Por Evelyn Erlij Agosto 27, 2014

Duele ver El hombre más buscado. Duele ver a Philip Seymour Hoffman brillando como siempre; duele verlo en este papel -su último papel protagónico- de un hombre desecho y hediento a alcohol y tabaco; duele verlo sostener el peso de una trama sabiendo que nunca más ninguna se sostendrá en él. Hoffman, trabajólico hasta la muerte, falleció dejando cuatro películas por estrenar, de ahí que sea imposible desdoblar la imagen del actor de la del personaje: el cansancio y el impulso toxicómano de Günther Bachmann, rol que interpreta en esta cinta de espías de Anton Corbijn, es inevitablemente el reflejo de su propio hastío y abandono.

En los rincones más oscuros de Hamburgo, una unidad de espías liderada por Bachmann se inmiscuye en redes de terroristas islámicos haciendo el trabajo sucio que las leyes alemanas prohíben a las agencias de inteligencia. Entre la clandestinidad y la colaboración con estos organismos oficiales, el grupo le sigue la pista a un inmigrante ilegal, mitad ruso mitad checheno, que llega a la comunidad musulmana para obtener la herencia millonaria de su padre con fines aparentemente peligrosos.

Aunque la película -basada en un libro de John le Carré- cae en ciertos clichés y ambigüedades, Hoffman la mantiene en alto gracias a su interpretación soberbia de un tipo autodestructivo que rezuma ruina y ambición; de un obsesivo que obsesiona, ya que poco importa que el filme tenga un reparto de estrellas (William Dafoe, Robin Wright y Rachel McAdams): los ojos se fijan en él como una adicción, como si en cada uno de sus gestos perfectos se leyera un manifiesto desencantado contra ese Hollywood que casi siempre pensó en él como actor secundario. Porque el hombre más buscado de esta película no es ningún terrorista. Es Philip Seymour Hoffman.

“El hombre más buscado”, de Anton Corbijn. En cines.

Relacionados