Por Yenny Cáceres Diciembre 4, 2015

Esta película es un ejercicio extremo: más de dos horas sin diálogos ni subtítulos ni música, y donde todos los actores que participan son sordomudos. Pero también La tribu es un acto de fe. En tiempos en que los blocksbusters han convertido el cine en un interminable videojuego, La tribu es una película de cine puro, que confía ciegamente —con obstinación, incluso— en el lenguaje del cine.

Una cinta en la tradición de Bresson, y la ópera prima de un director ucraniano, Myroslav Slaboshpytskiy, que sorprendió el año pasado en Cannes. Todo ocurre en un internado de sordomudos, donde la llegada de un chico nuevo deja al descubierto la existencia de una mafia con sus propios códigos y en la que los estudiantes participan como matones y prostitutas. Así, luego del bullying inicial, el protagonista se convierte en un miembro más de esta tribu.

La cámara acecha a los personajes, pero no hay primeros planos de ellos. Eso, unido a la falta de diálogos, provoca un efecto de distanciamiento en que no hay espacio para sentimentalismos. Nunca vemos a los profesores, sólo seguimos a estos chicos a la deriva, intentando sobrevivir. Así, acompañamos al protagonista en este camino sin retorno que inevitablemente se cruzará con la tragedia, y en el trayecto se enamorará de una de sus compañeras que se prostituyen. El resultado es un relato feroz, asfixiante y terrible. Y una película para recuperar la fe en el cine.

“La tribu”, en Centro Arte Alameda.

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