Por Evelyn Erlij Mayo 13, 2015

Rara vez una historia de amor rabioso y explosivo tiene de protagonistas a una mujer y su hijo, a pesar de que en esa relación hay más drama que en cualquier romance pasional: dos seres destinados, de manera inevitable e instintiva, a amarse de por vida. El canadiense Xavier Dolan (1989), cineasta de moda en Europa y niño terrible del cine (como lo llaman los amantes del cliché), lo entendió en su primera película, Yo maté a mi madre (2009), un grito histérico y adolescente -y no por eso menos conmovedor- sobre la vida bajo el techo materno. No tuvo que hurgar mucho en sus recuerdos de juventud: escribió el guión a los 17 años y filmó la cinta a los 19.

En Mommy, su quinto trabajo, el director vuelve a esa tragedia edípica con la misma energía creativa que en su ópera prima, pero con un par de años más de madurez. El filme llega a Chile con buena reputación, ya que fue la película que sobreexcitó a la crítica en Cannes 2014, que se llevó el Premio del Jurado en ese festival y que en Francia hizo más de un millón de entradas. El drama comienza así: Diane es una viuda algo estridente que debe lidiar con su hijo Steven, un adolescente anárquico a niveles patológicos, que fue expulsado de un centro de reeducación. En medio de esa vorágine aparece Kyla, una vecina que encuentra en este dúo tortuoso un escape a sus propios traumas.

Aquí hay dosis de kitsch y cultura popular, también algo de estética de videoclip, toques de Almodóvar y un enorme cuidado por los encuadres y las luces. Es un cine propio de la era Instagram (es más: buena parte de la cinta se ve en formato cuadrado de 1:1), y quizás por eso no es raro que Dolan se haya convertido en una estrella algo odiosa y autorreferente, en un “Principito hipster”, como lo llamó el diario Libération. Mommy, sin embargo, es la prueba de que detrás de ese barullo mediático hay, de verdad, un talento prometedor.

“Mommy”, de Xavier Dolan.

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