Por Andrés Velasco, ministro de Hacienda Febrero 27, 2010

El otro día un diario financiero de la plaza tituló con la situación fiscal supuestamente "estrecha" en que se encontraría Chile.

Al poco rato, un prominente economista extranjero, que sigue las discusiones de política económica en América Latina por internet, me llamó para preguntarme:

-¿Leí mal? ¿O es que ustedes celebran hoy el Día de los Inocentes?

Mi interlocutor se declaró confundido. Es que por esos mismos días los principales diarios financieros del mundo habían titulado con la estrecha situación fiscal no de Chile, sino de Grecia, y de otros países como Italia, España, Portugal e Irlanda.

El temor de la prensa y los mercados internacionales es la tremenda deuda pública de esas naciones europeas; Chile, mientras tanto, casi no tiene deuda pública.

Los mercados están renuentes a prestarles a esos países europeos y su riesgo país se ha disparado. El riesgo de nuestro país, por contraste, ha bajado, al punto que sólo hay dos naciones emergentes en todo el planeta consideradas más seguras que Chile. Así lo consignaba otro matutino de la plaza, ese mismísimo día.

Mi amigo, claramente, tenía más de una razón para estar confundido.

La debilidad fiscal es quizá la gran secuela de la crisis financiera internacional. Incluso potencias como EEUU y Gran Bretaña muestran déficits fiscales sin precedentes, de 11% del PIB o más, y deudas públicas que se disparan. La posibilidad de un default por parte de una o más economías avanzadas se discute abiertamente.

En todo el mundo, sólo un puñado de países se salva de esta epidemia. Uno de ellos es Chile.

Dos son los indicadores claves de salud fiscal. El primero es su deuda neta: la diferencia entre lo que debe y lo que le deben. Al cierre del 2009, Chile es un acreedor neto: nuestros activos exceden nuestras deudas, cosa que -hasta este gobierno- no había ocurrido nunca en nuestra historia.

De los 30 países de la OCDE, la asociación de países con buenas políticas públicas a la que Chile ha sido invitado, sólo Australia, Luxemburgo y Noruega tienen situaciones comparables a la nuestra. Todas las otras son naciones muy deudoras. En el sur de Europa la deuda pública bruta suele exceder el valor total de la producción de un año. Incluso en la frugal Alemania llega a 77% del PIB.

El otro indicador de salud fiscal es el déficit o superávit fiscal. El patrón casi universal es un déficit sostenido. Este patrón se ha agudizado violentamente en la crisis. En Chile, por contraste, los cuatro años de la administración Bachelet promediaron un superávit fiscal de 4,3% del PIB, lo que tampoco se había alcanzado nunca en nuestra historia.

Y en esta materia ¿cómo nos comparamos con las naciones ricas de la OCDE? Sólo Noruega con su abundante petróleo nos supera. Las 29 economías restantes han tenido un desempeño inferior al de Chile.

¿Qué hacer frente a la crisis?

Los cuatro años de gobierno se descomponen en tres de superávit y uno -2009- de déficit. ¿Por qué tuvimos déficit fiscal el año pasado? Porque el mundo vivió una pequeña crisis, la mayor en sólo ocho décadas.

En un año de crisis internacional el sector privado de un país naturalmente gasta menos. Esto significa que se pagan menos impuestos y la recaudación fiscal cae. También significa que las empresas tienen menores ventas y por lo tanto se reduce la producción y el empleo.

Frente a ello, la respuesta correcta de política económica es que un mayor gasto público llene -al menos parcialmente- la brecha dejada por el menor gasto privado.

Si durante la crisis, por ejemplo, las familias más pobres no pueden solventar algunos gastos esenciales y las pymes no tienen mercado para colocar su producción, corresponde dar bonos especiales que tienen un buen impacto social y también un buen impacto económico: con más pesos en el bolsillo, la gente sale a hacer sus compras y la economía recibe una inyección de vitaminas.

