Por Alberto Fuguet, escritor y cineasta Marzo 26, 2014

Aún no cumple 62 años, una edad bastante inferior a muchas figuras recauchadas de la farándula (tanto local como hollywoodense), pero parece mayor. Y no le importa: o quizás le importa y lo asume y sabe que esas bolsas en los ojos, esa voz rasposa y cansada, esas arrugas que delatan una vida bien vivida (o una vida vivida con todas sus alegrías y pérdidas) es lo que lo separa de los demás. De los jóvenes Ken hechos en serie, depilados y desechables,  perfectos y exfoliados, humectados y con 3% grasa, que logran protagonizar una cinta de acción para luego desaparecer antes de cumplir los 30.

 Liam Neeson no es de esos. Es como un atesorado whisky irlandés de 12 años. Ahora Neeson puede destrozar/aniquilar/descentrar a cualquier jovencillo por ahí. Su método, ahora que es un héroe de acción de la tercera edad, no es tanto cómo usa sus golpes o su buena puntería, sino su mirada. Una mirada intensa, con esos ojos llenos de rabia y tristeza, es lo que ancla esa presencia enorme (más de un 1.90) y a la vez ausente, y lo ha transformado en una estrella de cine a una edad en que muchos empiezan a jubilarse. ¿Quién es el verdadero héroe de acción de la era Obama?: un irlandés que parece frágil, pero es todo lo contrario.

Liam Neeson ha llegado a ese punto de su carrera en que no tiene que probar nada ni necesita mover siquiera su cara. Non-Stop: Sin Escalas, una eficaz y deliciosa cinta-basura que combina la paranoia post 9/11 con la nostalgia de la serie setentera Aeropuerto, es un buen ejemplo de esta “segunda carrera”. Un viejo que toma la ley en sus manos, que cree en la venganza, que no acepta que le tomen aquello que quiere.

Algunos sostienen que fue su tragedia personal la que lo catapultó. Taken: Búsqueda implacable fue la que lo hizo pasar de un galán de cintas-de-arte y de un eficaz actor-de-carácter en filmes poco comerciales a un héroe de tomo y lomo que es éxito en la taquilla. Taken se estrenó con un éxito inusitado un año antes que su mujer, la actriz Natasha Richardson, muriera en un impensado accidente de esquí. Fue esa tragedia la que invistió a Neeson de algo extra. Y su duelo pasó a ser, de alguna manera, la venganza. El veterano solitario que no tiene miedo de perder porque de alguna manera ya lo ha perdido todo.

Neeson ahora es su propio género. Como todo grande, puede hacer que sus filmes parezcan mejor de lo que son. Si antes se diluía para ser parte de filmes importantes (La lista de Schindler, Kinsey), ahora las cintas intentan estar a su altura. Ni siquiera Taken, la cinta que lo cambió todo, estuvo a su altura. Por eso ahora es una estrella: lo mejor de Non-Stop -que tiene algo de un thriller de Agatha Christie arriba de un 777- es Neeson y es él quien justifica pagar la entrada.

En un mundo donde nos machacan que la vejez implica fin, donde el triunfo y la fuerza son de los jóvenes, la transformación de Liam Neeson -su resurrección- es para celebrarla, apoyarla e imitarla.

Que siga pegando combos, que siga haciendo justicia. Non-Stop no para y Liam Neeson tampoco.

¿Mejor película del año? No. Pero casi. Ojalá lo fuera. Pero qué importa. Está Liam. Y hasta coquetea con Julianne Moore.

Bien.

Grande.

“Non-Stop: Sin Escalas”, de Jaume Collet-Serra.

 

 

Relacionados