Por Carolina Sánchez // Fotos: Reinaldo Ubilla Mayo 4, 2018

La bomba explotó por error. Ese 4 de agosto de 1977, ese artefacto, construido por un pequeño grupo armado radicado en Turín —llamado Azione Rivoluzionaria—, estaba preparado para algo grande: un atentado contra el diario italiano La Stampa. Sin embargo, en una calle cualquiera, de nombre Via Capua, la bomba estalló y arrasó con todo a su paso. Varios autos fueron destruidos y las ventanas de los edificios que miraban a esa calle estallaron también.

Pero el verdadero horror estaba casi al final de la cuadra: los cuerpos de los dos hombres que llevaban esa bomba —y quienes la habían construido—  yacían destrozados, desmembrados, varios metros más allá. Al rato después, cuando la calle se atestó de policías y ambulancias, se sabría que uno de los muertos era un chileno de 24 años, cuyo nombre era Aldo Marín Piñones, un desconocido.

 

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Iba a ser otro libro. El periodista Juan Cristóbal Guarello (1969) estaba decidido —a ratos sí, a ratos no— a escribir la historia de su padre: un abogado que salvó a decenas de chilenos en los consejos de guerra que vinieron después del golpe de Estado de 1973. Pero, dice hoy, nunca encontró el rumbo y casi siempre chocaba con puertas ciegas, sin llegar a ninguna parte. Entonces, en 2014, su hermana le contó que un muchacho llamado Aldo Marín Morales la había contactado, pues aseguraba que su padre —Fernando Guarello— le había salvado la vida al de él.

La historia partió así: Aldo Marín Piñones, militante del Partido Socialista, estuvo preso en el Estadio Chile  días después del golpe. Allí, el abogado Fernando Guarello lo habría salvado de ser fusilado. Luego de eso, le explicó el muchacho, le dijeron que su padre estuvo asilado en la embajada de México hasta que partió al exilio. Nunca lo conoció, sin embargo, pues él nació mientras estaba detenido. En ese entonces, Aldo Marín Piñones tenía 19 años y, cuatro años después, moriría en Turín, Italia, al estallar aquella bomba.

Su familia nunca sabría realmente qué ocurrió ese día de agosto de 1977 —ni las razones de la bomba, ni el destino de su cuerpo muerto—, ni todos los otros años en que estuvo lejos. En ese entonces la DINA operaba en Chile y cualquier pregunta podía significar la muerte. Por eso, esa pequeña historia era todo lo que conocían. Sin embargo, Guarello dice que supo que ese era el primer párrafo; que Aldo Marín era lo que tenía que escribir. Así, olvidó el primer libro y comenzó uno nuevo.

Es la tarde del último viernes de abril y en una pequeña calle de Las Condes la música se escucha fuerte. El sonido viene desde una casa, escondida entre grandes árboles. Adentro de ella está el periodista Juan Cristóbal Guarello ajustando la aguja de su tocadiscos. Hace tan sólo unas horas le llegaron los ejemplares de Aldo Marín. Carne de cañón (Debate) después de largos años de investigación. Mientras el fotógrafo busca retratarlo, no puede evitar hablar de la increíble vida con la que se encontró y de cómo todavía sigue fascinándolo. De cómo alguien pudo vivir tanto en tan pocos años.

Cuando ya está sentado, trata de explicar cómo partió todo:

—Me atrapó esta historia en que un tipo, un chileno, muere en Italia poniendo una bomba y nadie sabe nada. ¡Es una noticia que conmociona! Sin embargo, nadie se acordaba de nada, nadie dijo nada —dice.

El periodista, entonces, se propuso averiguar qué había pasado con Aldo Marín Piñones: en su vida, en el norte, en la soledad del exilio. Hasta que lo logró.

 

Imagen Imagen Juan Cristobal Guarello_-5

 

 

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Dicen que Aldo Marín se enamoró de Allende. Que ese día de 1970, cuando el entonces candidato presidencial recorrió las calles olvidadas de Vallenar y dio su discurso, su vida cambió. En ese tiempo él era un lechero, muy pobre, que sobrevivía apenas los días en el norte con su familia evangélica. De niño sólo conoció la pobreza y por eso, dicen algunos, le hizo tanto sentido un país donde el pueblo tuviera el poder. Fue desde ese momento, quizás, cuando dejó todo en busca de la revolución y decidió empezar a militar.

Un par de años después vendría una vida imposible de creer: el exilio obligado en México, adonde tuvo que partir solo pues su mujer —con tan sólo 17 años— y su hijo recién nacido no tuvieron el permiso familiar para salir de país; la oferta irresistible que llegaría meses después para prepararse en Cuba, en los montes, donde aprendió a armar y desarmar bombas, resistir pesos impresionantes, a disparar, a combatir el cansancio. El objetivo final era, según dicen algunos, asesinar a Pinochet. Pero ese día no llegaría jamás.

Aunque Aldo Marín llevaba meses entrenándose con los cubanos, en Chile no existía —ni nunca existió— la posibilidad de combatir, como iguales, al régimen. Un día se lo dijeron: el entrenamiento se acababa pues esa guerrilla, la que derrocaría a la dictadura, nunca llegaría. Y él, cuyo evangelio era la revolución —era tan devoto a ella como su familia a Dios—, terminó su relación con Cuba y con su partido, y se fue. Entonces, aunque nadie sabe muy bien por qué, partió a Italia, junto a otros exiliados, donde finalmente terminaría su corta trayectoria revolucionaria.

