Por Alejandra Costamagna Abril 8, 2015

© Nacho Rojas

Como un "drama estático en un cuadro" definía Fernando Pessoa El marinero, obra escrita hace poco más de un siglo, a sus veinticinco años. Un ataúd al centro y tres mujeres sentadas a su alrededor, en actitud pasiva. Eso era todo. Y entre la inercia del velorio y la vaguedad del tiempo en la penumbra, las palabras de las mujeres sonaban como la proyección de un sueño donde el pasado era una casa y la muerte una presencia casi palpable. Esa condición contemplativa y melancólica es enfatizada por Alejandro Goic en la versión que por estos días reúne en escena a Bélgica Castro, Carmen Barros y Gloria Münchmeyer, cuando se cumplen ochenta años de la muerte del poeta portugués. Sólo ver juntas y en primer plano a estas tres actrices imprescindibles del teatro chileno es una experiencia recomendable. Pero hay más. El director genera una atmósfera de contrastes entre la quietud de las protagonistas, difuminadas tras un gran velo, y la proyección de imágenes de un oleaje furioso y unas vacas a la intemperie (gran trabajo audiovisual de Goic, junto al cineasta Fernando Guzzoni) que invaden los muros y el techo de la sala. Se suman registros audiovisuales de las mismas actrices reproducidos a veces en simultáneo con las voces "en vivo", como la continuación mental de un razonamiento en voz alta o acaso como la corrección de un probable olvido del parlamento. "Cuando hablo demasiado, empiezo a separarme de mí y oírme hablar", dirá una de las veladoras de manera oportuna para dar paso al eco de sí misma.

Aquí no hay dramas en escala ni acciones climáticas, ni mucho menos desplazamientos corporales (excepto el breve instante en que Carmen Barros se aleja de su silla para bailar junto al ataúd, a solas). Pero sí hay tensión. Y a ratos esa tensión bordea la incomodidad. Especialmente perturbadoras resultan las proyecciones de imágenes en primerísimo primer plano de Castro y Barros interpeladas por el director, forzadas a gritar, a hablar de la muerte, la muerte, la muerte, al borde del llanto o directamente llorando en cámara. Hay una exposición extrema, sin duda, pero también hay honestidad de sobra en la angustia transmitida: se trata una apuesta arriesgada, que las actrices comparten y asumen con rotunda vitalidad.

"El Marinero", hasta el 26 de abril en el GAM.

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