Por Diego Zúñiga // Fotos: José Miguel Méndez Marzo 8, 2018

La violencia empieza así: unas miradas de rechazo, unos pequeños gestos casi imperceptibles, unas muecas de desagrado, un silencio incómodo, una oscuridad que retumba dentro de uno, pero está ahí, aunque lo desconozcamos. Sólo basta con mirar detenidamente, con escuchar, con caminar por la calle, con subirse al metro, lo recuerda perfectamente María Emilia Tijoux (1949), en los 90, cuando empezaron a llegar los primeros inmigrantes peruanos. Lo veía, estaban ahí esas miradas cómplices, ese rechazo ante las personas que venían a buscar trabajo, un mejor futuro.

A partir de esa realidad, Tijoux —que es socióloga y académica de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile— comenzó a estudiar junto con otros colegas el tema de las migraciones.

—Y muy pronto nos dimos cuenta de que en Chile la inmigración era un concepto negativo, porque cuando se hablaba de inmigrantes se señalaba a determinadas personas. Entonces, si ese concepto tenía la dificultad de no englobar a todos los inmigrantes, era porque contenía el racismo —explica sentada en su oficina, en días en que no ha dejado de sorprenderla el odio que ha suscitado la llegada de ciertos inmigrantes al país, especialmente aquellos que tienen un color de piel determinado. Días violentos, en los que un video de unos haitianos llegando al aeropuerto de Santiago puede provocar comentarios que nos remiten a la miseria más profunda del ser humano, y que nos recuerdan, de paso, que el racismo —porque es racismo y sólo racismo— es algo que está ahí, a la vuelta de la esquina. Y María Emilia Tijoux lo sabe, pues lo viene estudiando desde hace años: ha editado libros que lo abordan, ha escrito muchos artículos y ha realizado actividades para generar conciencia sobre este fenómeno.

En Haití hubo tropas chilenas que entregaron una imagen de un Chile generoso, pero se les olvidó decir que aquí la gente no quiere ver personas de otro color que cuestionen ‘lo blanco’ de su identidad y que, de cierto modo, como se dijo el otro día, pongan en peligro la ‘raza’…

—Pienso que hoy día hay un regreso… aunque no es un regreso, porque siempre ha estado presente el racismo en Chile. Lo que pasa es que se ha querido situarlo bajo otros conceptos: discriminación, exclusión, odio a los pobres, pero hoy los acontecimientos muestran que hay un odio particular contra personas y tiene que ver con el color de piel y con el origen.

—Impresionan los niveles de odio y rechazo, pero, como dice usted, parece que no es algo nuevo.

—Esto es viejo porque la Colonia existió y obviamente hubo personas que llegaron en condiciones de esclavo a Chile, quizá no en la cantidad de gente que arribó a Brasil u otros lados, pero ingresaron a Chile como esclavos, se mezclaron con otras personas, tuvieron hijos y hoy día tenemos asociaciones que reivindican su origen negro, especialmente en el norte, y también han proliferado en Santiago. Ahora, esta mirada negativa hacia estas personas se dio posteriormente, sobre todo al momento de la configuración del estado-nación chileno, en el siglo XIX, cuando la cuestión de ser blanco comienza a ser una suerte de propiedad identitaria muy potente, y hay una serie de libros que lo demuestran.

—Lo blanco entendido como algo mejor o superior, ¿no?

—Sí, hay discursos políticos de la época en los que se plantea que hay que traer emigrantes europeos para poblar los territorios del sur y blanquear la raza, y también en el sentido de mejoramiento de esta raza.

—Han pasado casi dos siglos desde esos discursos y ese concepto de la raza parece que sigue vivo para muchos.

—El concepto de raza no tiene ningún sustento científico, no tiene ninguna base científica que pueda explicar la fuerza que mantiene.  Aunque sepamos que no tiene ese sustento, aunque sepamos que no tiene sentido hablar de raza, aunque estemos de acuerdo con lo que manifestó la Unesco en 1951, en el sentido de que ya no se podía hablar de raza, no por ello ha dejado de tener fuerza y de potenciarse ante determinados acontecimientos que ocurren en todo el mundo: los grandes desplazamientos de personas por razones económicas, por guerras, por persecuciones, por desastres naturales… Y en Chile es una historia que ha sido muy dura contra nuestros pueblos también, que han sido históricamente aplastados.