Pero eso sólo se sabría, detalladamente, 48 años después, cuando alguien decidiera conocer su historia.

Lo primero que buscó Guarello fue el archivo online del diario La Stampa, el periódico italiano que Marín quiso volar. Allí, entonces, revisó todos los artículos que mencionaban su nombre y tradujo cientos de documentos. Después vinieron los encuentros con Aldo Marín Morales, que no sabía nada sobre su padre; con el resto de la familia, la mujer que todavía lo ama, los amigos militantes, los compañeros de exilio. Se juntó con expertos en la lucha armada, con un periodista de la época, con el abogado defensor de la entonces pareja italiana de Marín. Pero todo era extraño, muy fantasioso, y nunca logró dimensionar completamente hacia dónde iba la historia de este personaje que terminó obsesionándolo.

Cuatro años de su vida dedicó Guarello para descifrar el enigma que suponía Aldo Marín. “Yo esperaba encontrar algo más sencillo y encontré una vida desaforada. Es una vida que no admite respiro”, dice.

—El cuerpo de la historia nunca estaba. Iba armándola, pero no la encontraba —dice el periodista—. Esto significó tratar de ir hasta la médula de un tipo distinto, que era muy de su época, pero que hoy parece absolutamente fantástico. Fantástico no por bueno, sino por estar casi fuera de la realidad.

Entonces, en 2017, partió a Italia. Recorrió esa calle cualquiera donde estalló la bomba, tocó timbres. Habló con personas que vivieron ese 4 de agosto de 1977, que escucharon el estruendo, que vieron los cuerpos fragmentados desde sus balcones. Y allí conoció a quienes estuvieron con él en Turín y comenzó a comprender su historia; las muchas vidas de Aldo Marín.

Sin embargo, hasta hoy, nadie sabía nada sobre él.

—Es un hombre perfectamente olvidado, totalmente olvidado, y cuya historia es descomunal.

La historia de una vida, dice Guarello, que es la de todos los jóvenes olvidados de la Unidad Popular que estuvieron dispuestos a ser “carne de cañón”, la de los muertos que nadie recuerda.

—Hoy día escuchamos a Garretón que se ríe porque, claro, tiene el discurso de que cuando joven lo pasó tan bien, pero ahora es millonario y le da igual lo que hizo. Carlos Altamirano, que por último tuvo la delicadeza de retirarse —dice el periodista. Este libro es de los olvidados. Aldo Marín quería recuperar Chile para los trabajadores, se creía el cuento. Siempre los dirigentes hacen un cálculo, pero ellos no. Ellos son los perros de pelea, y Aldo Marín siempre iba a la pelea.

Cuatro años de su vida dedicó Guarello para descifrar el enigma que suponía Aldo Marín. Cada capítulo del libro lleva el nombre de un lugar porque en cada lugar, dice, Marín vivía un nuevo viaje, otra vida que nadie ha contado. Lo explica así:

—Para mí es como Ulises, va de isla en isla, cada vez con aventuras más grandes. Es de alguna manera como un personaje romántico, como estos viajeros que cada vez tienen una realidad más abarcadora, más gigantesca.

Cada vez que conocía una nueva isla, Guarello se obsesionaba más. Aldo Marín, quizás, produce eso. Cada vez que conocemos una parte de su historia queremos saber más, entender razones; por qué hace lo que hace, con qué fin entrega su vida a la revolución, quién es antes de esa bomba en esa calle cualquiera y, sobre todo, por qué nadie lo recuerda. Y por qué nadie se lo preguntó antes.

—Yo esperaba encontrar algo más sencillo y encontré una vida desaforada. Es una vida que no admite respiro. Muere a los 24 años y todo lo que vivió en cinco años... de repente en 1972 está repartiendo leche en Vallenar y en 1977 está con una bomba, corre por una calle de Turín.

—¿Qué preguntas te quedan sin respuesta?

—¿Quién es Aldo Marín? No sé quién es.

—Siguen siendo varias vidas en una misma persona.

—Sí, no sé quién es.

—¿Qué te pasa a ti con él?

—Me conmueve, me conmueve. Veo sus piernas caminando por Via Capua, donde murió. Veo los pies, veo el bolso. Siento los pasos hacia la plaza. No sé porqué me pasa.

—¿Te encariñaste?

—Fue imposible no encariñarse…

—Si no hubiese estallado esa bomba en Italia, ¿qué hubiese pasado con Aldo Marín?

—Seguramente hubiese sido capturado después. Se hubiera comido catorce años de cárcel. O hubiera cantado... aunque yo creo que no hubiese cantado. Pero, ¿cuáles eran las posibilidades de Aldo Marín?

—En el libro siempre da la sensación de que el destino estaba un poco escrito, de que ese iba a ser su final.

—Sí. Yo creo que Aldo Marín corría más rápido que la historia y que su final no podía ser sino trágico. Fue patria o muerte. Muerte.

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