Por Nicolás Alonso y Carolina Sánchez Febrero 1, 2018

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Nadie sabe cuántos son, cuántos han sido. No hay experto que se atreva a dar un número, ni registro que guarde sus historias. Sólo se sabe que cruzan el desierto, por Bolivia o por Perú, guiados por coyotes que los llevan engañados y que los dejan allí: perdidos en medio de los campos de minas antipersonales, sin dinero ni destino, en el inclemente desierto.

La historia es siempre la misma, y tiene un punto de partida: 2012. Ese fue el año en que el Estado chileno, en una medida ingenua para intentar frenar la oleada de inmigración dominicana, decretó que los migrantes de ese país deberían solicitar un visado especial para ingresar como turistas.

El resultado de la medida no fue una sorpresa para quienes conocen el tema: comenzaron a emerger redes de tráfico de personas desde República Dominicana, que encontraron en la pobreza y la desesperación una excelente oportunidad de negocios. Desde entonces, el relato de los dominicanos que empezaron a ser sorprendidos en el desierto comenzó a repetirse: en su país habían pagado unos dos mil dólares a una supuesta empresa de viajes —incluso hipotecando sus casas— por un pasaje de avión, los trámites listos para entrar al país y la promesa, dicha por los coyotes, de que trabajando un mes en Chile recuperarían el dinero.

La realidad, por supuesto, era otra: a partir de ese momento se iniciaba una travesía por Ecuador, Perú y Bolivia de forma irregular, durmiendo en casas marginales y sufriendo abusos, en camino a dos destinos igualmente peligrosos: atravesar el frío del altiplano boliviano o los campos minados ariqueños.

El Estado chileno no sabe cuántos han sido, pero la cifra va en aumento. En noviembre de 2016, una mujer dominicana murió de hipotermia en Colchane. Seis meses antes, un compatriota suyo pisó una mina y sobrevivió sólo porque sus compañeros no lo abandonaron.

El fotógrafo chileno Cristóbal Olivares decidió seguir el rastro de esas historias, atravesó el desierto de Chile y Bolivia, conoció los campos minados y los relatos de sus sobrevivientes, y con ello ganó una beca internacional para montar la exposición El desierto en la prestigiosa Fundación MAST, en Bologna, Italia.

Esto es lo que capturó su cámara.

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