 

***

—¿Le ha sorprendido este nivel de violencia en contra de los inmigrantes?

—Me parece que hay una violencia desmesurada en contra de ciertos inmigrantes, específicamente de América Latina y del Caribe. Es decir, ahí se está estableciendo una suerte de diferencia racial entre los inmigrantes, que serían de siete países, y los extranjeros, que podrían ser personas bienvenidas y aceptadas. Esto hace que el concepto de inmigración no signifique lo que tendría que significar, y deja a ciertas personas de ciertos países atrapadas en la migración: Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia, República Dominicana, Haití y Venezuela, aunque con respecto a Venezuela ocurre algo singular, porque habría al interior algunos aceptados y otros no…

—¿Cómo se puede cambiar esa mirada negativa hacia los inmigrantes?

—Pienso que es muy difícil que nos miremos a nosotros mismos y que nos hagamos algunas preguntas de por qué tratamos así a los demás, por qué deshumanizamos a la gente y la colocamos en un lugar tan terrible, animalizándola, exponiéndolas al maltrato, burlándose de ellas… y en ese sentido, sí, estoy convencida de que estamos hablando de racismo. Y también estamos hablando de humanidad en un país católico, donde lo religioso es una imposición grande, diríamos que es una moral religiosa potente, y son esas mismas personas con esa formación las que hoy expulsan un odio que, a mi modo de ver, ya no está teniendo muchos límites.

—Es una realidad que se está volviendo cada vez más compleja.

—Sí, y no tenemos que olvidar algo: nosotros no hemos sido un país de inmigración, hemos sido lo contrario. Hasta los 90 era más bien al revés: chilenos saliendo al exterior, más de un millón viviendo en el exterior y haciéndolo en condiciones en algunos casos muy similares a las que viven hoy los latinoamericanos acá. Hay que pensar que cuando entramos en un período democrático, en los 90, fuimos exhibidos como un país macroeconómicamente seguro, un país atractivo para los migrantes del mundo. Ahí se comenzó con una migración latinoamericana, y en un principio con muchas dificultades para los migrantes peruanos, que fueron bastante maltratados. Pero ya están aquí hace un tiempo y la gente de cierto modo se acostumbró, aunque no completamente, porque sigue habiendo bastante racismo contra ellos.

Una visa consular no va a resolver nada, va a provocar más problemas. Va a haber más entradas irregulares porque la gente está desesperada por entrar a Chile. Una visa sería como una puerta en el desierto, sería un error.

—Claro, antes fueron los peruanos y ahora parecen ser los haitianos quienes más sufren ese racismo.

—No hay que olvidar que en Haití hubo tropas chilenas que entregaron una imagen de un Chile generoso, amistoso, de una sociedad repleta de buenas personas, que además si se venían iban a ser bien acogidos, pero se les olvidó decir que en Chile la gente no quiere ver personas de otro color que cuestionen “lo blanco” de su identidad, y que, de cierto modo, como se dijo el otro día, pongan en peligro la “raza”… ¿Pero cuál? Si nosotros no somos blancos tampoco, somos mezcla de pueblos originarios, tenemos sangre indígena y algunos sangre europea, somos una mezcla.

 

***

 

—Otro factor negativo que le endosan a los inmigrantes es que vienen a quitarles el trabajo a los chilenos, y eso también produce violencia.

—Mira, la gente viene a Chile a trabajar. Los que llegan hoy son potencialmente trabajadores y en ese contexto vienen a contribuir a la producción y a la economía chilena. Los datos que se dan respecto a lo que se gasta con los inmigrantes hay que confrontarlo con lo que entregan… son miles de millones, pero además los que ya entran en el mundo laboral tienen isapre, AFP, cotizan, pagan impuestos como todos, entonces este rechazo tan brutal no contempla la contribución que hacen y la importancia que tiene el hecho de que lleguen inmigrantes a Chile.

