me mantuviera informado, pero ya no me contestó más el teléfono. Eran las primeras semanas de abril cuando me di cuenta de que me habían engañado. Y en mayo apareció Luis Felipe Lanas para rescatar su plata.

Gracias a Dios, mis hijos no salieron como yo. Tengo una historia triste, pero no estoy tan mal. Estoy vivo, estoy luchando. La persona que va a salir de acá no es la misma que entró. Y cuando les pueda pagar a mis clientes voy a salir con la  frente en alto y dar vuelta la página, porque la vida continúa

—¿Y qué hizo en ese tiempo?
—Corrí para todos lados desesperado. Fui a hablar con abogados. Fui a hablar con Orezzoli, lo presioné, fui a su casa, no me recibió. Me dijo “olvídate de mí, habla con los abogados”.

—Cuesta entender que, si ya se habían pagado, hayan sido sus abogados los que más se empeñaron en meterlo preso por estafa.
—Claro, porque él necesitaba ocultarle al resto de las personas que él se había pagado preferentemente, que él se había quedado con a plata, él se camufló, se disfrazó entre la masa de acreedores, se victimizó, y me acusó de ser un sinvergüenza. Y cuando fue la audiencia de formalización fue bien increíble, porque yo llegué, y eso está en los audios, con una mina de litio vendida para pagar el 100% de la plata que le adeudaba, y el abogado Manuel Garrido, en concordancia con el abogado Mauricio Hederra, me ridiculizaron en el tribunal.

—¿Y por qué lo habrían de ridiculizar?
—Porque estábamos en 2009 y nadie conocía el litio. Es como si yo apareciera hoy con una planta de magnesio o un cohete espacial para subir satélites.

—Había perdido toda su credibilidad.
—Mi credibilidad estaba destrozada. En vez de arrancarme busqué una solución y la encontré, pero en vez de eso me metieron preso y así desarticularon la posibilidad de poder pagar. Y empezaron los rumores, los cuentos, los artículos de la prensa. Yo quedé como un sinvergüenza, como un estafador, como un drogadicto, chanta. Me arruinaron.

—¿Pero parte de eso no era una realidad? Usted usaba drogas…
—No. De repente sí, tengo que reconocer que consumía socialmente drogas, sí, cocaína, marihuana, alcohol, sí, pero dentro de un contexto social, y nunca me vi involucrado en actividad delictual alguna.

—Tuvo suerte.
—Tuve suerte, efectivamente, y de no matarme en moto. Siempre me he preguntado por qué cayó sobre mí la maldición de ser un tipo vehemente, arriesgado y a veces irresponsable, pero nunca lo hice de mala fe.

—¿Cómo está la relación con su mamá?
—Es distante. Tengo entendido que está delicada de salud, y le he mandado decir que no venga para acá porque es muy frío, muy inhóspito. Yo tengo mucha vergüenza, mucha pena porque mi mamá confió en mí y me pasó muchas propiedades que eran de su familia. Esa gente de Toronto a mi mamá la pusieron en la calle. Le pusieron el piano en la calle. A mi señora la pusieron en la calle con los muebles y los televisores —dice con la voz aguda a punto de quebrarse.

—Según los “Panama Papers” usted tiene sociedades offshore. ¿Maneja plata, propiedades fuera de Chile?
—No. No tengo ni un peso. Estas sociedades se usaban para el arbitraje de ADR. Te lo explico: Endesa se transa en la Bolsa chilena y se transa en la Bolsa americana. Pero no se mueven idénticas. Cuando sube en Chile, vendo y las compro en EE.UU. Para eso necesitábamos toda una estructura porque el Banco Central exigía que fuera un inversionista extranjero el que figurara arbitrando.

—¿De qué vive su familia hoy?
—De la ayuda de mi mamá, que le pagó la universidad a mi hija. A otro lo tuve que sacar, porque no tenía cómo pagar las 500 lucas. Mi otra hija, que ya se recibió, aporta con toda la platita que gana. Gracias a Dios, mis hijos no salieron como yo. Tengo una historia triste, pero no estoy tan mal. Estoy vivo, estoy luchando. La persona que va a salir de acá no es la misma que entró. Y cuando les pueda pagar a mis clientes voy a salir con la frente en alto y dar vuelta la página, porque la vida continúa.
Un gendarme entra en la sala, Tomás Serrano se para y le extiende las muñecas.

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