Si la crisis lleva a que menos familias estén en condiciones de hacer la apuesta de la casa propia, corresponde aumentar temporalmente los subsidios habitacionales para que las casas ya construidas se vendan, se construyan nuevas, y los obreros de la construcción no pierdan su trabajo.

Y si la inversión privada cae, corresponde aumentar temporalmente la inversión pública y dar incentivos especiales para el recambio de maquinarias y motores y la adopción de tecnologías más verdes.

Esto es exactamente lo que hicimos en Chile. Y dio resultado. El 2009 contuvimos el desempleo muy por debajo de lo que los pesimistas habían proyectado. Y el 2010, cuando la crisis aún no termina en buena parte del planeta, Chile crecerá al 5%.

Ahora, los menores ingresos y los mayores gastos implican un déficit. Por supuesto que sí. Por algo Canadá, país de tradicional austeridad fiscal, registró el 2009 una brecha de 4,8% del PIB, mayor que la de Chile.

En suma, en años de crisis las naciones bien administradas tienen déficits por la misma razón que las guaguas se chupan el dedo gordo del pie: porque pueden.

La pega, por anticipado

Pero querer no es poder. El mundo está lleno de países que gustosos habrían seguido políticas más contracíclicas (es decir, habrían experimentado mayores déficits) durante la crisis, pero no pudieron.

No pudieron porque no tenían ahorros propios con que financiarse. O porque nadie quería prestarles. O porque entraron a la crisis con deudas muy altas, y al cabo de unos meses de endeudamiento creciente los mercados de capital se pusieron nerviosos y les cerraron la llave del crédito. Esto último es exactamente lo que hoy le ocurre a Grecia y a varios más.

Nuestro país, por contraste, llegó a acumular más de 20 mil millones de dólares en dos fondos. Y los invertimos prudentemente, de modo que ni siquiera durante el annus horribilis del 2009 dejamos de recibir utilidades. No ocurrió así con casi todos los otros fondos soberanos del planeta, que perdieron plata a manos llenas el año pasado.

Dicho de otro modo: para poder amortiguar una crisis, un país debe haber hecho antes las tareas. Chile las hizo. Muchos otros no las hicieron.

Un país que hizo la pega por anticipado goza de otra ventaja: no deja una mochila que pueda retrasar la salida de la crisis. Si la deuda es baja, también lo es la carga de intereses de esa deuda. No hay que recortar la inversión pública -por ejemplo-para hacerles espacio a las exigencias de los acreedores. El gasto puede seguir estimulando la economía y el impulso fiscal puede irse retirando gradualmente, conforme a las necesidades de los ciudadanos locales y no de los bancos extranjeros.

Así está ocurriendo en Chile. Según el Presupuesto 2010 aprobado por el Congreso a fines del año pasado, el gasto crecerá más de 4% este año y al mismo tiempo el déficit fiscal caerá a 1,1% del PIB. Si los precios del cobre siguen altos la cifra podría ser aun menor, dicen algunos analistas privados. Chile tendrá este año el tercer menor déficit fiscal entre todos los países de la OCDE. Por haber hecho las cosas bien en el pasado, podremos conjugar crecimiento y estabilidad financiera en el futuro.

Epílogo

En todo país del mundo las demandas son siempre mayores que las posibilidades fiscales. Pero una cosa es que estas posibilidades crezcan fruto del buen manejo y del ahorro, como nos ha pasado a nosotros. Otra cosa muy distinta es que estas posibilidades se vean drásticamente restringidas por el dispendio anterior y la crisis, como ha ocurrido en tantas partes.

Todo esto mi amigo del llamado lo sabe muy bien, pero a los chilenos aún nos cuesta creerlo. Tal vez en alguna época tampoco creíamos en la excelencia de nuestros vinos o que lograríamos medallas de oro olímpicas. Así que no le di la lata con muchos datos adicionales. Y pensé que tal vez él quedaría convencido que todo eso era parte de la época de carnavales y festivales que suelen coronar el verano en este lado del mundo.

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