Por César Barros Octubre 1, 2010

Con expectativas de un precio del cobre a largo plazo acercándose los US$ 4 y las monedas de los países emergentes en franca revaluación, el tipo de cambio chileno parece ir destinado hacia los $ 450 por dólar.

Ha llegado el momento de sentarse a pensar seriamente qué haremos al respecto, aparte de quejarse, unos, como perros atropellados, y los otros mirar con cara de poker afirmando que "todo está dentro de lo esperado". Unos pidiendo medidas desesperadas y los otros afirmando que nada se puede hacer. Me recuerda las discusiones que teníamos cuando el dólar estaba a $ 39 y los economistas -en su gran mayoría- alegaban que lo importante era el "tipo de cambio real" y que una devaluación sólo traería más inflación, dejando el "tipo de cambio real" donde mismo. Los productores, junto con Manuel Cruzat, Sebastián Piñera, Juan Andrés Fontaine y otros economistas en minoría, decían justo lo contrario.

Ahora, de nuevo, los productores están en pie de guerra, con unos pocos economistas de su lado. La gran masa de ellos -sobre todo los del gobierno y del Banco Central- dicen que estamos "en el rango". Como parece que lo estuvimos con el dólar a $ 650 y también cuando se situó por debajo de los $ 480. Claro, con esa amplitud de rango cualquiera está alineado siempre (como los que dijeron antes que a $39 estábamos alineados). Cuesta pensar que las variables fundamentales del tipo de cambio fluctúen en esas cantidades durante períodos más o menos cortos. Porque en cosa de tres años vimos pasar el tipo de cambio de $ 650 a $ 480. O sea, 30%. Mientras, la productividad de la mano de obra, lejos de subir, bajó o se mantuvo estable. La tecnología difícilmente cambió tanto. Los precios externos -salvo el cobre- tampoco.

La verdad es que las tremendas fluctuaciones del dólar aquí se deben sobre todo a movimientos especulativos que nada tienen que ver con la productividad de los chilenos frente a la de sus competidores extranjeros.

También es cierto que con este precio del cobre, y con el desarrollo, el tipo de cambio debería ir declinando en el tiempo. Y hay que prepararse para ello. Pero no se ve a nivel empresarial un movimiento hacia la productividad que permita sobrevivir en un mundo con un tipo de cambio menor y una mano de obra más cara.

Muchos ven en las coberturas de cambios la panacea. Debemos mirarlas con mucho cuidado. Hay veces en que uno "le achunta", pero otras en que se equivoca, con dolorosos resultados en la caja y en los balances. En una conocida empresa que se "protege" mes a mes con coberturas cambiarias, un director pidió que le calcularan cuánto se había ganado por las coberturas versus no haber hecho nada. El resultado -no tan sorprendente- fue que era igual cubrirse que no cubrirse. La cobertura sólo protege de fluctuaciones muy cortas, pero no del ciclo más largo que lleva el tipo de cambio, que es el que saben manejar en forma maestra los especuladores internacionales de gran tamaño.

Por otra parte, para una empresa exportadora tipo, que gana con suerte el 10% a 15% sobre sus ventas, una reducción del tipo de cambio del 10%-15% simplemente le borra el resultado.

Tampoco resulta sencillo -por no decir imposible- valorizar un proyecto de inversión exportador con la ignorancia más absoluta sobre el tipo de cambio de largo plazo, o con "rangos" de fluctuación del 30%. Es más difícil que conseguir permiso para una central de energía a carbón.

Las grandes preguntas son dos

La primera es cómo reducir la volatilidad al peso. Y esto implica preguntarse si haremos algo o no con los grandes especuladores internacionales que crean dicha volatilidad. Desde el gobierno los amenazan con las compras de dólares por parte del Banco Central. ¿Es lo único que podemos hacer para que la vida les resulte más difícil cuando administren el Chilean book? O les pondremos trabas para, al menos, quitarles el sueño de cuando en cuando. Lo único claro es que si hacemos nada -o bien ellos se convencen de que haremos nada o muy poco- siempre bailaremos al compás de lo que piensen los traders de los grandes bancos de inversión del mundo, que no andan fijándose mucho en las variables fundamentales de la economía chilena, sino en los rumores y vaivenes que se escuchan o sienten en Wall Street o en la City de Londres.

La segunda pregunta corresponde contestarla al empresariado. Con un tipo de cambio de largo plazo de $ 450 y mano de obra que cuesta, en el largo plazo, 50% más ¿qué deberían hacer para sobrevivir? Esto ya no toca la volatilidad -supongamos que no existe por un momento-, sino que es la respuesta al precio del cobre, a la debilidad del dólar o del euro en el mundo, y a que el desempleo -por fin- se acaba en Chile.

En este ambiente habría que reformular la matriz productiva chilena en 180º. Mecanizar casi todos los procesos productivos, cambiar los layouts, desvincular a buena parte del personal y quitarle peso a la cúpula gerencial, que en Chile es muy pesada. Fue lo que hizo la industria automotriz norteamericana ante la competencia japonesa: cambió a casi todo su personal de planta por robots. Casi quiebra en la transición. Pidió hasta avales del Estado (¿recuerdan a la Chrysler de Lee Iacocca?) y Detroit nunca más fue lo que había sido. No veo que los empresarios chilenos estén pensando algo parecido. Tampoco que estén evaluando proyectos al verdadero tipo de cambio de largo plazo y con los costos de mano de obra y gerenciales adecuados. Tampoco veo al gobierno pensando en una nueva y revolucionaria matriz productiva.

Y claro, uno se resiste. Un amigo agricultor me contaba que para dejar su campo productivo requería desprenderse de todos sus trabajadores actuales, comprar maquinaria nueva y contratar gente adecuada a una tecnología mucho más sofisticada que un simple tractor con una rastra. Pero aparte de no tener capacidad crediticia para comprar las máquinas y desvincular a toda su mano de obra -mucha con contratos anteriores a 1981-, para financiarse tendría que primero vender el campo (como el oficial de los marines que justificaba la quema de una aldea en Vietnam: "Hay que quemarla para salvarla…").

La perspectiva de largo plazo del tipo de cambio nos exige un trabajo muy duro, para darnos el marco legal y empresarial que permita sobrevivir a esa nueva realidad. Y en el intertanto, requiere una labor más proactiva, pragmática y, a lo mejor, heterodoxa de la autoridad cambiaria, para así darnos tiempo para llevar a cabo los cambios que se requieren, los cuales sin un consenso social difícilmente verán la luz.

*Economista.

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