—Si uno mira las redes sociales, el nivel de racismo pareciera ser cada vez mayor y no hay forma de analizar con todos sus matices la inmigración.

—En Chile hay un deseo de blanquitud, una eterna búsqueda de lo blanco, pero de lo que no es nuestro… la eterna búsqueda de lo que está afuera, como lo europeo, y después lo norteamericano. Pero hay que aceptar que hoy somos un país moderno y, como país moderno, estamos atrayendo a inmigrantes del mundo… y nos encontramos con que no tenemos ley, que hay un decreto del año 1975 que está hecho bajo el eje de la seguridad nacional porque se hizo en dictadura. Nosotros con distintas organizaciones hemos trabajado durante años para hacer un nuevo proyecto de ley, y no ha pasado nada. Nosotros planeamos una ley de migración basada en los derechos humanos. Lo que se piensa a veces que podría ser tan complejo, es simplemente considerar al otro como un igual y con dignidad, para que sean respetados sus derechos… Vamos a ver qué va a pasar ahora.

—Pensar al otro como un igual suena algo muy posible, pero parece que no es tan fácil, ¿no?

—Sí, es complicado. Pero al momento de que el otro es un igual,  deja de ser otro, yo no lo veo, porque es como uno, y por lo tanto no hago juicios sobre él o ella porque es como yo. Ese ejercicio todavía es muy difícil de hacerlo para mucha gente… La educación es fundamental en esto. Cuando pensábamos sobre la ley, nos convencimos de que, por ejemplo, habría que dar cursos en la universidad sobre la historia de estos países de los que provienen los migrantes. ¿Qué sabemos de la historia de Haití? ¿Qué sabemos realmente de la historia de Colombia, de Perú? ¿Qué sabemos de la esclavitud tanto en Chile como en Haití?

—¿Qué otras cosas ayudarían a combatir el racismo?

—El cómo se educa a los hijos y a los nietos. Enseñándoles que no hay diferencias, que el otro viene de otro lugar, que  tiene particularidades, cultura, lengua, juegos distintos, pero que tiene que estar con él porque es como él, y si uno lo enseña en la casa no es muy difícil que nuestros hijos o nietos no sean racistas, o clasistas o sexistas, y eso se da en el hogar o en el encuentro con los estudiantes. Debemos esforzarnos en eso.

—¿Una ley de migración sería fundamental también para detener este racismo?

—Sí, porque pienso que hay que detener esta violencia. No quiero irme en una cosa medio idílica con la inmigración, porque es un fenómeno complejo, pero hay que detener la violencia y castigarla como corresponde: con la ley. Los maltratos, la explotación, el tráfico de personas, y en la frontera lo que hacen los coyotes, donde se venden visas falsas… Nuestro gran temor, con las personas que trabajamos en esto, es la visa consular que se supone que se va a implementar ahora en el gobierno de Piñera. Porque esa visa no va a resolver nada, va a provocar más problemas. Va a haber más entradas irregulares porque la gente está desesperada por entrar a Chile. Y me imagino que van a endurecer más el control en las fronteras, y tenemos fronteras con sectores minados. Hay personas que están pasando entre Tacna y Arica por la playa, a pie, y son sectores con minas. ¿Qué va a pasar ahí? ¿Va a morir la gente o pensamos construir un muro en el desierto? Como decía un colega: una visa consular va a ser una puerta en el desierto, o sea, ¿cómo se pone una puerta ahí? ¿Cuáles son las paredes que rodean a esa puerta? Sería un error.

—¿Cree que ha habido poca voluntad política para resolver esto?

—Yo creo que es preferible hacer una buena ley, eso sería una buena forma de tratar el racismo, porque las migraciones no son un problema, son un fenómeno social, el problema es el racismo, y eso tenemos que verlo desde nosotros. Creo que es demasiada la condena que se les pone a los inmigrantes acá, y sin embargo siguen en Chile, siguen trabajando. Pero hay que entender una cosa: la inmigración llegó para quedarse.

Relacionados