Por Julio 23, 2010

Arriesgarse a entregar una visión de la economía distinta del consenso del mercado siempre trae algún tipo de consecuencia. Éstas pueden ser simplemente mediáticas -como lo podemos comprobar ya en forma majadera cuando escuchamos o leemos a algunos comentaristas realizar proyecciones económicas catastróficas- o extremas -sin ningún sustento empírico ni menos teórico-. Pero cuando las discrepancias se basan en un análisis serio y diligente de los datos y la teoría, salirse del consenso trae buenas consecuencias reputacionales, aunque éstas no lleguen inmediatamente.

Justamente eso le ocurrió al economista indio Raghuram Rajan, quien en la conferencia anual de Jackson Hole -del 2005- presentó su trabajo, en el que alertó sobre el aumento sustancial que diferentes medidas de riesgo de grandes instituciones bancarias en EE.UU. habían registrado en los últimos años. Esto era sorpresivo en ese momento. El establishment económico criticó a Rajan de tal modo, que él más tarde admitió que se sintió "como uno de los primeros cristianos al meterse en una convención de leones hambrientos".

En ese momento  la tendencia a deshacerse de préstamos "malos" de los balances de los bancos (a través de la securitización) debiera haber mejorado los indicadores de riesgo. Sin embargo, la desregulación y el desarrollo financiero habían aumentado el apetito de los administradores financieros por asumir mayores riesgos, aunque muchas veces no entendían exactamente qué estaban comprando. El tiempo pasó y esencialmente todo lo que Rajan sugería se cumplió. Hoy es considerado como uno de los pocos economistas que advirtieron con rigor académico sobre los riesgos que se incubaban.

En su reciente libro Fault Lines: How Hidden Fractures Still Threaten the World Economy, Rajan reconoce que se quedó corto respecto de las fallas que presentaba el sistema financiero global en el 2005, y que éstas sólo representaron la punta del iceberg. Su nuevo análisis plantea que las verdaderas razones de la crisis son estructurales, pero están algo ocultas. El mensaje más importante del libro es que la responsabilidad de la crisis es de todos los agentes del mundo desarrollado. Sí, de todos: políticos, gobiernos, banqueros, economistas, inversionistas e incluso simples ciudadanos con acceso al crédito. A pesar de la evidencia contundente sobre los riesgos que se incubaban, todos querían creer que las cosas seguirían igual de bien para siempre. Sin embargo, la acción conjunta de todos llevó a la economía global al borde del desastre. Por lo tanto, la amenaza de descalabro seguirá presente si no reconocemos cuáles fueron los errores y cuáles son las posibles soluciones.

Usando jerga geológica, Rajan plantea su análisis en torno a tres "fallas" fundamentales: la cada vez mayor desigualdad de ingresos en Estados Unidos, los desequilibrios comerciales globales de largo plazo y el crecimiento económico sin aumento del empleo y con una inadecuada protección social en EE.UU.

Con su primera "falla" -basada en la creciente desigualdad de ingresos y la presión política de entregar crédito fácil-, Rajan nos sorprende de nuevo y nos invita a una reflexión muy interesante de cara a lo que ocurre en nuestra economía. Él explica que, en 1976, el 1% de los hogares más ricos de EE.UU. contaba con el 8,9% del ingreso total, porcentaje que creció en el 2007 al 23,5% del ingreso total. Agrega que los salarios más altos de los trabajadores crecieron mucho más que los de la clase media, afectada por el lastre de una deficiente educación primaria y secundaria. De este modo,  surgen preguntas que arman la historia. ¿Cuál fue la consecuencia de esta situación para la clase media estadounidense? Claramente, el estancamiento de los sueldos y la creciente inseguridad en el trabajo. ¿Qué hicieron los políticos frente a esto? Se dieron cuenta de que las iniciativas que fomentan el consumo reditúan políticamente más en el corto plazo que las que mejoran el ingreso y que las medidas de largo plazo que promueven la calidad de la educación.

Pero entonces ¿cómo aumentar el consumo si no aumentaba el ingreso?: facilitando el crédito a los hogares, especialmente a las familias de menores ingresos. El crédito fácil llegó a través de hipotecarios subsidiados, rebajas de impuestos, garantías de gobierno y otras medidas. Los beneficios fueron inmediatos, mientras que los costos parecía que podrían siempre ser pospuestos para el futuro. La crisis financiera demostró que no sería así.

En Chile hemos puesto desde 1990 a la equidad como objetivo central de la política, lo cual generó caídas significativas en la desigualdad salarial y un impacto positivo en la distribución del ingreso, aunque es necesario que la brecha siga reduciéndose más rápidamente. La desigualdad del ingreso imperante aquí puede generar políticas populistas que empeñen el bienestar en el largo plazo, tal como nos enseña Rajan con EE.UU. Hasta ahora, hemos ampliado el acceso al crédito sin aumentar los riesgos para el sistema bancario y financiero, como quedó demostrado durante la crisis global. Estos desafíos deben continuar y no quedarnos dormidos en los laureles.

La persistencia de una inequitativa distribución de ingresos en nuestro país no se condice con los avances que hemos logrado en la reducción de la pobreza y en los adecuados niveles de estabilidad macroeconómica y financiera que nos distinguen a nivel global. La tesis de Rajan nos ayuda a entender que reducir esa brecha, además de ser éticamente deseable y urgente, implica también enfrentar un riesgo sistémico que no estamos habituados a considerar dentro de los factores que contribuyen a dicha estabilidad.

*Profesor de la UAI y consultor del FMI y del Banco Mundial. Fue coordinador de Finanzas Internacionales del Ministerio de Hacienda.

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